Según lo confiesa un banco suizo, cuando desde Occidente se promovieron en los años '90 las reformas en Rusia se esperaba, palabras más palabras menos, que todos fueran "emprendedores", metiéndose a los negocios, pero con las espaldas cubiertas -con las garantías sociales soviéticas. En realidad, sucedió que quienes desde arriba tenían cobertura -contactos, influencias, cargos desde los cuales saquear al Estado y sus activos- la aprovecharon para hacer negocios. No fue nunca una transición desde abajo, ni democrática. El mismo banco suizo (el Crédit Suisse) lamenta hoy la desigualdad económica.
Aunque el alarmado banco pone el grito en el cielo, la desigualdad económica en Rusia es menor que en países como Brasil (aunque aquí haya disminuído), México, pero también China y, nótese bien, Estados Unidos. Rusia no está lejos de países como Israel y Japón (ésto, por cierto, según informes de la Central de Inteligencia Americana, CIA). Es un error creer que Rusia es un mar de pobres donde pescan a río revuelto unos pocos ricos.
Por cierto, es igualmente erróneo creer que los enriquecidos suelen ser judíos: éstos son el 19 % de los rusos ricos, apenas por encima de los ucranianos (14,5 %), así que los oligarcas son rusos, muy rusos. Muy detrás vienen algunos tártaros y gente del Caúcaso, en particular azeríes.
Putin no encuentra como convertir un saqueo desde arriba -aunque hoy frenado- en una "revolución económica" desde abajo. Los valores oligárquicos sí han impactado en la sociedad rusa, aunque no en toda: consisten en celebrar por encima de todo la familia -el clan, después de todo, es el núcleo de toda buena leyenda oligárquica, más si llega a dinástica (la saga...)-. Es una familia de hoy: sirve emocionalmente de seguro, línea de crédito con intereses bajos y promesas de cobertura vitalicia, mientras los miembros más avezados salen al "mundo exterior" a ver qué agarran, sin dar afuera mayor cosa. Así se enriquecieron por arriba los favoritos rusos de Occidente: demandando, agarrando -quebraron a Rusia para medrar- y considerando que todo les es debido por su linda Sharapova (!ah sí, el alma rusa!).
No hay cómo llevarlos a que den o arriesguen en Rusia: parte de crear el día de la Unidad Nacional el 4 de noviembre es para buscar con la religión ortodoxa que ricos y pobres (o no tan pobres, pero tampoco ricos) tengan algo en común. ¿Cómo hacer que los ricos trabajen por un interés soberano común? En Rusia, la genética no les ayuda: tenían antes de 1917 la costumbre de irse a jugar y gastar las fortunas en alguna juerga mediterránea, sin saber ni siquiera a qué potencia apostarle, si al idioma francés, la disciplina alemana, la buena vida italiana, o las curas alpinas suizas. Tal vez Putin logre algo desde abajo (es lo que quiere): los oligarcas no tienen mayor sentido de patria, y como sus valores tienen impacto, no es sencillo movilizar a los rusos en torno a algo (así que Putin está incluso buscando rescatar y propagar símbolos nacionales como la bandera y el himno para ver si los hay que los entiendan).
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viernes, 8 de noviembre de 2013
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