México cumplirá dentro de poco, unos cuatro años, un siglo sin asonadas militares, después de la rebelión escobarista de 1929. El logro se debió en parte a la profesionalización de las fuerzas armadas realizada entre 1925 y 1926. El único país que tiene una experiencia algo similar es Costa Rica, que optó en 1948 simplemente por no tener ejército. La diferencia con México está en que no es un ejército dado a los cuartelazos, ni a los "gorilatos" que hasta mediados de los '80 asolaron a la mayor parte de América Latina. Tampoco se ha tratado de un ejército de un régimen de "partido único", que prácticamente nunca existió en México. Lo anterior no quiere decir que el ejército mexicano no haya tenido algunos -contados- episodios oscuros, en particular durante la mal llamada "guerra sucia" en Guerrero. Pero no es suficiente -ni siquiera con algunos otros pocos asuntos- para sacar al libertario del clóset y hacer creer que el antiguo régimen se basó en la represión, para emular por instrucciones externas las "Comisiones de Verdad" y cosas por el estilo. De manera que puede sorprender, el ejército mexicano ha llegado a estar en momentos difíciles con la Constitución, incluso en cierto grado a costa del presidente, como ocurrió en 1968 con Marcelino García Barragán ante el "tanteo" del mandatario Gustavo Díaz Ordaz para suspender las garantías individuales. Simplemente algunas historias fabricadas sobre "el Campo Militar no. 1" y parecidas son parte otro problema: cierta necesidad de algunos de, como se dice en la industria del espectáculo, "tener un protagónico".
A diferencia de todos los ex presidentes vivos, incluido Andrés Manuel López Obrador y ahora Felipe Calderón y Vicente Fox, al parecer, a Ernesto Zedillo le dieron "un protagónico" en dos revistas y clientelas que no tienen la importancia que creen tener: Letras Libres y Nexos, que, pese a tener algunos aciertos, pueden terminar derivando hacia algo así como sectas en descomposición, la clase de grupos que sólo siguen los despistados que nunca faltan, amén de quienes todavía crean que México descansa en Paz y que se puede ser a la vez clientelista, endogámico, ajeno a toda pluralidad y dizque "demócrata liberal". Es curioso cómo Zedillo ha adoptado el lenguaje de los golpeadores que quedan, quemándose como últimos cartuchos de un fuego casi inexistente: aparte del tono "moral", Zedillo desconoce por completo el sentido de lo que dice : acosado por maneras siniestras, insultos, abusos, arbitrariedades, obscenidades, calumnias, criminales incompetencias, amenazas, agresiones, castigos, malas intenciones, venganzas, actos mafiosos, cosas retorcidas, barbaridades, triquiñuelas, fraudes, intimidaciones, simulaciones, atropellos, burlas, alevosías, desacatos, transgresiones, falsedades, falacias, felonías, engaños, trampas, traiciones, infamias y otros asuntos ominosos (todo está en lo escrito por Zedillo) -le faltó agregar algo sobre lo ruin y lo canallesco para redondear lo florido del vocabulario-, el exmandatario mexicano, que no tiene ni idea de lo que es un déspota o una tiranía, ni se diga de una autocracia llega a la nota roja: "nuestra joven democracia ha sido asesinada". !Asesinóla, violóla y descuartizóla!. Zedillo no es la grosería maliciosa; es la más refinada mala fe, porque pide que se le argumente cuando él no para de descalificar, según lo muestra su vocabulario, hasta pareciera que de pleito ratero. Esos no son los términos de un debate entre iguales, pero corre el riesgo de pasar de lo patético a lo grotesco al creer, si es el caso, en una superioridad inexistente, como en la que creen sus grupitos. Si la joven democracia mexicana ha sido tan vilmente asesinada, corresponde una esquela e irse a un país menos mortífero, o abrir una carpeta de investigación que diga algo distinto de "es un honor, estar contra Obrador". Porque Zedillo ni siquiera está en Haste, la hora de México, sino que cree -otra descalificación- que sigue gobernando López Obrador. En cuyo caso debe aportar pruebas.
