Se cumplió este año un aniversario más de la creación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y de la derrota crucial del nazi-fascismo en Stalingrado (1942). Es algo que pasó casi desapercibido, salvo para seguir con la criminalización de la experiencia soviética. No es tanto ésta la que cuenta, sino el mensaje del sistema capitalista imperante, que es en el fondo chantaje o extorsión: o las cosas como están, o la escasez y el terror. Cualquiera es libre de creer que el sistema capitalista puede cumplir con la inclusión para todos. Dicho sea de paso, no era el propósito del socialismo, que era para los trabajadores -no para "el pueblo", ni para "la gente", ni para "las masas"-, y no para todos, ya que no recompensaba la explotación ni el parasitismo.
La criminalización no se sostiene a la luz de las investigaciones serias más recientes. Hacer una historia de la Unión Soviética como si no hubiera existido un cerco -el "cordón sanitario"-, y, sobre todo, como si las conspiraciones desde el exterior y con connivencias locales no hubieran sido una realidad, es falsear las cosas. También es falsearlas seguir a estas alturas inventando cifras, cuando el capítulo ya se ha cerrado. Es probable que la realidad sea lo de menos: más de uno debe seguir para justificarse a sí mismo, cuando no, incluso, para desviar la mirada. En la izquierda, mientras lo que queda de las fuerzas comunistas está muy maltrecho, dado que suele creerse en la versión dominante sobre la experiencia socialista, ya no hay mayor cosa que reivindicar de alternativo y radical, y no suele quedar, salvo en muy contadas excepciones, más que la promesa de inclusión "para todos", en algunos casos de corte medianamente "progresista" o "nacional-popular". Impera el miedo a la exclusión -ciertamente real- infundido por los medios de comunicación masiva. Y es innegable que el sistema socialista también ha tenido sus exclusiones.
Los que rematan creen en historias que no lo son, porque no son modos serios de historiografiar. Lo curioso es que se trata de réplicas en "demócrata liberal" del ultraizquierdismo infantil de antaño. El asunto del terror se explica de la manera más simplista: los "buenos pueblos" víctimas de tiranos, dictadores o autócratas sedientos de poder y de sangre, o de autoritarismo y "totalitarismo". En este orden de cosas, se explica tal o cual historia por un solo hombre, como si se tratara de monarquías o regímenes parecidos, como el del zarismo. Esta manera de escribir la Historia es muy antigua y llega a caer en errores gruesos, entre otras cosas porque no se trata más que de "buenos" y "malos". Es lo que ocurre cuando no se va más allá de la caricatura, y lo que queda de visión del pasado soviético es cada vez más caricatura. No hay pues rigor de historiador, sino trazo de caricaturista, a tal grado que la apariencia de "empatía" no es más que éso, apariencia: la experiencia del otro no está recogida en sus propios términos, sino que se reduce a trazos simplones para "encajarla" mejor en el mensaje actual. El agregado de testimonios no suele hacer más que dar verosimilitud, para quien quiera confundir lo verdadero con lo verosímil.
La Unión Soviética se fundó hace un siglo. La batalla de Stalingrado tuvo lugar apenas 20 años después, y han pasado 80 años. No hay mayor motivo para que los "demócratas liberales" y los "libertarios" respondan de actos que no fueron los suyos. Lo que tienen que explicar es si la "democracia sin adjetivos" y el "libre mercado" pueden cumplir con sus promesas, atención, suponiendo que las haya, salvo que deban tomarse por tales la Agenda 2030 de Naciones Unidas y objetivos por el estilo, los Derechos Humanos (los de la Declaración de 1948 están lejísimos de existir en la práctica) o que la "libertad de elegir" no sea, como cierto tipo de democracia, más que una formalidad, al igual que "los derechos y libertades", a falta, para empezar, de libertad sustantiva. Los "demócratas liberales" y los "libertarios" deben responder por sus propios actos, y en sus propios términos. Justificarse descalificando al otro no es responsable.
Y es que tampoco interesa ser responsable, sino hacer negocio con la experiencia soviética. Despotricar contra ella sigue siendo una posibilidad de llevarse un "plus" y desbancar a un rival, sin que cuente en lo más mínimo la experiencia aludida, en el fondo. El testimonio agregado es algo ya algo viejo: tiene más de medio siglo, considerando los inicios del escritor Alexandr Solzhenitsyn, alguien dado a las cifras más disparatadas sobre las represiones soviéticas, pero digno de elogio para el actual gobierno ruso, que no es ajeno a los negocios. A estas alturas, salvo excepciones, hablar de la Unión Soviética, la escasez y el terror es tan negocio que las cifras deben manejarse por millones, así sean irreales: se trata de "vender la idea" y buscar quien quiera "comprársela", desde luego que por algún interés, y al parecer sin temor a la estafa. Como toda del tipo, necesita de grandilocuencia. La pregunta como quiera es errónea: es otra, ¿creen los "demócratas liberales" y los "libertarios" poder responder por el estado actual del mundo, o es que están convencidos de que con dinero se sale impune de lo que sea?. Dejemos las cosas con el actual himno ruso (da click en el botón de reproducción).