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miércoles, 29 de diciembre de 2021

¿JOSEPH BIDEN SABE DETENERSE A TIEMPO?

 Los cerca de 10 mil soldados que estaban estacionados en el sur de Rusia, cerca de Ucrania, fueron retirados. No parece que hayan estado en el lugar para una "invasión inminente" contra Ucrania, sino por otro motivo. En efecto, de lo que no se habló en los medios de comunicación masiva occidentales es de la presencia en Ucrania de unos 10 mil especialistas militares, entre ellos ni más ni menos que cuatro mil estadounidenses, además de mercenarios y armas químicas en la región del Donbás. El presidente ruso, Vladimir Putin, sin duda exagera cuando habla de que se está produciendo en este lugar un "genocidio". pero lo cierto es que Ucrania no ha cumplido con su parte de los Acuerdos de Minsk para la pacificación del Donbás, donde se encuentran las "repúblicas populares" de Donetsk y Lugánsk. Hace rato que ya se hubiera debido reconocer dentro de Ucrania la autonomía de estos territorios, pero Kíev, capital ucraniana, se ha negado a cualquier estatuto especial para el Este del país. Tampoco incomoda demasiado en Occidente que la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) tenga desplegada una tropa de 40 mil soldados en las fronteras occidentales de Rusia. La OTAN se coloca a las puertas de Rusia, habla de incluir a Ucrania -viejo sueño Demócrata expresado desde los años '90 por el gran halcón Zbigniew Brzezinski- y los ucranianos se saltan a la torera los Acuerdos de Minsk, creando un clima de provocación -lo que explicaría la presencia de los 10 mil soldados en el sur de Rusia-, pero como quiera que sea Occidente no para de hablar de "la amenaza rusa". Si los rusos piden, como acaban de hacerlo, garantías de que los occidentales van a pararle y sobre todo no colocar armas ofensivas a las puertas de Moscú, capital rusa, los medios de comunicación masiva occidentales ven en la solicitud "una amenaza de Putin".

     En rigor, la mejor manera de garantizar que su vecino no lo amenace ni lo ponga en peligro es romperle la cara, tirarlo al suelo, quebrarle las costillas y mandarlo al hospital. De esta manera, usted se sentirá sin duda más tranquilo. La lógica es impecable, y poco importa que su vecino haya tenido o no la intención de hacerle a usted algo, lo que sea. Es lo de menos: los intereses de usted están primero, como debe de ser. En esta misma medida, usted puede, lógicamente también, sospechar de cualquier gesto amistoso de su vecino en el ascensor: ¿qué tal si lo hace por astuto y para bajarle la guardia con tal de golpearlo mejor? Insistamos: para bien de usted y de su familia, lo mejor sería que el vecino esté una buena temporada en el hospital. Impecable. La familia también se lo creerá. Es más: si los demás condóminos pueden también compartir esta forma de ver las cosas, se los puede llamar a aislar al vecino, por sospechoso, aunque no haya hecho nada, o en todo caso nada de consideración contra nadie. ¿Tal vez sea oportuno sacar definitivamente al vecino y quedarse con su departamento? La seguridad sería así absoluta.

      Es poco probable que Occidente esté buscándole las pulgas a Rusia "por ser Rusia" o por tener ésta sus propios valores, "tradicionales"; los talibanes afganos también los tienen y se pacta regalarles el poder, por cierto que a costa de una desestabilización sobre la que Rusia ha vuelto a expresar preocupación, reforzando a toda prisa sus lazos con Tayikistán. El capitalismo, más si está en crisis, necesita abrirse mercados, expandirse, y no se explica que Rusia no haga como China. Dejando de lado el asunto espinoso de Crimea, se cree que Rusia debería morder el anzuelo de entrar en las rivalidades interimperialistas, o convertirse en una periferia liquidada: sea como sea, competir. Es por lo mismo que más de un líder occidental considera que habría que tragarse a la Federación Rusa con sus gigantescas riquezas. No es seguro que los rusos comprendan plenamente esta situación capitalista. Cuando trata de expandirse, el capitalismo no duda en recurrir a la gran guerra, pero le está vetada desde 2018, porque Rusia lleva la delantera en la carrera armamentista gracias a las armas hipersónicas. Tal vez se espere sobre todo algún pretexto para seguir haciendo caer sobre los rusos un diluvio de sanciones, a ver si la Federación implosiona como la Unión Soviética, ofreciendo una "salida" en medio de los enredados problemas financieros y productivos del gran capital. Stalin decía que el problema de Hitler es que no sabía detenerse a tiempo. No queda claro si Estados Unidos y los Demócratas, además de Republicanos "duros", son capaces de detenerse, o si piensan armar un pleito para liarse a golpes hasta el último ucraniano. ¿Hay quien crea que la OTAN se ha ampliado porque "no entendió el fin de la Guerra Fría" -otro error de los rusos-, o es para proteger los mercados que se van tragando la Unión Europea y Estados Unidos, de un modo que ni Hitler hubiera soñado? Hitler no quería dominar el mundo entero: quería diezmar a los eslavos rusos, sin que jamás nadie lo haya acusado de genocidio; quedarse con el granero de Europa, Ucrania, y el petróleo del Caúcaso. En pleno Caúcaso y después de dos provocaciones fallidas en Chechenia, la OTAN quiere engullirse a Georgia.

     El estado de la dizque "opinión pública" occidental es una calamidad. Ni la izquierda es capaz de un mínimo de solidaridad con Rusia. En rigor, en Occidente no se consigue discernir el bien y el mal y ni siquiera parece escandalizar mayormente que se lleve décadas tratando de dañar a Rusia. Se considera algo natural, y además, que no conlleva consecuencias. Pese a la delantera rusa en materia armamentista, a Occidente al parecer todavía no se le aparecen con claridad los costos de lo que hace, puesto que todo se mide en análisis costo/beneficio. Es probable que este costo, única verdad a la que pueden llegar los occidentales, se les aparezca en algún momento.

     A los rusos les asiste la razón: son las víctimas, no los verdugos, salvo que no se sepa ver un mapa (no es seguro que se sepa) o que se piense que es un error tener un país justo en el lugar donde están las tropas de la OTAN. Al mismo tiempo, quedan algunos aprendizajes por hacer. Como lo ha sugerido el cineasta ruso Nikita Mijalkov, no es muy sensato buscar quedar bien con alguien que no lo quiere a uno. Tampoco es una garantía de paz abjurar del pasado -el mismo Mijalkov ha denunciado aberraciones como el Centro Yeltsin de la ciudad de Ekaterimburgo- y ponerse a escupir sobre él a todo lo que da, como sin con ello Occidente fuera a apaciguarse. Es tomado por síntoma de debilidad.Homenajear al presidente Boris Yeltsin, al último líder soviético, Mijaíl Gorbachov, o al escritor Alexander Solzhenitsyn, un mentiroso consumado, o tachar a Lenin de "espía alemán" (algo insinuado hace poco por Putin) no es más que ceder ante la "técnica del salami" occidental. Es de esta técnica de que se trata en lo ideológico, pero también en lo geopolítico, en lo político y en lo económico para debilitar al máximo a la Federación Rusa.

     Seguramente las cosas deban seguir un curso tal que cada quien tenga que hacer el aprendizaje respectivo, y para el caso puede pasar tiempo. La diferencia está en el apego ruso a la paz, por contraste, como lo hiciera notar también recientemente Mijalkov en un programa televisivo, "Besagon TV", con gente en Occidente que se cree totalmente invulnerable y que ha caído en una pasmosa indiferencia, como si por lo demás fuera cierto que la "amenaza" estaba en los rojos y en la Unión Soviética. El capitalismo puede ser una amenaza para sí mismo, pero tampoco parece entendible. Queda por saber si el presidente estadounidense Joseph Biden y su "Estado profundo" saben detenerse a tiempo, aunque sea por cálculo costo/beneficio, puesto que Rusia sin suda subirá el precio a pagar, restando posibilidades de ganancia. Por cierto: ¿todavía es posible diferenciar a alguien que piensa lo que dice de alguien que no? En el segundo video, alguien termina exasperado de que lo estén aplaudiendo de manera francamente tonta. En el primero, alguien más busca muy excitado la tontería de la audiencia.  Da click en los botones de reproducción.







 


lunes, 27 de diciembre de 2021

FIN DE AÑO SALVADOREÑO

Lo que está sucediendo con parte no desdeñable del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) en El Salvador es bochornoso. Es sin duda gracias a la lucha popular encabezada por esta organización que el país centroamericano alcanzó la democracia. Pero no es sólo asunto de que el FMLN no haya sabido qué hacer en los años en que tuvo la presidencia. Ahora resulta que varios líderes efemelenistas muestran la más grave de las desorientaciones, lo que lleva a hacerse preguntas sobre el pasado y lo realmente anhelado. Ante la presidencia de Nayib Bukele, los dirigentes efemelenistas Lorena Peña, Medardo González y Norma Guevara autorizaron reuniones de veteranos de guerra con la embajada de Estados Unidos. Al parecer, algunos no recuerdan el papel estadounidense durante el conflicto armado interno salvadoreño en los años '80. Por si fuera poco, se ha reconocido injerencia "en parte" de Estados Unidos en tenues protestas recientes contra Bukele. Domingo Santacruz, exdiplomático del FMLN durante el gobierno de Mauricio Funes, explicó que el gobierno de Estados Unidos financía a los "reformistas" del Frente. Este financiamiento incluye a organizaciones no gubernamentales (ONGs) en las cuales trabajan ex miembros del Frente. Parte de la denuncia la hizo el ex diputado efemelenista Jorge Schafick Hándal Vega Silva, hijo del histórico líder comunista y del Frente, Schafick Handal.

      La injerencia estadounidense contra Bukele ha sido descarada. Jean Manes,, encargada de negocios de Estados Unidos en El Salvador, hasta hace poco, le pidió a Bukele liberar a Ernesto Muyshondt, político de la ultraderechista Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), acusado de trato con pandillas; no tocar al ex presidente (de ARENA) Alfredo Cristiani ni a Douglas Meléndez, ex Fiscal General acusado de corrupción, y la no reelección del Fiscal actual, Rodolfo Delgado. Además, Manes le pidió al mandatario salvadoreño detener los arrestos de personas implicadas en casos de sobresueldos, algo que implica a gente del FMLN. Esta organización, ya convertida en partido político, no tuvo inconveniente en dejar intactos los sobresueldos de tiempos de ARENA ni la gran partida presupuestal discrecional del gobierno. Vistas las cosas desde lejos, pareciera que gran parte del FMLN no tenía visión suficiente para desprenderse de prácticas clientelistas típicas de la oligarquía.

      Bukele tiene una gran popularidad. No se ha limitado a proyectos importantes de infraestructura pública, ni a salvar de manera eficaz la epidemia de la Covid 19, ni a bajar muy significativamente la violencia homicida de las pandillas, teniendo al 2021 como el año más seguro de que se tenga registro. De ser el país más inseguro del mundo, El Salvador ya no aparece ni entre los 20 más inseguros. Detrás de Uruguay, El Salvador es el país de América Latina que mejor ha gestionado la crisis sanitaria. El presupuesto para salud y educación ha ido aumentando de manera significativa, y cabe mencionar medidas como la que prohíbe la privatización de agua, considerada un Derecho Humano. Mientras el FMLN no termina de dividirse, ARENA vota contra la construcción de una Biblioteca Nacional. Bukele no ha descuidado la inversión en cultura.