Zedillo ha querido limpiarse haciéndose pasar por el hombre de "la transición democrática". No es falso, pero no lo decidió él. Era algo sugerido desde tiempos del presidente Ronald Reagan, a trvés de los Documentos de Santa Fe I y II, para quitarle nacionalismo al PRI (Partido Revolucionario Institucional), lo que debía consolidarse con el acuerdo de libre comercio, según el Memorándum Negroponte referido con frecuencia en El Independiente por Carlos Ramírez. Al mismo tiempo, el priísta Francisco Labastida Ochoa, candidato a la presidencia en el año 2000, señaló en un libro reciente que Zedillo pactó de manera personal, en 1994, sacar al PRI del gobierno a cambio de un préstamo de 40 mil millones de dólares.. Es algo que Zedillo, no apreciado tampoco por el seductor de la patria, podría aclarar, porque no es asunto menor cuando las cosas empiezan a embonar: el asesinato de un candidato que había levantado al PRI, y que el beneficiario haya hecho lo que se esperaba en Estados Unidos desde finales de los '80, de la misma manera en que respectivos chiefs of staffs (José María Córdoba Montoya y Luis Téllez Kuenzler) coincidieron de amiguis en negocios financieros. Si el seductor de la patria creó las condiciones del desmantelamiento del aparato productivo nacional, Zedillo no es el hombre de la "apertura democrática", que quería ser Manuel Camacho Solís, sino el de la "transición" para beneficiar al partido Acción Nacional (PAN), crear una apariencia de democracia ("sin adjetivos")con "pesos y contrapesos" puramente formales y terminar de decapitar al Estado mexicano. Zedillo podrá alegar todo lo que quiera, pero no está hablando más que en contra de la Constitución, que prohíbe ir a perderse en formalismos sin solucionar los conflictos de fondo: uno de ellos es que con los cambios de Zedillo, nada se modificó en el aparato judicial mexicano.
En su entrevista con Nexos, el expresidente, otro "trans" más, dice que México se está volviendo un Estado "policial", aunque nadie le impide a Zedillo decir lo que mejor le plazca. Es más Estado "policial" el que se sirve de los militares para destruirlos por motivos estrictamente personales, como ocurrió aparatosamente con la vida de Jesús Gutiérrez Rebollo. Si bien el ejército no es perfecto, hasta en el caso de Salvador Cienfuegos, un error estadounidense, el presidente López Obrador se evitó el juego. Para decirlo de otro modo, Zedillo se vió inmiscuido en el asesinato de un candidato y en enredarlo todo a propósito, como sus amiguis, Héctor Aguilar Camín en particular; se puso el mismo Zedillo a disponer de la vida de militares para tapar los actos delictivos de la señora, como si éso se merecieran las fuerzas armadas; y, como no hay pruebas en contrario y sí a favor de Labastida Ochoa, Zedillo tapó con quién -puesto que el ex candidato priísta habla de un arreglo "personal" -terminó de vender al PRI. Como lo permite hoy la moda, no importa: Zedillo se lanza al ruedo como si el suyo fuera el cuerpo equivocado y, después de lo que hizo, las veces de sepulturero, afirmara que tiene un cuerpecito de "trans a la democracia" y que debe ser tratado como Señor Democracia. No debe faltar quien le de por su lado para utilizarlo, porque de que se presta, se prexta. Pasaron del género autoritario al género democrático, pero como fue sin cirugía, se conducen sin la menor idea de lo que es un debate en democracia. Como no sea la de ellos, para sí mismos. y entre ellos mismos. Como la democracia ha muerto y hay un Estado policial, Señor Democracia: pase usted a la clandestinidad y actúe a escondidas. Haga algo, lea Los demonios, de Dostoievski, para saber de la vida en las catacumbas. Mejor, como en otros momentos, Zedillo se hubiera referido a sus "sueños más salvajes". (da click en el botón de reproducción).