Pese a que el presidente estadounidense, Donald J. Trump, lo ve como un abuso, el dólar no deja de representar un privilegio que Estados Unidos no quiere abandonar. Por lo pronto, Trump lanzó una andanada de aranceles ("impuestos" a ciertas importaciones), en parte para obligar a negociar a quien se deje. Más de uno ha contestado poniendo sus propios aranceles (a las importaciones estadounidenses). La idea es protegerse y reaccionar -para los que no quieren negociar-, y la de Trump es reequilibrar en lo posible la balanza comercial deficitaria de Estados Unidos, para frenar o disminuir importaciones y alentar exportaciones, en particular para beneficio de la industria, contando con que se reinstale en Estados Unidos. Los resultados no se pueden prever de inmediato: tardaría años rehacer el tejido industrial estadounidense que se ha deteriorado desde finales de los '60. No es algo que pueda suceder ni siquiera en el mandato de Trump, o en los dos años que tiene antes de llegar a medio término. En este sentido, la recuperación de empleos e ingresos entre los trabajadores de "cuello azul" (blue collars) también puede demorar. El deterioro no empezó en 2008 ni con el ascenso industrial chino. El otro problema es que, a la par, las infraestructuras en Estados Unidos y la calidad de ciertos servicios se deterioran.
Hasta ahora, el asunto no ha pasado a la moneda, pese a que pudiera ser algo que interese a Trump. Esto no quiere que el dólar sea desplazado en el mercado internacional y ha amenazado -con más aranceles- a quienes se quieran zafar del billete verde. Lo que está sucediendo es otra cosa: nadie ha contestado a las medidas arancelarias de Trump con devaluaciones, de las llamadas "competitivas". Si los aranceles llegan a dificultar exportar, porque en el mercado receptor se le carga un "impuesto" al bien o servicio, una contramedida puede ser devaluar, para reestimular las exportaciones y limitar las importaciones. Pero casi todo el mundo es, además de amante del libre comercio, de la "moneda fuerte": por ejemplo, un "peso fuerte" en México puede ser sinónimo de prestigio y estabilidad, como si estuviera en el 12.50, pero opera a favor de las importaciones -con frecuencia, desde Estados Unidos- y en contra de las exportaciones. Para importar algo denominado en dólares no hay que dar muchos pesos, a diferencia de lo que ocurriría si se devaluara. Está además el otro fetiche, el de las reservas en dólares. Cuando los estadounidenses importan, los bancos centrales de los países que les venden obtienen dólares. En vez de cambiar estos dólares a sus propias monedas, varios bancos centrales, asiáticos o europeos, compran deuda pública estadounidense, para ganar intereses seguros. Este es un aspecto más del problema. Para Trump, sucede que con este sistema Estados Unidos "le presta" (!) gratuitamente a los bancos centrales de los demás países. Con estas reservas, los bancos centrales de otros países a su vez mantienen a Wall Street, el sector inmobiliario (en gran medida el que da la fachada de prosperidad) y a un gobierno estadounidense con déficit fiscal; hay una fuerte demanda de dólares que no corresponde con los ingresos estadounidenses., más allá del "imprimir billetes" Entonces el dólar tiene que apreciarse. Trump ha estado buscando bajar las tasas de interés para que "los otros" no tengan la misma tentación de ir a buscar refugio en Estados Unidos. La apreciación del dólar refuerza el círculo vicioso en el déficit comercial. Encarece las exportaciones y abarata las importaciones.
Hay varias especulaciones sobre lo que quisiera hacer Trump para "cerrar la cuadratura del círculo", porque, si desde el exterior se dejara de demandar dólares, Estados Unidos, junto a una industria rezagada, podría tener problemas de inestabilidad financiera -ya se amenazó con ello en el mercado de bonos- y de insolvencia gubernamental. La idea sería en realidad tener un dólar más barato y resolver el problema de bonos del Tesoro con rendimiento más bajo (la tasa de interés). En vez de devaluar el dólar, la presión arancelaria busca que los bancos centrales de otros aprecien su moneda sin renunciar al dólar: es un poquito de lo que se hace con México o lo que se le hizo a mediados de los '80 a Japón con los Acuerdos Plaza. Al mismo tiempo, a algunos se les pediría "congelar" sus bonos, pasando de corto a largo plazo (algunos hablan de "Acuerdo Mar-a-Lago"). Trump ha metido tijera en el gobierno, para bien o para mal, y tampoco parece querer agravar los problemas del gasto público en armas, otro rezago: Estados Unidos gasta mucho y mal, por lo que quiere repartir la carga. Si no es que, mercenarios aparte, los estadounidenses están más preocupados por su propia situación que por proteger a los países del Dondestán.
A reserva de lo que hace para reintentar reindustrializar Estados Unidos, Trump no está limitando la circulación de servicios en los que Estados Unidos tiene ventaja, ni la libertad de movimiento de capitales, por lo que el poder de chantaje financiero no ha sido tocado, prosigue la tentación de demandar dólares, por lo que hay una contratendencia hacia un dólar fuerte: los extranjeros con dólares no los cambian por bienes, sino por activos estadounidenses (capital corporativo, bienes raíces y bonos del Tesoro/deuda). Hasta ahora, no parece que Trump quiera hacer con la circulación de capital lo que con los intercambios comerciales, a propósito de las entradas financieras en particular. Al mismo tiempo, si se reequilibra el comercio, el dinero extranjero puede dejar de ir a Wall Street. Trump tendría que elegir entre unos pocos y el grueso de la población estadounidense que vive al día. La presión de la finanza global no ayuda en nada. De la misma manera en que algunos no se saben otra que "la del libre comercio, por favor", tampoco atinan a pedir una que no sea "la confianza de los mercados", que no es la del mercado sino la de la Bolsa y un puñado de fondos de inversión que especulan sobre la rentabilidad posible, que es siempre lo mismo. De ahí el mar de "expertís" para sugerir desde ya que Trump se está dando un tiro en el pié y que no es más que "un desastre". Aunque por ahora el asunto monetario es algo por verificarse, no está de más tener en cuenta que el presidente estadounidense sabe de negocios: tal vez algo más que quienes no hacen más que repetir indefinidamente lo mismo para tener contentos a "los mercados" y sus medios de comunicación (da click en el botón de reproducción).