     Hasta el término del año 2021, Bukele no cayó en el triunfalismo, ni se durmió en sus laureles. Ha dado resultados y no es afín a la costumbre tan latinoamericana de remplazarlos por palabras, creyendo encima que las palabras tienen algún poder mágico para producir resultados. Bajo la presidencia de Salvador Sánchez Cerén, el FMLN ni siquiera fue capaz de darles algo más que migajas a los habitantes de El Mozote, alguna vez lugar de una terrible masacre perpetrada por el ejército salvadoreño. Con Bukele ha sido distinto. No está claro el porqué del silencio cómplice de la izquierda progresista ante el derrumbe del FMLN y la injerencia estadounidense contra el actual gobierno salvadoreño, que por lo demás ha tenido el excelente gusto de no poner por delante pseudobanderas como las del derecho al aborto, la de la comunidad LGBTTTIQ+ y otras concesiones a la clase media proestadounidense, que no alcanza a ver más allá de la punta...de su nariz, digamos. Es el Frente el que postuló a una mujer trans (esta organización tiene una Secretaría Nacional de Diversidad Sexual y Género) y son ex de ARENA que candidatearon a un diputado gay. Bukele no persigue, simplemente tiene otras prioridades: por ejemplo, levantar centenares de escuelas para las cuales el FMLN no hizo nada, dejándolas al abandono. Primero seguridad, tema muy mal abordado por el progresismo; infraestructura pública, educación y salud, en serio. Por cierto que en El Salvador no se renunció a la figura de Primera Dama, por lo que se atiende a la niñez y al arte, mientras que en otro país la esposa del presidente no se ocupa más que de ambiciones propias y de disparates culturales. Bukele ni siquiera llama al amor a cada instante como si estuviera regenteando la sección de tarjetas de regalos de alguna tienda departamental. Sincero y sin pretensión, mejor (da click en el botón de reproducción).



domingo, 26 de diciembre de 2021

AL ATAQUE, MIS VALIENTES

 El historiador Jean Meyer decidió ser uno de los que encabezan las protestas del Centro de Investigación y Docencia Económicas" (CIDE) en México. Ha sido presentado por el ensayista Enrique Krauze textualmente como un "valiente" que se opone a los "cobardes". Para Krauze, Jean Meyer es "un gran historiador" y parece "un galán de cine francés" ("Los dos Meyer"). La Cristiada, del mismo Meyer, sería según Krauze "uno de los cinco libros de historia más importantes del siglo XX". "El guero Juanito", al decir de Krauze, había sido marxista y amigo de Regis Debray. Viendo los desmanes de las revoluciones, habría optado por recoger un elemento de sobrevivencia a los mismos: la religiosidad popular. Lo cierto es que, en su momento, Meyer hizo un "mea culpa" sobre errores de La Cristiada, aunque también está claro que hizo su agosto con una versión de la guerra cristera contraria a la que era propuesta desde el marxismo, que no siempre encontraba "fervor religioso" y sí en cambio la manipulación de oligarquías familiares. Meyer corrió con suerte con su "pueblo profundo": se le encargó en El Colegio de México lo que resulta ser una pésima evaluación del periodo de gobierno de Plutarco Elías Calles, con una visión todavía peor del norte de México. Meyer logra hacer una historia de la guerra cristera omitiendo por ejemplo los antecedentes del arzobispo José Mora y del Río, que resulta una pobre víctima de un error de imprenta; abstrayéndose del papel jugado por los estadounidenses y de la antigua filiación huertista de algunos líderes religiosos y militares, como Enrique Gorostieta. El método será siempre el mismo: ademanes de gran mandarín francés, descontextualización sistemática e ideologización en nombre del rechazo a "la ideología". Boomer, no deja de ver en Calles "cierto cartesianismo" y "racionalismo", para rematar en la desacreditación de toda autoridad.

      Dejemos de lado que el mundo intelectual está repleto de segundas nupcias -como la de Meyer, presumida por Krauze- que por ciertas conductas tienen efectos desagradables para los de las primeras nupcias, si no han compartido la "gloria": deben ir a dar en el olvido. Por lo general, el proceso acompaña el brinco a la fama. Meyer la logró prestando los servicios ideológicos que se esperaban de él en un país profundamente conservador como México, al menos en ciertas capas de la sociedad. Y es así que el historiador logró coronarse con un premio que le fue otorgado por el gobierno del derechista (Acción Nacional) Felipe Calderón. Al inicio del sexenio actual, Meyer ya había sabido refrendar su pertenencia grupal a riesgo de pasar por encima de la verdad, así que se deshizo precavidamente en elogios al periodista Carlos Marín, y a Carlos Puig, Héctor Aguilar Camín y León Krauze,  "nuestros valientes". Tal vez el historiador no se haya dado cuenta que todos mantienen sus espacios.

      El problema puede estar en ciertos presupuestos, como el de que Meyer es un "gran historiador". Luego de haber prestado los servicios requeridos por camarillas de poder intelectual, logró publicar en editoriales "de reconocido prestigio". Así, en 1991, Meyer dió a luz en el Fondo de Cultura Económica (FCE) El campesino en la historia rusa y soviética. Escribe: "en 1933, es decir a medio camino entre el genocidio armenio perpetrado por el Estado turco (1915) y el genocidio judío perpetrado por los nazis, seis millones de ucranianos desaparecieron durante una hambruna organizada por las autoridades soviéticas". El asunto fue retomado por los ucranianos con el nombre de Holodomor. Cabe señalar que esta versión de la hambruna es la de los nacionalistas ucranianos y del nazismo, propalada entre otros por el periodista estadounidense filonazi Randolph Hearst. Lo que dice Meyer no se sostiene, aunque sea porque él mismo reconoce que la hambruna se produjo también en algunas regiones de Rusia (Kubán, Don y Volga), por lo que no parece haber existido alguna dedicatoria especial para los ucranianos. Meyer llega más lejos al citar al movimiento ruso Memorial, que eleva la cifra a 20 millones de muertos: si sumamos (por lo bajo) otros 20 millones de muertos durante la Segunda Guerra Mundial, en cerca de dos décadas la Unión Soviética habría perdido 40 millones de vidas. Por esa época, de acuerdo con el censo de 1937, luego repetido (1939), la Unión Soviética tenía unos 162 millones de habitantes. Supongamos que antes hubieran sido 182 millones: no queda muy claro cómo un país de unos 180 millones de habitantes podría aguantar la muerte de unos 40 millones de seres, sobre todo que al Frente no fueron mujeres y niños. Meyer llega a citar cifras más excitantes aún, como las de Roy Medvedev: 40 millones de muertos por el estalinismo, lo que junto con la guerra arrojaría 60 millones de muertos para un país de "180 millones". Desde luego, sobre todo cuando se es boomer, no está prohibido soñar ni pedir lo imposible, con todo realismo. No queda claro si es historiografía o asunto de correr apuestas como en las Vegas: ningún país de 180 millones de habitantes aguantaría la muerte de 40 millones, y menos en un periodo tan corto.

     Las autoridades soviéticas no "organizaron hambrunas". En 1930, en un artículo intitulado "Ebrios de éxito", Stalin, quien llamaba a la burocracia "casta maldita", llamó a no forzar en exceso la colectivización, aunque ésta culminó en 1932. A juzgar por dicho artículo, no se trataba de "la política de Stalin", y en todo caso la colectivización tenía una razón de ser, más allá de lo que Meyer llama "imbecilidad ideológica profundamente arraigada en ciertas izquierdas".

      Las hambrunas eran frecuentes antes de 1917 por una razón: el tipo de cultivo ("cultivo en franjas") utilizado por los campesinos, ucranianos incluidos. A raíz de la colectivización y con la excepción de un pequeño periodo perfectamente comprensible inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial (1946-1947), lo que ocurrió -¿qué raro?- es que las hambrunas desaparecieron, y para siempre. ¿Por qué Rusia es hoy un formidable exportador de trigo? Ciertamente, durante la colectivización hubo deportaciones de campesinos ricos, pero hubo también muchos campesinos que no resistieron y más bien vieron con buenos ojos el proceso. En 1933, el gobierno soviético comenzó a proveer de ayuda masiva de cereales a los lugares donde había bolsones de hambruna. "El campesino" no desapareció: por lo menos hasta los años '60 y sin hambrunas, la Unión Soviética siguió siendo un país predominantemente rural, y con una herencia comunal que pesó muy fuerte en la trayectoria histórica, tal y como lo han sostenido estudiosos como Antonio Fernández Ortiz y Serguei Kara-Murzá. Es con la posterior urbanización que empezaron a alterarse estas bases comunales del socialismo y se fue derivando hacia una mentalidad cada vez más entre burocrática y clasemediera. Los líderes comunistas latinoamericanos que visitaban Moscú en los '60 aún decían que parecía "una gran aldea", y que el soviético era un mundo campesino, de mujiks. Posteriormente, no faltaron los escritores soviéticos, nunca disidentes, que sintieran nostalgia de este mundo del campo, los "aldeanos" (derevianchiki), entre ellos el muy prosoviético Valentín Rasputín.

     No es que no haya entendido nada: Meyer vió lo que su prisma ideológico anticomunista le permitió ver, sin impedirle llegar a planteamientos absurdos nunca corregidos y con fuentes originadas en el nazismo. En estas condiciones, no se trata a la gente de "imbécil". En fin: puede que hayan sido "la mano invisible del mercado" y "los derechos y las libertades" los que hayan llevado a Meyer a consagrarse incluso con falsedades flagrantes, que tampoco escasean en su Rusia y sus imperios. Cuando se edifica así una fama, no es seguro que se pueda hablar de "valientes". Pero en fin: si ya saben cómo soy, no me inviten. Los dejo con Don Chayo y sus Cardenales (da click en el botón de reproducción).


 


jueves, 23 de diciembre de 2021

MIÉNTEME MÁS, QUE TUS MENTIRAS ME HACEN FELIZ

 La señora Isabel Turrent, esposa de Enrique Krauze, escribió hace poco en el periódico mexicano Reforma lo siguiente ("El fin del zar rojo"):

     "En 1937 los asuntos de Estado en la URSS se discutían entre películas y comilonas en la dacha de Kuntsevo, el retiro secreto de Stalin, donde rodeado de una corte reducida de lacayos serviles y adoradores de la violencia y la tortura a la medida de la paranoia del dictador (los tiranos siempre encuentran los operadores adecuados para sus fines), se decidía el destino de los enemigos en turno". De acuerdo con el libro testimonial de Simon Sebag Montefiore, La corte del zar rojo, fue hasta después de la guerra (es decir, después de 1945) que las cosas pasaron a decidirse como las describe Turrent, quien olvida mencionar buenas dosis de alcohol. Los soviéticos estaban literalmente embriagados por la victoria, al grado de que hay quien ha dicho que mejor hubieran perdido en el conflicto. En 1937, las cosas se resolvían en la llamada "pequeña esquina" del Kremlin, no en Kuntsevo, y no era Stalin quien confeccionaba las listas, sino que incluso llegó a no dar crédito a la información que se le hacía llegar sobre tal o cual supuesta "conspiración". Los había, pero no todos eran lacayos serviles: Semión Budionni, por ejemplo, encaró a Stalin sobre las ejecuciones. No le ocurrió nada. Esto es lo que consta en el libro de Montefiore, muy poco amigable hacia Stalin.

     Prosigue Turrent: "quienes iban a dar a las prisiones de la KGB sabían que su familia y todos sus conocidos, y la familia y los amigos de sus conocidos, acabarían en la tumba o en el Gulag". El problema es que la KGB (Comité para la Seguridad del Estado) no existía, puesto que se creó en 1954, un año después de la muerte de Stalin: quien se encargaba de sembrar el miedo era el NKVD (Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos).

     Adelante con la señora Turrent: "quienes caían en manos de Yagoda o Beria, para mencionar nada más a dos de los arquitectos del Terror, guardaban sin embargo un dejo de esperanza -inexplicable-; le pedían a Stalin por su familia y aceptaban en juicios públicos los crímenes que nunca habían cometido para salvaguardar su papel histórico como defensores del partido leninista y, con mucha suerte, su vida". Nótese que la frase carece de sentido: uno no confiesa ser un criminal para salvaguardar alguna reputación. En 1937, Guenrij Yagoda o Lavrenti Beria no tenían nada que ver con el asunto, puesto que el encargado de las ejecuciones era, como jefe del NKVD, Nikolai Yezhov. Yagoda cayó en 1936 y Beria, al quedarse al frente del NKVD en 1938, mandó vaciar los campos (Gulags), de la misma manera en que luego liberó presos políticos y suprimió la tortura. Con Yezhov, entre 1937 y 1938, efectivamente cundió el miedo porque el jefe del NKVD mandaba ejecutar legiones de inocentes. Yezhov fue descubierto y ejecutado. Stalin afirmó que por culpa de Yezhov había muerto "gente inocente" y se había acabado con muchos de los mejores cuadros del partido. Yezhov actuaba de consuno con primeros secretarios del partido. La información llegaba desde estos sectores intermedios a Stalin, y no al revés. Siempre de acuerdo con el texto de Montefiore, a Yezhov se le pudo probar en el registro de domicilio que conspiraba contra Stalin.

      Para Turrent, "Stalin era (y sigue siendo en la Rusia de hoy) muy popular". No tanto, si había quienes como Yezhov buscan sacarlo del camino. En cuanto a la actualidad, la población rusa está dividida.

