El comienzo del desarrollo no tiene muchos secretos, así que los sabe incluso el Padre Pistolas (sin broma). Se trata, además de darle certeza jurídica al campesino, de pagarle un buen precio por sus productos, para que, con lo ganado, compre maquinaria para mejor sus cultivos. Por este camino, se crea una demanda de maquinaria que, en principio, debe satisfacer una industria nacional. Con la introducción de maquinaria, el agricultor puede producir más barato y, así, se abarata la mano de obra de la industria nacional, que a su vez produce maquinaria para fabricar maquinaria. Se crea así un círculo virtuoso, y es el camino que han seguido incluso países como Corea del Sur o Taiwán, a partir de reformas agrarias exitosas. El problema, en parte, es que la reforma agraria mexicana no lo fue, por los problemas de la figura ejidal y la reconstitución del latifundio, por ejemplo a través de tierras de agostadero. Como sea, si acaso se cumple, no está mal que, con el Plan México de la presidentA Claudia Sheinbaum, se vuelva a plantear alcanzar la autosuficiencia alimentaria, que se llegó a tener hasta los '70. El punto es que México no consiguió tener industria de maquinaria propia, conocida como "industria industrializante", según la llamara el economista francés Gerard de Bernis.
En este sentido, el control nacional de ciertos sectores considerados estratégicos puede ser de doble filo, como en el caso de la electricidad y el petróleo y la refinación, puesto que pueden servir para subsidiar al sector privado. Si se planea afirmar algunas industrias nacionales, en el Plan México, cabe señalar que, salvo excepciones como la de semiconductores, son de bienes de consumo final, como en la segunda posguerra (y por cierto que con frecuencia de calidad): calzado, ropa, muebles, juguetes y textil (salvo acero y aluminio). Son rubros en los que México puede tener buenos resultados (y si acaso en la fotovoltaica), pero no resuelve el problema planteado: ¿con qué maquinaria? Es buena idea volver aquí sobre producción nacional, como sobre la autosuficiencia alimentaria, pero si la maquinaria no es nacional, para obtenerla se depende de los ingresos por exportaciones. Es la antigua falla del "casillero vacío" (según la expresión que acuñara Fernando Fajnzylber) de la industrialización latinoamericana por sustitución de importaciones. Es parte de lo que despunta en la idea de reactivar la industria automotriz para el mercado interno: ¿con automóviles nacionales o extranjeros, y con qué maquinaria? México llegó a tener poca, pero eficaz industria automotriz propiamente mexicana, cuando existía por ejemplo la VAM (Vehículos Automotores Mexicanos). Talento y ganas de innovar no faltan. El problema es que las industrias nacionales deben ser protegidas por el tiempo suficiente, que puede ser de algunas décadas, para ser competitivas. Esto supone capacidad de innovación propia. Aquí intervienen dos problemas: pese a la iniciativa del Plan México, los recursos muy escasos destinados a investigación y desarrollo, en verdad escasísimos, de tal modo que no pueden aprovecharse los talentos mexicanos (insistamos en que los hay), por lo demás en un entorno que habitualmente valora muy poco la ciencia; y el hábito de las clases acomodadas, la media incluida, de hacer caso del llamado "efecto demostración", es decir, de preferir sistemáticamente lo extranjero a lo nacional. Por lo pronto, otra idea buena es mejorar, si es posible, el apoyo a la pequeña y mediana empresa (PYMES), ya que es la más importante y ha sido duramente golpeada por el libre comercio. Las Pymes mexicanas pueden trabajar bien. Como en el resto, el casillero vacío está en la maquinaria y en la inversión en investigación y desarrollo, por los suelos, como el sistema educativo. Es un gran lastre que no se quiere entender: es tal lo hecho con la NEM (Nueva Escuela Mexicana) que pareciera que se trata de dejar en ruinas a la educación, quitándole por lo demás lo que podía quedarle de disciplinamiento, para pasar a lo "lúdico". No hay país que haya salido del subdesarrollo que no haya invertido mucho en investigación y desarrollo y en un sistema educativo disciplinado, para asegurar la innovación. El IPN (Instituto Politécnico Nacional) está en crisis, pese a que puede dar mucho, y la universidad pública es cortesana y prefiere lo extranjero, a lo que se ha asociado. En ambos casos, no se termina de entender que son lugares de saber y no de la peor "sociedad política", por lo que el parásito se está comiendo al huésped. Las cosas no se arreglan con cosméticos para las cifras.
Hay dos elementos más de importancia: proteger el poder adquisitivo, mermado por una inflación a la que se le encuentran muchos pretextos, cuando suele ser causada por empresas o intermediarios acostumbrados a abusar (y ahora se dirá que "todo es por Trump y los aranceles"), y garantizar que el salario no se estanque. Lo demás está muy visto: crear infraestructura es lo que Sheinbaum sabe hacer bien y turismo no falta. También es factible una vacuna mexicana.
El periodista Carlos Ramírez, de El Independiente, señala que los economistas del gobierno se formaron en el antineoliberalismo y el antisalinismo, pero no es seguro que no sea de lo más amigables con el libre comercio, porque ha credo una fachada de modernización ("pasiva") en México. A lo sumo, son economistas de alguna variante keynesiana que tal vez tengan una visión idealizada del "milagro mexicano" de la segunda posguerra. Tampoco están exentos de politiquería -en el sentido de meter política en el saber- y de formación en Estados Unidos y trabajo en organismos internacionales. En este sentido, no se pueden "desconectar". La presidentA de México ha hecho algunas consultas valiosas, como con Viridiana Ríos o con Mariana Mazzucato. Si se sigue apostando con tal fuerza a "atraer inversión extranjera"", lo que se hacía hacia finales de la segunda posguerra, cuando menos habría que asegurarse de transferencia de tecnología, para que dicha inversión sea complementaria y no central: se trataría de que México pudiera a la larga aprender y crear lo propio. No es necesario volver a un "gran Estado" que por lo demás no fue tal: junto con modificar las creencias de grandes monopolios u oligopolios a los que no se puede tocar y que son lo que Hernán Gómez Bruera ha llamado "el empresariado inconsciente", que empuja por lo demás a terminar de hundir la educación, porque no la tiene (no la tienen ni Carlos Slim, ni Ricardo Salinas Pliego, por ejemplo), sería necesario que se tome en cuenta el talento mexicano y que haya un sistema de mérito que se decida a dejar de lado la politiquería. Sucede en la ciencia como en el deporte u otras instancias: el que quiere salir adelante y puede aportar tiene encima una pirámide de "jefes" y "cargos" que hacen que, además, lo que se invierte en educación y en investigación y desarrollo se despilfarre. No se trata de pasar al negocio puro y simple, que funciona en el ITAM y en el ITESM (Instituto Tecnológico Autónomo de México e Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey), porque aquí no hay capacidad de innovación a largo plazo, sino de disciplina y organización: están bloqueadas por "política", como lo está el deporte o como llega a estarlo el arte, sobre todo si parte de esa "política" consiste en ver qué grupo monopoliza o acapara la intermediación con el glorificado extranjero. Se vuelve al punto de partida por herencia colonial: privilegiar lo de afuera con frecuente desconocimiento de las potencialidades de adentro, aunque el Plan México ya es, por lo menos, algo mejor que ir simplemente a colgarse del nearshoring. La pregunta es: ¿algún día terminará de verdad la visión de la gente "del común" como si fuera la extranjera, y se le dará más oportunidades de gobierno y de movilidad por mérito propio? (da click en el botón de reproducción).