Parte de la prensa mexicana, tal vez creyendo consolidarse, está terminando de desacreditarse, junto con una oposición que no consigue hacer las veces de tal. Aparentemente algunos no se saben a Cornelio Reyna, o creen que de caer será en los brazos de una linda y hermosa criatura. Lo único que sostiene a más de uno es el dinero que todavía circula para hacerla de mercenario.
Tómese el caso del pseudouniversitario Guillermo Sheridan, que predica en El Universal y desconoce cuál es el sentido de la labor que se supone que realiza. Sheridan se disfraza de bien patrio entendiendo la Patria como el grupo que lo cobija y que le asegura impunidad, sin nadie que se atreva aunque sea por amistad a decirle que expectora cosas sin sentido. En efecto, pasado totalmente de moda, Sheridan sostiene que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador censuraba, todo para alegar, además que no deben ser censurados los narcorridos, sino que es preferible educar a la gente, en lo que coincide con la presidentA, Claudia Sheinbaum, y la dirigente de MoReNa ((Movimiento de Regeneración Nacional), Luisa María Alcalde. Sucede que no hay un solo caso de censura ni en el gobierno actual, ni en el de López Obrador, que encima le ofreció y brindó protección a Sheridan. Cualquiera en México puede decir no sólo lo que le venga en gana, sino lo que se le antoje, de paso calumniando o difamando. Ni caso tiene preguntarle a alguien de teflón qué explicación tiene sobre las confesiones de Edgar Báez, a la vista de quien quiera verlas. No contento con disfrazarse de universitario, aunque no sea exactamente lo que es, Sheridan se cree Niño Héroe y escribe como si estuviera listo a envolverse en la bandera para rodar cuesta abajo del castillo de Chapultepec. En algo más que un desliz, presume una supuesta cercanía con el difunto Mario Vargas Llosa. Gesto para el grupo, como el traje de universitario para, envolviéndose en moral, hacerse pasar por algo sagrado: como no falta quien se lo crea, es de suponer que tocar a Sheridan no está permitido, porque es tocar a Octavio Paz, Vargas Llosa, el gran Alma Máter y otros asuntos propios del Olimpo. Vargas Llosa, como todo lo mediático, no está lejos de caer en el olvido. En fin, que Sheridan es, además, alguien con beneficio pero sin oficio: atribuye a la "cultura" -mexicana -que un robo (o un plagio) no sea castigado, sino tomado por gran pericia. Una gran parte de los mexicanos no tiene aprecio por el robo, por extendida que esté la corrupción: parte del voto para la autodenominada "Cuarta Transformación", con todo y ambiguedad, fue contra el robo. Sheridan está cordialmente invitado a encontrarle un centavo partido por la mitad mal habido a López Obrador o, más aún, a la presidentA Sheinbaum. El señor Guillermo Sheridan tiene el mal de moda: soberbia e ignorancia, a riesgo de que se le resbale el juicio de realidad y termine aburriendo y en el olvido. Sobre todo si, fuera de ser zalamero con los elegidos del grupo, no sabe comportarse mucho mejor que Rubén "El Púas" Olivares: ni siquiera se sabe mucho más de un jab y, como otros, no le dura más que porque algún despistado se fía a las apariencias.
Luego está el que se da por único trabajo usufructuar su nombre, como por ejemplo Maruán Soto Antaki. Mismo asunto, él no es él, sino el hijo de su madre cuando lo que se pide es ser la prolongación de alguien, así como Sheridan lo es de Octavio Paz o Enrique Serna de Enrique Krauze. Pues bien, como la moda es escandalizar y "causar sensación", el hijo de su madre deduce del hecho de que un joven se meta a un lugar en El Paso, Texas, a matar poco más de dos decenas de personas, de preferencia latinos, que es el antecedente, oígase bien, de casi un "exterminio", entiéndase que propio de trumpistas desatados. Aunque haya alegado lo que se le antojara, el cuasi-exterminador recibió múltiples cadenas perpetuas, y lo que mató a la gente mencionada fue un arma, no palabras como las de Krispy Kreme, que para el caso dicen "si vas a delinquir, mejor no vengas", y a las que Sheinbaum encontró la iniciativa de ley correcta: ¿qué pasaría si el gobierno mexicano colocara publicidad en la TV estadounidense diciendo: "si vienes a darte un toque, mejor no vengas", o "si vienes de spring breaker, quédate en casa?". No tiene nada que ver la discriminación: Estados Unidos está tan en su derecho de capturar maloras como México de pedirle a sus socios que no vengan a complicar el narcomenudeo en antros. El problema es que la ley de la casa se aplica en casa: Krispy Kreme no tiene absolutamente nada que decir dentro de México. Como sea, no sólo no hay exterminio, sino tampoco deportaciones mayúsculas. En cuanto a los descarriados que se meten a dispararle a todo lo que se mueva, en Estados Unidos no hace falta un discurso anti-inmigrante, que tampoco lo es (es anti-ilegales): basta con la extendida costumbre de recetar sin cuidado algunos medicamentos, como ya se ha probado en bastantes casos. Simplemente, Antaki, soberbio e ignorante, es otro "trans": amanece en lo que él cree que es un cuerpo de periodista de dinastía para creerse que puede golpear impunemente, él que es también hechura de sus relaciones de grupo y que también, como persona sagrada, habla en nombre de una moral que, como la de los otros, no es más que un anzuelo emocional.
Luego está el que se envuelve en "la causa": como es "la buena", ya puede uno decir lo que sea. Jorge Zepeda Patterson, joya de Milenio, no entiende que no cuadren las cifras: a nivel nacional, se han reducido los homicidios, pero ha aumentado la percepción de inseguridad. Según el reciente Informe Mundial de la Felicidad (2025), México está en el Top ten de los países más felices del mundo, después de Costa Rica y todos los nórdicos (Noruega, Suecia, Islandia, Dinamarca, Islandia), además de los Países Bajos, Luxemburgo e Israel. Esto, al mismo tiempo que ha aumentado la percepción de inseguridad. Debe ser la gracejada postrevolucionaria: "estuvo buena la fiesta, hasta tuvimos algunos muertos". En este sentido, según la manera de proceder de Zepeda Patterson que se cree la primera "percepción" que le ponen delante, sin hacerse preguntas de metodología: a este ritmo, Omar García Harfuch es un aguafiestas. Pareciera que quiere impedir lo que también se le asoma a Zepeda Patterson: la creencia de que la "pluma" o la "firma", cuando no es para adular, es para insistir en "!muera el mal gobierno!". Por cierto, más allá de mostrar que no hay mayor afición por robar, lo que apasiona de tanta felicidad es lo que muestra Alejandra Moreno Toscano en sus Memorias de un mexicano: la interacción social alrededor de la comida, es decir, tragar y cotorrear. Mientras los "jodidos" se agarran a tiros., como parte de los rituales (da click en el botón de reproducción).