     "El Estado -dice Turrent- era dueño de todo, el único empleador y proveedor de servicios". En lo que toca a la época de Stalin, es falso: desde tiempos zaristas hasta los años '50 existía el artel, una forma cooperativa ajena al Estado. Fue defendida contra la colectivización forzosa por Stalin, en el año 1930. Stalin defendió la libertad de emprender del artel hasta 1952, un año antes de su muerte, y esta forma de producción garantizaba el abastecimiento del mercado de tal forma que no hubiera carestía. Por lo demás, en el campo se podía tener desde huertos personales hasta ganado doméstico de propiedad privada y no estatal. Fue el líder soviético Nikita Jrushchov quien en 1960 la emprendió contra el artel y el comercio minorista. A propósito de películas y comilonas, en una de éstas Beria tocó la cabeza de Jrushchov con los dedos (como cuando se toca a una puerta) y exclamó: "!hueca!".

      Según Turrent, Stalin era "neurótico, mercurial, vanidoso y genocida", solo que para la época no se estilaba hablar de neurosis y no hubo genocidio alguno, ni siquiera de las nacionalidades que fueron deportadas por colaborar con los alemanes durante la guerra (tártaros de Crimea, chechenos, alemanes del Volga, etcétera...). Luego pudieron volver a sus lugares de origen.

     Turrent, muy al día, escribe que Stalin "firmó un acuerdo con Hitler, que desató la Segunda Guerra, bajo la creencia -bismarckiana- de que los alemanes nunca abrirían dos frentes: no atacarían la URSS en años y le permitirían reconstruir el Ejército y a la industria militar". Nadie le había hecho nada a la industria militar, que al comienzo de la guerra fue llevada a los Urales. El pacto germano-soviético data de 1939 y para ese entonces Hitler ya iba camino a la guerra, puesto que acababa de tragarse Checoslovaquia. Al menos según Montefiore, Stalin esperaba el ataque para 1942, no para "años después", y efectivamente los alemanes se cuidaron de abrir dos frentes a la vez; atacaron a la Unión Soviética luego de que Francia se hubiera rendido y de que Gran Bretaña se instalara en la calma. Francia capituló en junio de 1940 y la batalla de Inglaterra (aérea) cedió en mayo de 1941, un mes antes de que los nazis se lanzaran contra los soviéticos, por lo que la guerra ya estaba desatada. Las cosas ocurrieron de tal modo que Stalin estuvo pidiendo un buen rato, durante la guerra, que los aliados abrieran el "segundo frente", ante un primer ministro británico impasible, Winston Churchill.

     Remata Turrent: "los soviéticos ganaron de milagro: el legado de Stalin fueron 20 millones de muertos y un país destruido que hubo que levantar desde sus cimientos". El problema es que a esos 20 millones no los mató Stalin, sino la soldadesca nazi. Los milagros ocurren cuando alguien tan mal informado, y además estereotipado, tiene una columna en un periódico en la cual puede decir absolutamente lo que sea, con toda impunidad, probablemente muy bien pagada y sin que salga nadie a significarle que no se puede escribir un artículo tan plagado de errores de información. Por cierto, pareciera -dado que retuitea a señora e hijo- que a Krauze no le incomodan ciertas formas de nepotismo: optó por jugar las reglas del monarca que critica con su excelente "código Morse", con lo cual lo escrito no guarda mayor relación con la conducta personal. Salvo que ésta se encuentre legitimada por una "exclusividad de derechos" para la gloria, puesto que se tiene imagen y fama. Para familia y amigotes, así escriban incluso incoherencias. En fin, con todo cariño para la señora...(click en el botón de reproducción)



martes, 21 de diciembre de 2021

CHILE: LA REINA ISABEL SEGUIRÁ CANTANDO RANCHERAS

El triunfo del centro-izquierdista Gabriel Boric -de 35 años- en la segunda vuelta de las elecciones chilenas ya dió para una nueva coincidencia entre la izquierda progresista latinoamericana y los "demócratas liberales". El Grupo de Puebla se apresuró a arrimarse a Boric, que no era su candidato, ya que lo era el señor MEO (Marco Enríquez Ominami), quien obtuvo una votación bastante deplorable en la primera vuelta. Boric llegó con un "empujoncito" del Partido Comunista de Chile, arrimado a su vez a los cubanos de manera erróneamente incondicional, y que encontraron "voces" para sugerir que ya se están abriendo las grandes alamedas de las que hablara Salvador Allende, el presidente chileno de la Unidad Popular (UP) entre 1970 y 1973, sacado del gobierno por el golpe de Estado de Augusto Pinochet. Para variar, se cayó en el triunfalismo del poder olvidando que el derechista José Antonio Kast obtuvo más del 44 % de los votos, lo que es tanto como decir que la población chilena está dividida. Kast se impuso ampliamente en la capital chilena, Santiago, y zona metropolitana, y en la "frontera centro sur", hacia la Araucanía. Las divisiones regionales también son significativas.

      Ahora sí. Isabel Turrent, columnista mexicana de Reforma, tuiteó lo siguiente: "celebro el triunfo de Boric en Chile. Después de 1973, la izquierda merece otra oportunidad, el fascismo pinochetista que representa Kast, no. Ojalá Boric gobierne desde el centro de la izquierda liberal". Tal vez haya quien pueda explicar qué diablos es "el centro de la izquierda liberal". Lo cierto es que en el programa de Boric hay de centro, de izquierda y de "liberal". El ex canciller Jorge G. Castañeda tuiteó por su parte: "espero que el joven (...) aprendió la lección de Allende. No se puede hacer una revolución por las buenas: o se hace por las malas, o no se hace" ("Boric para todos"). El marido de la señora Turrent, para más señas Enrique Krauze, tuiteó por su parte: "Boric tiene una oportunidad histórica: mostrar que es posible una izquierda constructiva y tolerante, acorde con la gran tradición republicana de Chile". 

     A finales del siglo XIX, con un programa liberal, José Manuel Balmaceda fue orillado en medio de una guerra civil al suicidio. Tal vez se trate del presidente Pedro Aguirre Cerda y sus no tan republicanas simpatías por el nazismo. O de quienes ordenaron la cruel matanza de miles de mineros de Santa María de Iquique a principios del siglo XX (en 1907: el presidente era Pedro Montt). Pasemos sobre Pinochet. ¿O se trata del golpe de Estado de Marmaduke Grove en 1924? Como lo ha demostrado el estudioso Jorge Larraín, las grandes tradiciones históricas de Chile han sido la guerrera, por la lucha de frontera contra los mapuches, y la de la hacienda. No da demasiado para una "gran tradición republicana", pero como sea es encantador leer a Turrent, Castañeda Jr. o Krauze dar consejos desde el palco de la Historia a la que ellos ya pasaron, al igual que los izquierdistas. Castañeda, que no es tonto, sabe muy bien que Boric no tiene mayor "margen de maniobra". No debe haber por lo demás confusión: como lo demostró Inna Afinogenova en Russia Today en Español, cifras en mano, las protestas contra el saliente mandatario Sebastián Piñera no fueron de sectores populares, sino en buena medida de estudiantes de educación superior. Luego, la población se desentendió en buena medida de la Constituyente para redactar una nueva Constitución, para salir ahora más o menos masivamente a votar con el resultado de un país partido en dos.

     Boric tiene, más allá de la imitación de los dictados de organismos internacionales, algunas ideas interesantes: subir impuestos a los ricos, crear un buen sistema de salud, evitar la minería que afecte al medio ambiente, terminar con esquemas de pensiones privadas y remover las deudas estudiantiles. Castañeda Jr. empuja en la dirección de interés para sectores de clase media: aborto, matrimonio gay, legalización de la marihuana, género, cambio climático...

     Boric supo atraerse a los indecisos, pero hay que considerar lo siguiente. En la primera vuelta al menos, los sectores populares se inclinaron por Kast, no por Boric, curiosamente candidato de sectores acomodados y de jovencitos, los de entre 18 y 30 años.

      Para reunir los ingredientes de la ensalada rusa, Boric se ha pronunciado contra Cuba, Nicaragua y Venezuela y es alguien cercano a los inexpertos españoles de Podemos.

      De esta hegemonía estudiantil y de clase media, ajena a los intereses populares, no está del todo claro lo que vaya a resultar. No sería en todo caso más que la inconclusa revolución democrático-burguesa. No es poca cosa. Con lo que no tiene nada que ver es con los ideales socialistas de Allende, ni con los que "Fidel" quiso endilgarle al mismo de la manera más imprudente, ni con el espíritu de los socialistas que esperaban que era su turno de usufructuar el Estado en beneficio propio, si se deja de lado por un momento la idealización del gobierno de la Unidad Popular. Música chilena: da click en el botón de reproducción.



lunes, 20 de diciembre de 2021

URSS: A TREINTA AÑOS DE LA EXTINCIÓN

 Una de las cosas que seguramente haya que agradecerle al historiador británico Simon Sebag Montefiore es haber escrito una completamente contradictoria, pero no por ello menos interesante, biografía de Stalin en dos tomos, el segundo de ellos intitulado La corte del zar rojo. Stalin está lejos de aparecer, contra quienes creen que el del británico forma parte de los "libros para no hacer la revolución", como un simple resentido, un hombre lleno de odio -Sebag Montefiore en ningún momento menciona esta palabra, y además, no se llama tampoco Montefiori- y todavía menos alguien "limitado". Dicho sea de paso, el líder soviético jamás dijo que los bolcheviques fueran "de una factura aparte", sino de una "pasta especial".

      Pasemos sobre el hecho de que, aún apoyándose en testimonios muy valiosos y datos de archivo, La corte del zar rojo es un libro a tal punto descontextualizado que llevó a quejas de más de un lector: la supuesta "corte" de Stalin y éste no parecen movidos por ninguna consideración política, sino por algún tipo de "fundamentalismo" y el puro capricho, prolongando de esta manera la tradición zarista, aunque en medio de un aparente relajo total que involucra un mar de asesinos, depravados sexuales, mujeriegos y alcohólicos incorregibles. Cierto es que una que otra personalidad resultó siniestra, pero ahora se sabe, gracias a investigaciones de archivo, por qué motivos. Stalin nunca le perdonó a Nikolai Yezhov, jefe de la policía secreta a finales de los años'30, la ejecución de gente inocente en los terribles años 1937-1938. 

     La descontextualización de Montefiore lleva a omitir el constante clima de asedio contra los bolcheviques, desde la Guerra Civil hasta la Segunda Guerra Mundial, pasando por los intentos del nazismo por socavar desde dentro al poder soviético. Y por lo demás, las cifras de muertos pasadas a la cuenta de Stalin son un estafa total, ya demostrada hace tiempo. Pareciera por lo demás que todos los prisioneros eran inocentes, incluso los delincuentes comunes. Montefiore tampoco se da cuenta de que gracias a la colectivización forzada de la agricultura se acabarían a la larga las hambrunas, que datan de antes de 1917 (y que cesaron con una última, muy explicable, después de la guerra), y se daría paso, mediante planes quinquenales, a una industrialización muy exitosa que permitió vencer en la guerra contra los alemanes (algo olvidado por el actual gobierno ruso) y hacer de la Unión Soviética una potencia, lo que en más de un aspecto la Federación Rusa sigue siendo.

     En abono de Sebag Montefiore y puesto que no se trata de rehabilitar ni glorificar a nadie, puede decirse que los modales de los dirigentes de la época de Stalin solían ser los del pueblo, en más de una ocasión bruscos, y de un pueblo que, más que de un pasado capitalista, venía de uno feudal bastante brutal. Aún así, era el mundo del trabajo: Sebag Montefiore reconoce la impresionante capacidad de trabajo y organización de Stalin y muchos de sus allegados, su ánimo de constante superación personal y sus conocimientos incluso enciclopédicos.

      Fue un periodo, de mediados de los años '20 a principios de los '50, unas tres décadas, de gobernantes salidos del pueblo: Stalin, hijo de zapatero y él mismo zapatero; Serguei Kirov, mecánico; Semión Budionni, hijo de campesinos pobres; Lazar Kaganóvich, zapatero; Viacheslav Molotov, hijo de un tendero; Lavrenti Beria, hijo de una familia de campesinos pobres también; Anastas Mikoyán, hijo de un carpintero; Mijaíl Kalinin, hijo de labrador y convertido en obrero industrial; Kliment Voroshilov, hijo de ferroviario... había pocas excepciones, como las de Andrei Zhdanov, Gueorgui Malenkov y Sergo Ordzhonikidze. Seguramente más de uno vió con espanto que gente del origen más humilde se encontrara en la cúspide soviética. La desventaja del "muchacho de campo" Nikita Jrushchov está en que, además de haberse aficionado a las ejecuciones en masa, al grado de superar las "cuotas", no parece haber sido tan proclive a la superación personal ni a pasar de ser semianalfabeto. Prefería vociferar contra el "Judas Trotski".

