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viernes, 2 de diciembre de 2022

UNA MIRADA

 Poco a poco, las cosas se van alineando en América Latina sobre el estilo estadounidense, que ve mal el "odio". Con frecuencia, se trata de servirse de ésto para descalificar: quien discrepe de la exhibición de ciertas minorías o del feminismo actual será sospechoso de "odiar", por lo que todo argumento queda cancelado. Se supone que la derecha, o extrema derecha, está unida por un sentimiento primario del que obtiene su fuerza, el odio, parafraseando al sociólogo Marcos Roitman Rosenmann. Nada que argumentar: "lo que pasa es que tú...", estás resentido, eres rencoroso, te pones agresivo, resultas conflictivo, y un largo rosario de etcéteras, como antes se tapaba la boca con "eres muy cartesiano", o "lo que ocurre es que eres dogmático".- No es tan nuevo, pero sí muy gringo: no hay argumento, nada más "evidencias" que, de ser contradichas o aunque sea matizadas, llevan a la hoguera del "negacionismo" o del "acientificismo".. De remate, queda la sospecha de que el que odia es "neonazi". Hay que agregar una pizca de defensa de los inmigrantes, sin que quede claro por qué no luchan en su propio país por mejores condiciones de vida, y creen que todo se resuelve con ir a un país central que, se entiende, debe "resarcir" siglos de opresión, lo que deviene en extorsión.

     Hay gente que es galardonada en la universidad pública por esta capacidad para anular el debate acusando al que discrepe o incluso contradiga de "propagador del odio", como lo hace la señora de Wendy Brown, entiéndase que la galardonada Judith Butler, cuyo aspecto no es amistoso, ni especialmente amoroso, como no lo es el de muchas mujeres estadounidenses. Para Butler, resulta que en el mundo actual "el odio se eleva a posición política". En medio de una ensalada que mezcla todas las modas, como si fuera realmente imposible distanciarse de "la agenda" (contra el cambio climático, la violencia feminicida...), Butler es premiada por ver, tal cual, un "auge del fascismo", sin que resulte claro dónde, ni qué se entiende por fascismo, al menos que se esté alertando contra grupúsculos. Del presidente estadounidense Donald J. Trump no puede tratarse: dejó la presidencia. El brasileño saliente Jair Bolsonaro también. Del presidente ruso, Vladimir Putin, menos: lo que no se condena es el descarado e histórico nazismo ucraniano. Tal vez quede quejarse de Víktor Orbán en Hungría, aunque ciertas defensas de valores tradicionales o conservadores no hacen forzosamente un "auge del fascismo". Al menos que sea tanta la "evidencia" que no haya nada que argumentar, ni debatir.

     Las cosas no se imponen: no es "evidente" que haya que reivindicar el aborto por sí mismo (en todo caso, mucho se puede debatir sobre el tema), ni que haya que admitir lo LGBTTTIQ+ sin argumentación de por medio, dejando las cosas al "te gusta o no te gusta", ni que haya que estar de acuerdo con la ideología de género (por ejemplo en su dimensión de paridad de género, que puede muy bien discutirse), salvo, insistamos, en que se trate de algún condicionamiento y, en esta medida, de extorsión (al mismo título en que se habla de "extorsión de plusvalía"): uno puede negarse a querer un "plus", como el de la señora Butler, por el solo hecho de sostener lo queer y sugerir que hay formas larvadas de corrupción, como el otorgamiento de ciertas "licencias" o "autorizaciones", dadas por "libertades", a cambio de ir callándose sobre otros temas y de que los infantes no vean lo que hacen los progenitores, más allá del cambio climático, la violencia feminicida, el rechazo contra los inmigrantes, la lucha de los pueblos originarios y el racismo. Curiosamente, aquí se gana ese "plus" que no se obtiene denunciando ya no digamos la tan llevada y traída pobreza, sino los ataques contra el poder de compra, los salarios, los sindicatos, los empleos, las prestaciones sociales, el derecho a la calidad de vida (el tema cayó en el olvido), a la educación y la salud. No: la "cuestión social" está fuera y no muy lejos de volverse tabú, al igual por cierto que el derecho de vivir en paz, es decir, con seguridad.

     No es que haya que alabar a quienes ven "comunismo" o "socialismo" donde no lo hay, pero no queda claro el por qué creciente de "prioridades" que no incumben más que a una ínfima minoría de gente, como en el caso del movimiento LGBTTTIQ+, o de ciertas "fijaciones", por llamarlas de algún modo. Lo que está claro es el deslizamiento hacia formas de deshonestidad, como la que consiste en alertar contra el "auge del fascismo", con tal de impresionar. Tampoco es muy convincente que un Juan Carlos Monedero diga que en una marcha en la Ciudad de México vió "odio" y en la del presidente "mucho amor". Quien considere que un mandatario no debiera andar haciendo de activista es entonces una víctima del "desamor", o algo así. Parece nimio, pero es la anulación del debate en plena democracia: el "amor" seguramente deba darse por la "evidencia buena" contra la mala del "odio", por lo que se está en la franca caricatura de buenos y malos. Como en los supermercados y otros lugares de consumo, es el baile de las etiquetas.

      Desde luego, se negocia la costumbre  licenciosa, signo de estatus, contra el tabú de la explotación, libertad cada vez mayor del patrono. Y de remate, el trabajador como un "diferente" más: ¿pero una sociedad se sostiene por el trabajo o por el sexo, el color de piel, incluso el nivel de ingreso o la "alteridad"? En todo caso, esta expresión de Butler no es agradable: fraude, prepotencia y desverguenza just around the corner.




FANÁTICAMENTE MODERADOS

 En varios países de América Latina, la izquierda, que tiende más bien a ubicarse en el centro-izquierda (del que no queda excluida Venezuel...