     El mismo Sebag Montefiore reconoce que Stalin detestaba que lo adularan y lo expresaba abiertamente. La explicación del indudable culto a la personalidad está en otra parte y no hace inocente al pueblo soviético. Hay registros documentales fílmicos que muestran a un Stalin atónito y exasperado ante los interminables vítores a su persona. Ni adalid del terror, pues, ni de que lo alabaran, lo que no lo exonera en su brusquedad. Sobre la ejecución de inocentes por parte de Nikolai Yezhov en el terrible periodo 1937-1938, Stalin argumentó que no era sencillo fiarse de las pruebas de aquél en 1937: se había destruido a "gente honesta" y a "los mejores cuadros", todo en un clima del que Sebag Montefiore ni cuenta se da, el de la inminente guerra. Sebag Montefiore confirma que el totalmente disoluto Yezhov apuntaba contra Stalin. Documentales de la época muestran a un Yezhov frívolo e incapaz de sostener la mirada.

     Después de todo, Sebag Montefiore da a entender cómo en los difíciles años '30 había gente -y bastante- opuesta a Stalin en el partido gobernante que al mismo tiempo lo aplaudía o podía incluso llamar "caudillo" (Vozhd), ocurrencia de Jrushchov que Sebag Montefore repite hasta el cansancio. Stalin ni siquiera quería el liderazgo a toda costa y en sus últimos años solicitó en más de una ocasión ser remplazado, lo que la adulación le negó, como ocurrió inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el líder soviético ni siquiera se entusiasmó de que lo nombraran "generalísimo". El problema se complicó después de la Segunda Guerra Mundial: los jerarcas soviéticos llegaron a sentirse embriagados por la victoria, por lo que difícilmente admitían que Stalin quisiera volver sobre lo no resuelto antes de la guerra. Stalin llegó a confiar sobre todo en Andrei Zhdanov (y no tanto en Beria), pero éste murió temprano y por lo demás no ambicionaba el poder. Stalin solía prestar más atención a quienes discrepaban, y según testimonios citados por Montefiore, "le gustaba la gente que tenía su propio punto de vista y no temía defenderlo". Se enojaba hasta gritar con quien le contestara "sí, camarada Stalin; por supuesto, camarada Stalin...sabia decisión, camarada Stalin". Por lo demás, según el mismo líder bolchevique, "era más fácil fusilar que poner a la gente a trabajar".

     Sebag Montefiore muestra lo duras que podían ser las disputas políticas y confirma que más de uno se opuso a Stalin sin acabar en ningún Gulag, desde Molotov hasta Voroshílov, pasando por el militar Gueorgui Zhukov.

      Al final de la guerra, con muchos de los mejores hombres muertos en el Frente, la burocracia que Stalin no pudo derrotar en 1936 siguió avanzando, al grado que puede pensarse que sólo esperaba la ocasión de llevar la clásica operación de lavarse las manos para hacerse del poder y legitimarse ante la población: es lo que logró en 1956 Jrushchov en medio de un hoy probado alud de mentiras. Se entronizaba así el hábito del gran discurso "ideológico" -más bien reducido a propaganda- sin mayor responsabilidad y en cambio con ambición. No queda claro qué se reivindica de Jrushchov, quien llegó al poder mediante un golpe de Estado, apoyado por algunos militares, que incluyó la ejecución de Beria con una a todas luces fabricada acusación de ser "espía británico". Como Stalin y sus allegados alrededor de 1936, Beria, artífice de la bomba atómica soviética, buscaba un Estado más independiente del partido único, aunque no era un bolchevique "a fondo". Quienes se opusieron al ascenso de Jrushchov fueron llamados de hecho "el grupo antipartido". En adelante, contra lo deseado desde 1936, se corría el riesgo de que la politiquería se impusiera al profesionalismo en el manejo del Estado. Beria fue apartado del grupo en el poder para ser ejecutado con el apoyo del militar Zhukov. Las condiciones del asesinato de Beria nunca fueron aclaradas por Jrushchov, alguien de quien Stalin decía que era "más ignorante que el Negus de Etiopía"   

     Los últimos años de vida acentuaron en Stalin rasgos de decrepitud que le hacían difícil gobernar, pero el problema estaba en otra parte: el engreímiento por la victoria había creado laxismo, ambiciones entre "los mariscales" y dejaba abierto el camino a la ya rampante burocratización de preguerra. Curiosamente, el deshielo puede leerse como el triunfo de la burocracia a la sombra del partido y el principio de una peculiar ineptitud, que Mijaíl Gorbachov, el último líder soviético (y objeto de reconocimiento del gobierno ruso de Vladimir Putin) encarnaría a la larga muy bien.

     Montefiore escribe tranquilamente que los allegados de Stalin terminaron por retirarse del poder sin ningún privilegio. No robaron ni disfrutaron de lujos particulares, como no fue tampoco el caso de Stalin. Tampoco hubo nepotismo. En estas condiciones, de La corte del zar rojo queda la pésima impresión de un uso de los testimonios y los archivos ajeno a cualquier otra consideración que no fuera la de mostrar lo que puede hacer la ambición de poder, el gusto por la intriga, la sed de sangre y cosas por el estilo, para compensar personalidades "resentidas, limitadas y llenas de odio". No deja de ser un estereotipo, por lo demás frecuente en países como los latinoamericanos, o incluso una proyección de quien lo escribe.

     Lo interesante de La corte del zar rojo es que muestre una época dura y el peso de costumbres de origen feudal en el trato, que duran hasta hoy, mezcladas con el sovietismo y ahora con el capitalismo. La costumbre feudal está ligada a una dificultad para el trato entre iguales y una tendencia marcada a la humillación, que convierte la ofensa y el pedido de perdón por la ofensa en todo un deporte. No es seguro que Occidente comprenda que entre los años '20 y '30 del siglo XX se alzó una gran potencia; tampoco es seguro que, por abandonar el pasado marxista-leninista, los rusos de hoy entiendan que lo que se les depara constantemente desde el exterior puede ser más que la pura humillación: repelieron el nazi-fascismo, pero no puede decirse que lo hayan comprendido desde dentro. Pasarse el tiempo escupiendo sobre el pasado -con verdadero fervor- no ha demostrado ser garantía de ganarse los favores del mundo capitalista.


 




      


 


sábado, 18 de diciembre de 2021

ELEGIDOS PARA LA GLORIA

 La derecha centrada en ser "demócrata liberal", en reivindicar "los derechos y las libertades" y seguramente que también algo tan vago como "el mercado" no puede dar explicaciones de ciertos fenómenos, y es probable que tampoco le interese.

     Haití, por ejemplo, es un Estado fallido, o prácticamente un país sin Estado, con un aparato de gobierno en gran medida al servicio del crimen organizado y con parte del pueblo lumpenizado. Bandas de criminales más o menos ligadas al gobierno pueden armar masacres en barrios populares, como lo hizo Jimmy Chérizier, Barbecue, ex policía: en La Saline, con unos 70 muertos; en Bel-Air, con 24 muertos; o en Cité Soleil, con 145, todo en barrios populares de la capital haitiana, Puerto Príncipe. El recurso de culpar nada más a los oligarcas locales no sirve; Haití lleva décadas de ser un "país ONG" regenteado por Estados Unidos y gente tan importante como el ex presidente William Clinton sin salir del atolladero. Tal vez haya quien crea con racismo que se está en Africa o que basta con repetir "el país más pobre del hemisferio occidental". A los "demócratas liberales" Haití les importa un pepino. El asunto sería a lo mejor algo secundario si Honduras no estuviera también en una situación deplorable, y hasta hace poco con un narcotraficante a la cabeza: Juan Orlando Hernández, por suerte presidente saliente ahora que llegó a la presidencia Xiomara Castro. Paraguay es otro lugar que es algo parecido a un "narco-país" y, gracias a la demolición del estado de Derecho, el Ecuador ha caído en un estado muy grave, al que no es ajeno el crimen organizado, desde que salió del gobierno Rafael Correa Delgado. En ligas ya mayores, no es un secreto que Colombia no es el paraíso de los Derechos Humanos: ya se llegó a la masacre 91 del año, con 164 líderes sociales asesinados. Ya se ha dicho que el fujimorismo peruano no ha estado exento de vínculos con el narcotráfico, pero Mario Vargas Llosa lo prefiere a Pedro Castillo, actual mandatario de Perú, de la misma manera en que defendió al derechista presidente colombiano, Iván Duque. El asunto no es nada más de Haití. Sin embargo, todos los temas mencionados se les "pasan" a los "demócratas liberales" que, ellos sí monomaníacos, no están más que interesados por la situación de Cuba, Venezuela y Nicaragua.

      No es necesario ser un fan de estos países y, por decirlo de alguna manera, probablemente Venezuela se cuece aparte en su sempiterno rentismo. Es de suponer que Nicaragua debe reducirse a ciertas extravagancias del presidente Daniel Ortega y la vicepresidente Rosario Murillo. Con todo, no está de más comparar lo que es comparable. Cuba, en particular, está lejísimos de vivir la auténtica tragedia de Haití. Cuba no es un país inseguro en manos del narcotráfico, lleno de pistas de aterrizaje para avionetas con "cargamento" sudamericano para el mercado estadounidense, ni de puertos como los haitianos a donde llega más "cargamento". No es que Cuba no se haya visto amenazada, pero logró luchar contra la tentativa del narcotráfico de aprovechar el paso por la isla y errores como los de Arnaldo Ochoa y otros, hace tiempo. No es de cubanos, aunque los hay, que están formadas las caravanas de migrantes en México: tan sólo en Tapachula, Chiapas, han estado estacionados cerca de 20 mil haitianos en medio de la indiferencia total. Hay marginales en Cuba, con un estilo no muy agradable, pero no pandillerismo, mucho menos comparable al que ha asolado El Salvador hasta hace poco. Por las calles de Cuba, política aparte, se camina con tranquilidad. La capital cubana, La Habana, ni siquiera aparece en el "gran listado" de tasas de homicidio en América Latina por capitales: hasta las pacíficas Montevideo (Uruguay) y San José (Costa Rica) son más peligrosas (Nicaragua era por lo demás hasta hace poco el país más seguro de America Latina, ya con Ortega). Por cierto que Managua, capital nicaraguense, es la capital más segura de Centroamérica. Si alguien cree que la solución es más americanización, San Juan de Puerto Rico era para 2019, detrás de Caracas en Venezuela, la segunda capital más violenta de América Latina. Cuba tiene simple y llanamente el más bajo índice de criminalidad de toda América Latina. Habría que saber si no es un Derecho Humano poder vivir sin riesgo de ser asaltado, robado, extorsionado, secuestrado, "levantado", etcétera. Para que quede claro: los sistemas socialistas de Cuba y Nicaragua "producen" mucho menos criminalidad que los países capitalistas de la región, donde por lo demás la derecha usa al crimen. Por cierto: en materia de crímenes, Cuba está mucho mejor que Estados Unidos y también que Canadá.

     Una población capaz de organizarse nunca está de más. El Caribe es región de huracanes terribles: pasa uno por Haití y puede dejar miles de muertos, porque, como no hay Estado, no hay nada para prevención de desastres. El mismo huracán, a su paso por Cuba, deja cero muertos, porque el Estado responde por la población y existe muy buena prevención.

     No queda claro en qué mundo quieren los "demócratas liberales" que viva la gente. Desde luego que en Cuba hay marginalidad y desigualdades: sin embargo, cualquiera que pueda hacerlo está llamado a demostrar que estas últimas son del tamaño de las diferencias insultantes entre por ejemplo Interlomas y Chalco en el valle de México, o que la muchas veces insoportable burocracia cubana se mete el presupuesto público en bolsillos particulares a un ritmo frenético como el de México hasta hace poco. ¿Hay alguna lista de cubanos millonarios? Los hay, pero pocos, y sin llegar realmente a multimillonarios: ésto lo dicen fuentes estadounidenses, tipo Radio y TV Martí. Así que se trata de una forma de insulto menos: ni riqueza extrema, ni pobreza extrema. A quien le guste, puede escuchar al escritor Leonardo Padura al respecto: hay menos igualdad que antes en Cuba y gente haciendo dinero, pero nada comparable al resto de América Latina.

      Se puede decir que Cuba es el único país de América Latina que ha sido capaz de fabricar vacunas, varias, contra la Covid 19. Cuba tiene un índice de desarrollo humano alto: quien hable de dictadura está llamado a demostrar que los Duvalier, los Somoza, Rafael Leonídas Trujilo u otros produjeron cierta calidad de vida, porque no parece el caso. La esperanza de vida al nacer en Cuba es de 79 años  (75 años en México...y 64 años en Haití). La esperanza de escolaridad es alta, 13,8 años (es decir, hasta el segundo año de enseñanza universitaria). México está por debajo de Cuba en el índice de desarrollo humano; Haití tiene el más bajo de América Latina. En fin, que podría parecer propaganda, así que mejor parar aquí, no sin agregar que Cuba, nivel 28 en criminalidad en el mundo, está mejor que Alemania, Suecia o Francia. 

      Nadie ha dicho que al mismo tiempo no haya un mar de problemas, y muchos de ellos serios, en Cuba. Si quisiera, el ensayista mexicano Enrique Krauze pudiera utilizar su excelente "código Morse" para explicar, detrás de la fachada socialista, los problemas de la cultura política cubana, no tan ajenos al resto de América Latina (Cuba y Nicaragua no han sido los únicos países en producir "hombres fuertes" que se eternizan en el poder y causan con ello estragos). Tampoco hay por qué aguantarse la lengua de madera del presidente cubano Miguel Díaz-Canel al pasarse el tiempo recitando a "Fidel" y encima al merolico de Hugo Chávez. Si, como sugiere Jesús Silva-Herzog Márquez, la democracia es "la casa de las contradicciones", un sistema como el cubano también lo es, a pesar de más de un burócrata cubano o de lo que propone la propaganda oficial. Las visiones maniqueas no sirven de gran cosa, salvo para quedar bien con el "coro de amigos": es una lástima que, atribuyendo a los comunistas serlo, los "demócratas liberales" den de lleno en lo monomaniaco. Es chistoso, pero parecen pensar, como más de un oficialista cubano, que el sistema de la isla o el de Nicaragua están exentos de contradicciones. Los "demócratas liberales" no son gente carente de ideas interesantes, pero, además de decir por qué la cuestión social les importa muy poco, podrían aclarar por qué son de un simplismo que envidiarían Nikita Jrushchov o Leónid Brezhnev, al ver las cosas en blanco y negro: el que no comulga con dos o tres ideas simplonas es "antidemocrático". Algunos de los problemas de Cuba, en la cultura por ejemplo, podrían ser similares a los que padecen los endogámicos adalides de "los derechos y las libertades": no queda claro si hablan para el público, algo no tan fácil cuando no hay "cosa pública" afianzada, o para una camarilla que acapara espacios en los medios de comunicación masiva y se cree envuelta en la gloria.

      Pareciera que algunos se dirigen ante todo a una clientela de amigos que son seguramente quienes están llamados a dizque garantizar la gloria, y con ella la trascendencia. Por momentos, alguien como Krauze parece demasiado atento a quién va supuestamente a pasar a la Historia y quién no. Debía pasar el gobernador de Jalisco, Enrique Alfaro, quien ha financiado a Krauze, que vio en aquél un émulo de Mariano Otero, jurista liberal jalisciense del siglo XIX, pero resulta que Alfaro, quien a diferencia de Otero no ha escrito ni una línea, está en la mira de las autoridades estadounidenses por sus vínculos con el crimen organizado, y más particularmente con el narcotráfico. Estos vínculos han sido rastreados por los periodistas mexicanos Anabel Hernandez y Ricardo Ravelo.El socialismo cubano no fabrica criminales. Al capitalismo pueden encantarle y Krauze se ha involucrado con alguien como Alfaro, que es un delincuente. No queda claro, insistamos, cuál es la gracia de tratar como parias a países como Cuba y Nicaragua, exentos de los desmanes abiertamente criminales de la gran mayoría de países de America Latina, y recibir al mismo tiempo dinero de un jefazo del crimen organizado disfrazado de gobernador, y todo para trascender y pasar a la Historia. Tal vez no se trate más que de algo no muy diferente de ciertos narcotraficantes: un gran esfuerzo por ganarse un lugar en el recuerdo de alguna gente, luego de haber jugado reglas del poder no muy gratas. Algo debe andar mal para que el escritor Mario Vargas Llosa prefiera al fujimorismo probadamente delincuente o al colombiano Duque, o para que Krauze (en la foto) no salga en defensa de Alfaro, (a) "Mariano Otero": cierto tipo de degradación parece preferible al riesgo de perder lo que no es más que un bastante imaginado sitial en la Historia, porque no es algo que se decida entre amigos, salvo temporalmente.




martes, 14 de diciembre de 2021

MÉXICO: PROVINCIANOS EN ACCIÓN

 Algo está pasando con la intelectualidad que no queda claro qué significan para ésta ciertas palabras. El poeta mexicano Javier Sicilia, por ejemplo, escribió recientemente algo que parece querer buscar alguna forma de "trascendencia": "guardando las debidas proporciones", según las propias palabras del señor, resulta que el tipo de relación del mandatario Andrés Manuel López Obrador (AMLO) con "la masa" es semejante a la de Adolfo Hitler. Bueno, "ciertamente AMLO no es Hitler", dice el poeta, pero al final, pues ya no se aguanta, demostrando de paso una mala lectura de Elías Canetti: "ciertamente AMLO no es Hitler, dicta Sicilia, y prosigue -carece de su genio y de la disciplina de masas del nazismo-, pero tiene su psicología y hay que temerla". Y prosigue: "creer que las elecciones le pondrán un alto a la Cuarta Transformación, esa versión mexica del Tercer Reich, o que la izquierda podrá enderezar su intoxicado sueño, es no haber entendido el horror que vivimos". Después de todo, está demostrado que uno puede hacer cualquier correlación, como la siguiente: si aparecen sapos después de la lluvia, es que llueven sapos. Lo que pudiera ocurrir es que, como buena parte del lópezobradorismo ("Juntos haremos Historia"), y por momentos como el mismo López Obrador, Sicilia no resiste la tentación de querer trascender anticipándose al dictado del tiempo, para lo que necesita cubrirse de alguna gloria: seguramente, la de un tipo de heroico luchador antifascista, a menos que nada más esté haciendo performance para los amigos.

      En este clima sale el siempre dudoso Sergio Aguayo en el periódico Reforma con un "Ecos del 68": por el problema suscitado con el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), Aguayo primero dicta que "hay ecos del 68 por el menosprecio a estudiantes y académicos, en los modos autoritarios y en la negativa al diálogo". Pues puede ser, de la misma manera en que, en rigor, no es lo mejor, siguiendo a Sicilia, la pasión de AMLO ya presidente por dar informes anuales en un mítin en el Zócalo capitalino, como activista. Pero Aguayo, a fin de cuentas, tampoco puede aguantarse las "ganas": tuitea que el gobierno mexicano actual replica los modos practicados "por Gustavo Díaz Ordaz", presidente mexicano en el 68. Digamos que el paralelo está un poquito fuera de lugar. No hay nada en López Obrador que lo asemeje a Díaz Ordaz, ni la cara (para suerte del tabasqueño, digamos), ni el tipo de amantes, ni de vínculos con la embajada estadounidense y la Central de Inteligencia Americana (CIA), ni con el Estado Mayor Presidencial, absolutamente nada: la policía, es más, cuida las protestas de miembros del CIDE, según lo reconoce alguien que las encabeza, felicitando a la jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, quien por lo demás hace ya rato que disolvió el cuerpo de granaderos. Cabe preguntarse, como en el caso de Sicilia, si Aguayo quiere también decir "algo muy trascendente" y "glorioso", o si quiso quedar bien parado ante algún grupo de amigos, puestos en coro a demostrar que AMLO es la antidemocracia ambulante. O el último de los tontos, a partir del momento en que Aguayo niega su tuit y pide de AMLO comprensión lectora.

     La epopeya no acaba aquí. Entrevistado por Carlos Loret de Mola, cuya nueva barbita lo hace lucir como el delincuente que es (practica el fraude procesal a sabiendas de que no se castiga en México lo que en Estados Unidos representa 20 años de cárcel, por perjurio), el académico del CIDE, Jean Meyer, más intelectual que académico, cree ver en los problemas con ese centro de enseñanza la mano de los "duros" del lópezobradorismo alineados con Cuba, Venezuela, Nicaragua y el Foro de Sao Paulo, aunque muy a lo sumo está la "línea" de otro intelectual, Lorenzo Meyer, de lo más moderado, e incapaz de salir a la calle sin citar a algún autor estadounidense. Hay que tomar nota: Meyer (Jean), especialista en este tipo de cosas, dice ver "ideología" en la "agresión contra la inteligencia" y ver igualmente a un "grupo compacto ideológico" detrás del "ataque".

     Loret adivina de qué se trata y busca imaginarse un "movimiento estudiantil" por el asunto del CIDE, a ver si hay rating el año próximo, desde que la derecha le ha robado a la izquierda sus banderas. Loret a las barricadas; Loret defendiendo al mundo -lo dice- del "macartismo" del gobierno mexicano.  Loret anti autoritario, libertario y cualquier día de estos incendiario, como para pasar por revolucionario.

     Meyer es igualmente "fino", y el tipo de extranjero que hace rato ha comprendido que jugando ciertas reglas se puede lograr el apoyo del malinchismo, mientras la xenofobia se reserva para quien no las juega (es decir: la extranjería es tan solo otro pretexto más para ubicarse ante el poder y saber quién es fregón y quién está fregado). Basta con ver el curriculum de Meyer: incluye como mérito a la persona con quien está casado, y 72 libros. Dado que nuestra gloria ambulante tiene 79 años, puede suponerse que comenzó a escribir a los siete años, o si no, que su ritmo de escritura deja pensar que el mundo no es muy serio en sus cosas. A decir verdad, este hombre al que Fernando Benítez llamara "panegírico de los cristeros" no debiera tener el monopolio sobre cierta etapa de la historia de México que incluye otros intérpretes, valiosos.... "La Cristiada" ni siquiera es una expresión correcta, como lo hiciera notar Benítez. No es el único hit de Jean Meyer: en el momento de la caída de la Unión Soviética, logró colocarse como especialista en el tema y, desde luego, como acérrimo anticomunista, lo que ya dejaría suponer cierto grado de ideologización, salvo que los comunistas sean los únicos que hagan ideología, en cuyo caso se la confunde con propaganda. Muy hábil: el sistema triunfante no hace propaganda; simplemente hace publicidad. El hecho es que el libro Rusia y sus imperios, del mismo Jean Meyer, está lejos de ser una gran obra. Difícilmente pasaría en Francia.

     Así pues, Jean Meyer ha sabido hacer lo que el poder podía esperar de él y obtener a cambio privilegios. Tiene en su haber años y más años de dirigir la revista de Historia del CIDE, Istor.  Cualquiera que haya seguido la trayectoria de esta revista puede darse cuenta de que Meyer es por completo ajeno a la pluralidad y dado a crear un "grupo compacto" con una clara dedicatoria ideológica. No es que todo sea rechazable, pero la "línea" difícilmente puede negarse. De este modo, Jean Meyer, el hombre que se queja de "la ideología", no se inmuta cuando hace la suya, salvo que se quiera considerar el anticomunismo sistemático como ciencia pura y dura, en cuyo caso el senador Joseph McCarthy debe ser considerado seguramente un gran científico. Otros hechos apuntan a pensar que Meyer está lejos de ignorar lo que hace, sino que ha decidido jugar las reglas del poder: así se cuelan artículos como los de Gilles Bataillon sobre Nicaragua en la misma línea de ataque, pero con flagrantes problemas para conseguir la mínima labor imparcial que debiera ser la de un científico social. De repente, puede pensarse que Bataillon es un protegido de Meyer que al mismo tiempo la emprende contra las costumbres clientelares nicaraguenses. Puede seguirse: negando toda fuente alternativa de información seria, basada en investigación de archivos, Meyer por aquí y Meyer por acá se presenta en el Museo Memoria y Tolerancia de la Ciudad de México a expectorar, siempre con el anticomunismo por delante, supuestas verdades sobre la masacre de Katyn. No es difícil, siguiéndolo en su columna en el periódico mexicano El Universal, darse cuenta de que a Meyer el anticomunismo le impide reconstituir hasta hechos y cronologías obvias. Como sea, el tipo ha comprendido las reglas del juego y ha aceptado jugarlas, tal vez creyendo "adaptarse culturalmente": sabe prestarse, cualidad tan apreciada en la corrupción. Digamos en todo caso que su manejo de Istor, entre otras cosas, no tiene mucho de democrático y sí en cambio de elitista. Siendo boomer, es posible tener el espíritu de McCarthy y salir a la calle a movilizar estudiantes contra el autoritarismo. Es su verdad: una persona de convicciones, aunque totalmente ideologizadas y al servicio de poderes corruptos, al grado de ser capaz de celebrar a un periodista de la calaña de Carlos Marín, tal vez para conjuntar, como es habitual, la más refinada mala fe con la grosería maliciosa. Se trata de cinismo.

      No debiera rechazarse todo lo hecho por la intelectualidad de la oposición mexicana. No faltan cosas valiosas y no se puede reducir a Enrique Krauze a plagiario, a Jorge G. Castañeda a converso o incluso a Héctor Aguilar Camín a chayotero mayor del seductor de la patria. Sucede con todo que tiende a imponerse entre esta gente lo que tanto ha criticado el mismo Krauze, y con razón, puesto que también está presente en la izquierda y en el lópezobradorismo intelectual: el hábito del "coro de los amigos" que, llegado el momento, puede más que la inteligencia o el talento, y que, sin que aparezca forzosamente como tal, no deja de ser maniobra de poder dispuesta a pasar hasta sobre las evidencias. Es a fin de cuentas una inteligencia propia del subdesarrollo, pese a su megalomanía, y sale a relucir desde Sicilia hasta Aguayo, pasando por el ubicuo Meyer. Sigue siendo inentendible que López Obrador se enrede en discusiones con gente que no es representativa más que del poder de su pequeña clientela, y al margen de lo que pueda ser de interés para la mayoría de los mexicanos. Si después de la lluvia aparecen sapos, es que llovieron sapos. Así que he aquí otra versión de la República Amorosa (da click en el botón de reproducción).



lunes, 13 de diciembre de 2021

HAITÍ: MESES DESPUÉS...

 Poco a poco y sin que importe mayormente se han ido aclarando las posibles causas del asesinato del presidente haitiano Jovenel Moise, en julio pasado. Moise fue elegido no tanto por el pueblo haitiano como por la mano de su antecesor, Michel Martelly, imposibilitado para un nuevo periodo presidencial, pero que piensa ahora en volver a competir. Para la mujer de Martelly, Moise era "una propiedad". Y resulta que el cuñado de Martelly, Charles Saint-Rémy, Kiko, es considerado hasta hoy como uno de los grandes narcotraficantes de Haití. Este país se ha convertido en una ruta importante de trasiego de estupefacientes de Sudamérica hacia Estados Unidos.

     Martelly protegía al narcotráfico, como lo probó el caso de Evinx Daniel. Haití permitía el paso de droga en pistas de aterrizaje como las de Savane Diane, en puertos y lavaba dinero a través de la industria de anguilas. Moise, favorecido en un principio con el gobierno de Martelly para la agroindustria del banano, parece haber ido descubriendo el alcance del entramado en torno a Martelly y los oligarcas y grandes políticos haitianos. Incluso Dimitri Hérard, jefe de seguridad de Moise, era hombre de Martelly y estaba involucrado en negocios turbios, incluyendo el gran tráfico de droga a través de la capital haitiana, Puerto Príncipe. Como ocurre en casos similares, los estadounidenses estaban metidos a su manera, por lo que llegó a llamar la atención la ineficacia de la DEA (Drug Enforcement Agency, o Agencia para el Control de Drogas) en el país caribeño.

      Moise se quejaba de los oligarcas haitianos. Por lo demás, había tenido roces indirectos con Martelly, apodado Sweet Micky, ya que también es cantante. Moise también había tenido roces con Hérard.

      La noche del crimen, los asesinos pudieron entrar sin ser incomodados a la residencia de Moise. La seguridad estaba a cargo de Hérard. Los mismos asesinos, en su mayoría colombianos, luego de matar a Moise y creyendo muerta a su esposa Martine, que los oyó, hurgaron la residencia "en busca de algo", hasta que uno gritó "!aquí está!".

     Lo que ya se sabe es que Moise confió a allegados estrictamente suyos la confección de una lista de los principales traficantes de droga y de armas de Haití, con la idea de entregarla a Estados Unidos. Sería entonces esa lista lo que buscaban los asesinos, además de castigar a Moise por su intento de independencia. Los mismos arrestados han confesado qué era lo que estaban buscando. Moise estaba entre otros tras Saint-Rémy y su tapadera de industria de anguilas. Moise quería igualmente expropiar un puerto de gente cercana a Martelly y donde había tráfico de armas. Moise quería que los puertos inspeccionaran y pusieran impuestos a las importaciones portuarias de Saint-Rémy.

     El actual primer ministro haitiano, Ariel Henry, fue colocado por voluntad del llamado Core Group (Estados Unidos, Canadá, Unión Europea, Naciones Unidas y la Organización de Estados Americanos), y contra el anterior primer ministro, Claude Joseph. Joseph Félix Badio, uno de los jefes del grupo que asesinó a Moise, antiguo informante de la DEA, llamó en varias ocasiones a Henry pocos días y horas antes de que el mismo Moise fuera ejecutado. Henry está rodeado de gente sospechosa de narcotráfico, como Berto Dorcé.

     Lo que se desprende de lo anterior es, en toda lógica, decir desde la izquierda y hasta el cansancio que "Haití fue el primer país latinoamericano en dejar de ser colonia",  y desde los "demócratas liberales", obviando incluso las ramificaciones del crimen que llevan hasta la Colombia del presidente Iván Duque, que es hora de la libertad en Cuba y Nicaragua. Los dejamos con Sweet Micky (da click en el botón de reproducción):


 

   

viernes, 10 de diciembre de 2021

HERENCIAS POPULISTAS

 Una de las características del populismo clásico estriba en cooptar a la gente, la "masa", de tal forma que que ésta tiende a instalarse en la apatía y, en sectores de clase media, a llegar a la indiferencia.

     La ex presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, llegó a observar algo atónita que los brasileños pobres que habían dejado de serlo gracias a programas gubernamentales no se sentían comprometidos con el gobierno: preferían dar gracias a Dios y al esfuerzo personal. Rechazaron la candidatura de Fernando Haddad en las últimas elecciones presidenciales, pero pareciera que, al margen del Partido de los Trabajadores (el mismo que postuló a Haddad), estuvieran dispuestos a volcarse en un apoyo casi ciego a Luiz Inácio Lula da Silva, si volviera a presentarse.

      En Argentina las cosas no van mejor, dado que la derecha de Mauricio Macri ha ido recuperando terreno al mismo tiempo que el peronismo lo pierde, más en su versión moderada con el actual mandatario Alberto Fernández. La "razón populista" de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe no parece del todo convincente.

     En México, el lópezobradorismo ya tiene en contra a buena parte de la clase media que lo encumbró en 2018, sobre todo en la capital, la Ciudad de México. El "pueblo", así de indiferenciado, recoge programas sociales pero, como ha ocurrido a raíz de las nuevas leyes laborales, tiene la vieja incapacidad de organizarse en provecho propio, al grado de ni siquiera saber servirse de leyes que le benefician, por ejemplo para crear sindicatos independientes.

      Los populismos clásicos suelen dejar una estela de corrupción que permea a distintas capas de la sociedad, y aquéllos se han caracterizado por un castigo durísimo a la acción independiente. La diferencia entre el populismo mexicano, surgido con el presidente Lázaro Cárdenas entre 1934 y 1940 (Cárdenas tomó la "precaución" de deshacerse de todos los criterios independientes, desde el del ex presidente Plutarco Elías Calles hasta el de Francisco J. Múgica, pasando por Tomás Garrido Canabal), y los populismos argentino y brasileño es que el primero fue producto de una revolución desde abajo, la Revolución Mexicana, y no de golpes desde arriba, por lo demás con fuertes ingredientes fascistoides y anticomunistas. En Brasil, Getúlio Vargas entregó a la Alemania nazi a Olga Benario, la esposa judía del militar y líder comunista Luis Carlos Prestes. Los coqueteos del argentino Juan Domingo Perón con el nazi-fascismo son imposibles de ocultar. Y con todo, en México se proscribió a los comunistas y a movimientos independientes como el de los ferrocarrileros. No es con todos estos antecedentes que se sientan las bases de una sociedad democrática desde abajo (no por decreto desde arriba), ni de competencia de ideas.

     A juzgar por Agenda Argentina, Fernández llegó sin demasiadas ideas claras a la presidencia. Era hora de "correrse hacia el centro" para ganar electorado. Hace rato que Lula hizo cosas similares, al grado de ser hoy candidato de la socialdemocracia del Parlamento Europeo. Con el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador, falto de equipo profesional y con visión de país, hay de todos modos un matiz: la idea es acabar con el típico Estado latinoamericano del siglo XX y principios del XXI, que sirve de principal vehículo para enriquecerse al no poderse empezar desde abajo dada la estrechez del mercado interno (nacional). Esta perspectiva es compartida con el presidente salvadoreño Nayib Bukele. La idea probablemente haya sido entendida a nivel intuitivo por parte no desdeñable de las sociedades de ambos países, aunque tienen circunstancias algo distintas.

     El problema suele seguir siendo el heredado del populismo clásico: la carencia de voces independientes, mal vistas, como si una contradicción fuera una ofensa o el riesgo inminente del estallido de un conflicto, y la incapacidad entonces para un verdadero debate democrático que rebase el nivel de pleito de verduleras, de lo que para nada está exenta una oposición como la mexicana, totalmente incapaz de levantar un programa para la nación. El presidente brasileño, Jair Bolsonaro, es el "histeriquito" que tampoco se conduce mejor, y Macri en Argentina ya demostró que no conoce "de otra".

     La democracia no es un decreto desde arriba, una oferta estadounidense o algo monomaniaco sobre "los derechos y las libertades": es un proceso desde abajo y que implica no la "tolerancia en la pluralidad", de tal modo que cada quien se suelte el monólogo que más le plazca, sino la búsqueda de la verdad en el debate de buena fe (completamente ausente en la oposición mexicana y en prácticamente toda la intelectualidad lópezobradorista), realmente abierto a la escucha y no en medio de la apatía y la indiferencia de muchos. Se trata de deliberación: difícilmente puede haberla cuando se busca más bien "quién grita más fuerte" o es el mejor para los sombrerazos y las imposiciones, como ocurre con los medios de comunicación masiva, parte de las redes sociales y los poderes económicos que están detrás y no tienen más que ventrílocuos. No es con una herencia de "hablar para acallar" -o "marear el punto"- que se está en democracia, ni con lo que el ex mandatario ecuatoriano Rafael Correa ha llamado el "estado de opinión", en el que cualquiera puede decir absolutamente cualquier cosa.



miércoles, 8 de diciembre de 2021

SER ALGUIEN EN LA VIDA

 No es un secreto para quien haya leído textos marxistas que los valores dominantes de una época suelen ser los de la clase dominante. Dicho así, el asunto es de lo más general. Lo que no debiera dejar mayor lugar a dudas es que los valores dominantes de la época actual son en buena medida los del hombre de negocios, por lo demás satisfecho de sí mismo luego de la caída del sovietismo y la apertura de China.

      Se trata de valores particulares, porque, pese al imperio de los medios de comunicación masiva y las redes sociales, no toda la sociedad comparte aquéllos, aunque sea porque cualquiera que pase necesidad y/o explotación puede darse cuenta de que no tiene para sí demasiados "derechos y libertades", más que en abstracto. Ya se ha dicho, se trata del derecho y la libertad de hacer lo que más convenga, y no todo el mundo puede regirse por su estricta conveniencia: de manera muy simple, una cajera de supermercado o una trabajadora de una industria maquiladora no pueden dejar de trabajar a la hora que más "les convenga" o, para decirlo más chuscamente, cuanto el esfuerzo y el salario han alcanzado su "punto de equilibrio en el margen". Tampoco tienen muchos derechos que digamos.Hay gente que acusa al marxismo de libresco sin percatarse, al parecer, de que el comportamiento humano no se rige por la microeconomía y la elección supuestamente racional. Tal vez más de uno, al seguir los dictados de su sacrosanta conveniencia, no se haya dado cuenta de que está aplicando un modelo sin entender por qué choca con la realidad y de ésta brotan hasta "populistas", "neofascistas" y otros...síntomas.

     El hombre de negocios goza de derechos y libertades, sin duda (hasta derechos a la impunidad, llegado el caso), actúa a su conveniencia, porque le parece lo más "obvio", y ello implica que haga pasar todo lo que pueda por el filtro del análisis costo/beneficio, traducción de la conveniencia: ganar lo máximo perdiendo lo mínimo, otra "evidencia", que llega sin mayores dificultades a : recibir lo máximo dando lo mínimo. Esta forma de calcular, que no significa pensar, pasa bajo muchas formas de "adaptación" y de lo que se entiende por el "magnífico" pragmatismo, desde el cual se dicta la sospecha de que es preferible cuidarse de cualquier "ideal", más si pretende ser "superior". Es de suponer que ya se ha dicho hasta la saciedad que en estas gloriosas condiciones, no puede pretenderse que haya nada superior a lo que hay actualmente, por lo que no vale creer en "utopías" socialistas, comunistas, etcétera, que como lo indica la palabra misma, "utopía", significan "en ninguna parte". No queda más que hacer esfuerzos titánicos por seguir sermoneando e inculcando el "sentido común": fuera de "la democracia", los "derechos y las libertades" y la "racionalidad" del mercado no hay salvación. Seguramente ni quepa recordarle a Letras Libres la exquisita cercanía de Isaiah Berlín, el gran adalidad de "la libertad", con la Central de Inteligencia Americana (CIA). Poco importa si de lo que se trata es de defender, a fin de cuentas, la libertad de sacar el mayor beneficio de todo.

     Así, resulta que el valor universal es el análisis costo/beneficio de todo, así se promueva entonces el egoísmo, alguna vez considerado un antivalor, entre capas enteras de la población. Se puede ir más lejos: sería al menos de esperar que algunos gobiernos progresistas, aunque no todos, no estén fomentando entre la gente pobre una mentalidad de conveniencia por quien concrete mejor la llegada de unos cuantos centavos al bolsillo (tampoco se vaya a creer que es mucho), y encima sin pedir nada a cambio: ni educación, ni organización, ni cultura, nada. Puro food stamp, sin conciencia de mayor cosa. Es el tipo de población que se voltea en países como Brasil mientras Luiz Inácio Lula da Silva sigue prometiendo "consumo", ni siquiera "satisfacción de necesidades mínimas" o algo así.

     De lo que se trata es de una suplantación, que consiste en hacer pasar valores particulares, los del hombre de negocios, por valores universales, es decir, válidos y cuasi-obligatorios para todo el mundo, so pena de pasar por un idiota digno de Dostoievski o una persona resentida, llena de odio y limitada, que claro, por lo mismo está dispuesta a lanzarse a cualquier aventura ideológica para llenar sus carencias con poder, por ejemplo (es encantadora la forma de proyectarse que tienen algunos lectores de Simon Sebag Montefiore, llamado erróneamente Montefiori, y su libro La corte del zar rojo). ¿Para qué si francamente no hay nada más delicioso que disponer de dinerales para gozar de los "derechos y libertades" más insospechados?

      La propagación lleva a perder de vista valores universales que pueden considerarse superiores al puro cálculo de conveniencia. Vamos: dejemos de lado idiotismos como la bondad, la generosidad, la solidaridad o, sobre todo para el mundo subdesarrollado, la justicia. Ya han nacido, muy al estilo estadounidense, los que llegado el momento pueden calcular cuál es el costo/ beneficio del respeto (que cualquiera se meta al tráfico de la Ciudad de México para comprobarlo), de la honestidad, la sinceridad, la modestia, la responsabilidad, del compromiso, la prudencia… Un buen cálculo de conveniencia puede llevar a olvidarse de la mínima prudencia, a evitar sistemáticamente responsabilidades porque conllevan consecuencias, a desconocer la modestia y hacer sentir inferior al otro (más en una cultura de señoritos), a quedarse callado sumisamente, desde luego que a no comprometerse para no perder la posibilidad de estar mañana más arriba, lo que un mal cálculo pondría en juego, etcétera. Todo puede completarse con operaciones exitosas de relaciones públicas y una sonrisa por delante -no cuesta nada el estilo estadounidense-. 

     La izquierda progresista en algunos lugares la puede agarrar con the pursuit of happiness (la búsqueda de la felicidad), una manera de entender el amor como si se estuviera en regalos de tarjetas de Sanborns, tu D.F. (Derecho a la Felicidad) y un clima de bienestar que se antoja como sentimiento oceánico, o como gran fraternidad universal. La suplantación es completa. Y resulta mejor cuando para las relaciones públicas se sirve de valores que no le dicen gran cosa al hombre de negocios, pero sí mucho a todos los herederos del 68. 

     Seamos pues egoístas predicando el amor universal, la Paz (o más bien: la no violencia) y el Bien, puesto que el egoísmo es el Bien y “ el juego que todos jugamos”, aunque algunos sean de closet: el amor es la recompensa, el mayor provecho propio. Como se trata de egoísmo, cada quien, sin dejar de estar al unísono con capas enteras de la sociedad, puede creerse además que es "un individuo": por fin, alguien en la vida. Y lo que sigue (da click en el botón de reproducción) es lo que sigue de la "honestidad valiente": Lulinha paz e amor, para no decir, por ejemplo, Orador.



martes, 7 de diciembre de 2021

EU: ¿BIDEN YA OPTÓ?

 Todavía hay por ahí alguna gente que cree en alguna guerra de Estados Unidos "y sus aliados" contra China y Rusia. Hasta hace poco, no se sabía bien a bien cómo se iba a decantar la política exterior del presidente estadounidense Joseph Biden. Es completamente normal que éste no haya invitado a China a una próxima Cumbre Virtual de las Democracias, por motivos digamos que "doctrinarios": el país asiático no  puede ser considerado democrático si es socialista (para un occidental se trata de una incompatibilidad), y si es de partido único. Es igualmente de rutina que China y Estados Unidos no cedan sobre la cuestión de Taiwan.

      Más allá de lo anterior, no hay enfrentamiento mayor entre China y Estados Unidos, más allá de lo que algunos creyentes en el supuesto "próximo hegemón chino" quieran ver. La verdad es que chinos y estadounidenses compiten tiernamente tomados de la mano, al grado que el asesor de seguridad de Biden, Jacob Sullivan, declaró tranquilamente en noviembre que "Estados Unidos y China intensificarán su relación para garantizar que la competencia entre las dos potencias no derive en conflicto". Lo que Biden quiere explícitamente aquí es "estabilidad estratégica".

      Es notorio el contraste con Rusia. Empieza por el hecho de que el occidental promedio encuentra de lo más natural agredir a Rusia, y tiene mayor dificultad en reconocerle algún valor, a diferencia de lo dado a China, algo que viene de lejos: la intelectualidad aprendió a adorar a China desde los años '60, luego de que ésta rompiera con la Unión Soviética, y se está en otro caso más de coincidencia entre izquierda y sectores "duros" del capitalismo. Lo que existe dentro de China no se discute: nadie lanza sobre el líder chino Xi Jinping las sabrosas acusaciones de "autocracia" o "amafiamiento" que le caen al presidente ruso, Vladimir Putin. China puede haber pactado hace rato con los grandes millonarios del partido comunista local: el criticado será el supuesto "oligarca" Putin. Agredir a Rusia es algo así como un reflejo condicionado, un ritual tribal o una actitud deportiva; en todo caso, algo en lo cual regodearse.

      Así que, digamos, Estados Unidos no ha estado molestando con Hong Kong ni demasiado con los uigures musulmanes del Xinjiang. Más bien se trata en estos días, luego de armar una crisis en la frontera entre Polonia y Belarús, hacia donde se movilizaron provocativamente tropas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), de anunciar con bombos y platillos una "inminente invasión" rusa a Ucrania. Mientras los primeros en desmentirla son militares ucranianos, Biden aprovecha para seguir profiriendo amenazas de sanciones. El mismo señor Sullivan cambia entonces de tono, y habla de seguir buscando cómo torpedear el funcionamiento del gasoducto Nord Stream 2 entre Rusia y Alemania, mientras que Victoria Nuland, subsecretaria de Estado para Asuntos Políticos de Estados Unidos, carga con la idea de tomar medidas que aíslen a Rusia del sistema financiero internacional, incluyendo la posible exclusión de los rusos del sistema de transferencia de dinero SWIFT. Entretanto, para repeler un ataque inexistente, el presupuesto de Defensa estadounidense para 2022 incluye 300 millones de dólares en ayuda "de seguridad" para Ucrania (es apoyo para las fuerzas armadas ucranianas). Además, hay que darle cuatro mil millones de dólares a la Iniciativa Europea de Disuasión, dirigida contra Rusia. El muy medido secretario estadounidense de Estado (cuando se trata de cooptar a la izquierda latinoamericana, lo que no funciona tan mal), Antony Blinken, se pone más bien bravo cuando se trata de salir en defensa de una Ucrania para la cual no hay "inminente ataque" probado.

     Es pueril, pero el asunto de la "amenaza rusa" funciona de tal modo que nadie muestra mayor solidaridad con Rusia, a diferencia del grito en el cielo permanente y las alertas prendidas cuando se trata de China. Otro indicio, por menor que pueda parecer: hay vacunas contra la Covid-19 de fabricación china (Sinopharm y Sinovac) aprobadas por la Organización Mundial de Salud (OMS) mientras que Moscú, capital rusa, sigue a la espera de la aprobación de la vacuna Sputnik V.

     Hablando de izquierdas, al parecer no se solidarizan con pueblos, sino con el poder, al menos en América Latina, salvo contadas excepciones: así, no importa demasiado el maltrato de China a su propio pueblo en algunas cuestiones, como la laboral, y el pueblo ruso parece haber dejado de existir en los años '30 del siglo pasado, o incluso antes.El asunto no pasa muchas veces de "cómo maniobramos entre potencias" al margen de un mínimo conocimiento de lo que son. Un poquito de lo que sobrevivió a la Unión Soviética (da click en el botón de reproducción).



miércoles, 1 de diciembre de 2021

A SEGUIR GOZANDO

 Los "demócratas liberales" de hoy poco tienen que ver con el liberalismo de principios del capitalismo, y ni siquiera con Adam Smith. El valor básico de dichos "demócratas" es la libertad en abstracto, la de hacer y escoger lo que se prefiera sin "dañar a otros" ni "imponerle a otros". Desde luego, el asunto no acaba aquí: suele tratarse de la libertad de hacer "lo que mejor le convenga a cada quien", lo que ya suena un poco distinto, y a fin de cuentas, de buscar el mayor beneficio personal. Parece una gran obviedad: nadie buscaría el perjuicio para sí mismo. No debiera extrañar que, como ocurre clásicamente con la ideología, se esté en la "evidencia", a tal grado que se llegue entonces a darla por algo universal o universalizable: dada su "naturaleza" o "condición", todos los seres humanos buscan de uno u otro modo el mayor beneficio individual y ahorrarse perjuicios o pérdidas.

      De aquí se desprende que no puede hablarse de ningún interés que trascienda al de la búsqueda individual ya mencionada. Se critica a Marx, pero no se sale del muy decimonónico Jeremy Bentham, para quien la "felicidad del mayor número" es desde luego deseable a condición de entenderla como la suma de la felicidad individual de cada individuo al haber logrado el mayor beneficio para sí mismo. Anótese que ni la izquierda puede con esta "evidencia": no le pasa por la cabeza que la felicidad de cada individuo y su sumatoria pueden dar en un desastre. Que se haga muy feliz a cada individuo con un automóvil particular puede terminar en unos atascones de tráfico de horas perfectamente inolvidables e insoportables. Bentham es anterior a Marx.

      Lo siguiente es que, a partir de los años '20 del siglo pasado, el "neoliberalismo" ya no apunta al Estado feudal, a diferencia de Adam Smith por ejemplo, sino a todo lo que huela a "socialismo", con mucha manga ancha, al grado de evitar aportar al bien común. ¿Por qué? Pues por lo mismo. Quien hable del bien común no deja de ser no una persona, sino un individuo que, como todos los demás, y dada ni sé qué "naturaleza" y "condición", busca su beneficio personal. No cabe más que desconfiar, entonces, de cualquiera que busque "trascender" (no en el sentido religioso) la simple búsqueda individual: no se tratará más que de un embustero que, se insiste, buscará su mayor beneficio así sea en nombre de ideales irrealizables, "porque las cosas y la realidad no son así", sino como las dicta Bentham, o como las sugiere Isaiah Berlín en sus pésimas definiciones de la libertad (como la de la libertad negativa, y las errores que pueden derivarse de una mal entendida libertad positiva, el "individuo como su propio guía", sin salir nunca del tal individuo).¿Lo demás? Pérdida de libertad y "camino de servidumbre".

     Hay en todo ésto algo muy llamativo. Cualquier propuesta de cambio es sospechosa, puesto que implica que en nombre de lo que sea se "nos" pueden quitar "las libertades". Ni cambio a la derecha, ni a la izquierda, ni a ninguna parte, puesto que por lo demás se está en una democracia "sin adjetivos" cuyo papel es garantizar que cada quien pueda buscar su mayor beneficio individual. En este sentido, curiosamente, los "demócratas liberales" son los guardianes del bien, como lo entienden ellos, e ideológicamente hablando, "saben lo que hacen, y sin embargo lo hacen", en el sentido de no ceder ni un milimetro de sí mismos en aras de un bien común siempre riesgoso, puesto que es de lo que hablan quienes en el fondo no buscan más que su propio mayor beneficio personal. Para que la serpiente pueda morderse la cola sin mayores problemas, se está incapacitado de pensar que en nombre de la democracia, los derechos y las libertades no hay más que individuos que buscan su mayor beneficio personal (es decir, nuestro glorioso Instituto Nacional Electoral busca el bien de todos y cada uno y no el mayor beneficio para, muy concretamente, los muy engrosados bolsillos de un puñado de funcionarios que desconocen las leyes de austeridad del Estado. Y si este puñado se embolsa para su mayor beneficio individual haciendo además el bien, no hay nada más explicable y exquisito). Los periodistas "demócratas liberales" persiguen -y vaya que con gran celo- el bien, no el "chayote", o el "chayote" es el mayor beneficio individual natural por hacer el bien, etcétera y etcétera. En rigor, estas "evidencias" libertarias han calado tan hondo en capas enteras de la sociedad, de diversas posturas políticas, que ni siquiera se pueden advertir dos cosas: que estos "demócratas liberales" han suplantado valores universales por una visión estrecha de lo que creen que es el bien (únicamente "para particulares"), y caído, al sembrar el recelo de cualquier cosa hecha en común, en lo que bien se puede catalogar de franca conducta antisocial. Esta es la norma en nombre del bien, la libertad, los derechos y la búsqueda individual del mayor beneficio. Quien no disfrute esta ideología es o un potencial aprovechado, ambicioso de poder y candidato al "autoritarismo", o bien un tarado irredimible que no entiende que los problemas son para ser evitados, no para ser resueltos, si es necesario dando de sí. Lo mejor es que, como lo expresara alguna vez Martín Luis Guzmán, no faltan quienes no ven que su actitud es justamente la que lleva a que todo se deshaga. Desde 1832 estamos a la espera de la felicidad capitalista del mayor número. Bentham murió en 1832 (foto).





 


martes, 30 de noviembre de 2021

EFICACES O INCONDICIONALES

 Alrededor del año 1936, Stalin y varios de sus allegados intentaron, en vano, reformar de tal modo el sistema soviético que se evitara la corrupción y burocratización. Viacheslav Molótov había hecho llamados en este sentido desde 1934, y Andrei Zhdánov siguió por este rumbo. Las pruebas existen. De lo que se trataba era de luchar contra la "partidocracia", que hacía que se dieran cargos estatales no por saber, conocimiento, o experiencia para los mismos, sino por la "pertenencia al partido", en el que llegaba a operar la cooptación y se formaban algo así como "clanes", en particular alrededor de los Primeros Secretarios (regionales, nacionales, etcétera). Los cargos se daban así por criterios "políticos". No faltaban tampoco los veteranos de la lucha en tiempos difíciles (desde el combate contra el zarismo y la Guerra Civil hasta las colectivizaciones...) que, una vez instalados, ya no consideraban que debían mejorar. Esto contrastaba con el espíritu de Stalin y gente como Serguei Kirov (asesinado en 1934) o Lavrenti Beria, por citar dos casos: buscaban la permanente superación personal, al grado de estar dispuestos a "rehacerse a sí mismos" y no dormirse en sus laureles (Stalin dejó una biblioteca de 20 mil volúmenes, por ejemplo, y Beria llegó a pedir ser relevado de cargos partidarios para poder proseguir con estudios de ingeniería). En cambio, no faltaban quienes creían que "la causa" los dispensaba de una constante mejora. Pese a que el gobierno ruso en 1996 reclasificó algunos archivos, hay material suficiente, de primera mano, para saber que los partidarios de la "desburocratización", con Stalin a la cabeza, fueron derrotados, mientras el partido prefirió armar la de San Quintín poniéndose a cazar "enemigos del pueblo", en más de una ocasión inventados, aunque hubiera ciertamente también conspiraciones reales contra el poder soviético. Si se impuso este criterio "clánico", se puede colegir entonces que se reprodujo finalmente en el Estado soviético y el partido oficial una forma de arcaísmo feudal, exactamente de la misma manera en que no debiera sorprender entonces en izquierdas como la latinoamericana la existencia de prácticas oligárquicas y clientelares, por lo demás fácilmente reconocibles en la derecha o los "demócratas liberales" locales.

      Cuba es ilustrativa. Raúl Castro puede criticar lo que quiera, como lo hizo severamente en el último Congreso del Partido Comunista de Cuba, cuando llamó la atención sobre algo así como un estado de taradez ideológica y de creencia, textualmente, de que "Cuba es el único lugar del mundo donde se puede vivir sin trabajar". No importa: los mismos hijos de la "desestalinización" y libertarios practican el culto a la personalidad de Fidel Castro, quien estuvo al frente del Estado cubano bastante tiempo más (medio siglo) que Stalin al frente de la Unión Soviética. Más de un funcionario cubano no puede moverse ni a la esquina sin citar a "Fidel" por cualquier nimiedad, o a José Martí, lo que muestra una concepción clientelista y personalista del poder, ajena a una institucionalidad sólida. La carrera de Miguel Díaz-Canel, actual presidente de Cuba, pone al descubierto por qué en la isla no se quiere publicar lo adelantado en Rusia sobre el pasado: el mandatario ni siquiera entiende, como tampoco lo entendía Fidel Castro, que el socialismo no es para el "pueblo" ni para "las masas", sino para los trabajadores del campo y la ciudad. Raúl Castro pareciera haberse inclinado por un "hombre del partido" que no garantiza empero una calidad de estadista u hombre de Estado, porque casi no tiene experiencia en el mismo, siendo por lo demás ingeniero de profesión. Ni siquiera hay mayor ideología: Cuba ha aportado mucha labia y retórica, pero un bajo grado de institucionalización y de eficacia para que las cosas funcionen para la gente (más allá de lo básico), sin culpar de todo al tan llevado y traído bloqueo. Los cubanos no compiten en ideas: monologan y se hacen de oídos sordos ante críticas internas como las de Raúl Castro (que no es el único).      

 No basta con haber sido heroico: en el Uruguay, José Mujica, con un pasado de "gloria" como guerrillero y víctima de la represión de la dictadura, no tiene oficio ninguno y el show de la sencillez difícilmente oculta una tendencia a un pseudo sentido común digamos que folclórico, sin que quede claro si este "folclore de la filosofía" -para quienes están fascinados por el marxista italiano Antonio Gramsci- equivale a capacidad para gobernar. Más de un dirigente salvadoreño del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) pudo haber sido bueno para maniobrar en una guerra y echar bala en el monte, en nombre de la causa justa: estando en el gobierno y no sin cierto acomodo en el tren de vida de algunos dirigentes, no era necesario ser un genio para percatarse de que el presidente efemelenista Salvador Sánchez Cerén era inepto, al grado de no parecer ni siquiera el maestro que es.

     Es una lástima que no se quiera considerar lo que se sabe ahora de la experiencia soviética de los años '30. El asunto terminó no en capitalismo de Estado, dados los límites muy marcados a la propiedad privada, sino en un espíritu clasemediero "de bienestar" mezclado con arcaismos feudales y una burocracia inepta, pero lo suficientemente capaz para sumir a la gente "del común" en la apatía.

      No es asunto exclusivo de la izquierda. En el gobierno mexicano de Enrique Peña Nieto, del Partido Revolucionario Institucional (PRI), el secretario de Hacienda y Crédito Público, Luis Videgaray, sin duda se lució cuando, nombrado para la cancillería, dijo: "vengo a aprender", confesión de que no tenía ni la menor idea de la diplomacia. De profesión abogada, Claudia Ruiz Massieu Salinas desfiló por secretarías como la de Turismo y la de Relaciones Exteriores hasta llegar a la presidencia del PRI. 

     De origen priísta, el actual canciller mexicano, Marcelo Ebrard, da sin duda la idea de alguien conocedor de protocolos e investiduras, incluso más allá de la ceremoniosidad de la que más de uno puede tener nostalgia con el presidente actual, Andrés Manuel López Obrador. Ebrard tiene una muy buena especialización en administración pública (por la Escuela Nacional de Administración francesa,ENA) y es licenciado en relaciones internacionales, pero tal vez la "política" le gane: fue secretario de Desarrollo Social del Distrito Federal y secretario de Seguridad Pública (?) del gobierno de Vicente Fox. Es una trayectoria distinta de la "simplemente activista" jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, en un momento en que López Obrador prueba que el activismo, distinto por lo demás de la militancia, puede estar reñido con lo necesario para llegar a la altura de un estadista (y tampoco cualquier presidente lo es). El problema está en saber si, como en otras épocas, todavía existe espíritu de superación personal y "rehacerse a sí mismo" aprendiendo de los errores y con labor ardua lejos de los reflectores y las plazas de pueblo: es decir, si hay modo de colocar al trabajo por encima de una "política" habitualmente mal entendida, y destinada a la "gloria" antes que a la eficacia. Es de esperar que más de una toma de posición de López Obrador en materia de política exterior no proceda de la cancillería, para darle simplemente otra faceta al "anexionismo" dominante desde hace rato en México. No tiene el menor sentido proponer una unidad de todo el continente americano "como la Unión Europea (UE)", y es quimérico querer deshacerse de la Organización de Estados Americanos (OEA) para quedarse únicamente con una Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) cuya operatividad queda por ver. ¿Ebrard está en su cargo por su capacidad de trabajo o por sus "conectes" y lo que representan para "la alianza política más amplia posible"? 

     Si la dimensión del trabajo arduo -que supone saber retirarse por periodos importantes de los reflectores, los actos protocolares y las plazas de pueblo- no está tomada en cuenta, se superponen entonces mucho de la vieja "política" y algo de la actuación para los medios de comunicación masiva o una vaga opinión pública, pero probablemente sin entender siquiera lo que se está haciendo (por ejemplo, no se puede firmar al mismo tiempo un TMEC, Tratado México-Estados Unidos-Canadá de libre comercio, y proponer algo "como la UE"). Hacer activismo y relaciones no es gobernar, y cuesta caro dejar de lado el trabajo y la superación personal, incluso en términos de democracia. El riesgo está acentuado en sociedades que no tienen como valor principal el trabajo, y no es seguro que sea la prioridad del lópezobradorismo. Las cosas no fructifican sin trabajo ni organización seria del Estado, en lugar de "la causa justa" para justificar la inoperancia y la improvisación. No es exactamente asunto de traiciones, aunque también las hay: es que la política también debe ser trabajo y conocimiento, antes que asuntos interminables de personas, clientelas -el "coro de los amigos" que reivindicaba Martí- y, encima, relaciones. Dicho sea de paso, la oposición mexicana tampoco entiende las cosas de otro modo. Volviendo al principio: el activismo no convierte a nadie en alguien capaz de gobernar, como tampoco las "alianzas políticas lo más amplias posibles" al margen del profesionalismo en los cargos públicos. Se puede compartir la causa y caer en la ineptitud, incluso entre gente de origen popular, como ocurre con la actual secretaria mexicana de Educación Pública, Delfina Gómez, para no hablar de la totalmente bienintencionada secretaria de Cultura, Alejandra Frausto, que no pasa de "gestora". Por cierto: ¿no hay nadie para decirle al jefe que se puede estar equivocando?¿Y con temas de Estado y de formas de gobernar en lugar de intrigas personales?



FANÁTICAMENTE MODERADOS

 En varios países de América Latina, la izquierda, que tiende más bien a ubicarse en el centro-izquierda (del que no queda excluida Venezuel...