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sábado, 31 de diciembre de 2022

NO QUEMA, PERO TIZNA

 No es raro que en los medios de comunicación masiva y entre sus comentaristas se aliente la creencia de que la política no es más que algo inmundo: conspiraciones, intrigas, traiciones, manipulaciones, servilismos, etcétera, de seres que no tienen más motivo que la ambición de poder, por el poder mismo, si acaso -el psicoanálisis ayuda- por algún resentimiento, como si por lo demás este resorte no existiera más que en las más altas esferas. Es de esperar que no sea la manera que tienen los "liberales-libertarios" de proyectarse. El caso es que en política no hay nada ya no se diga noble, sino ni siquiera el menor principio o convicción, y tampoco el resorte de la razón de Estado. En este sentido, no existen los estadistas, más allá, claro está, de lo que se le atribuye al primer ministro británico Winston Churchill.

       En este orden de cosas, Televisa, con el hijo de un reconocido cineasta mexicano, puede sacar a 50 años de 1968 una serie, "Un extraño enemigo", apta para desdibujar las fronteras entre realidad y ficción, problema al que no son ajenas las jóvenes generaciones. La primera temporada de la serie (2018) colecciona las pifias de antología, pero sin mayor inocencia, puesto que el principal culpable de los sucesos del 2 de octubre, el regente de la Ciudad de México, Alfonso Corona del Rosal, pudo quedar impune y el empresariado y la ultraizquierda prefirieron linchar al mandatario Luis Echeverría, secretario de Gobernación en 1968.

     Lo interesante de la serie no es el tratamiento de Echeverría, sino el de Fernando Gutiérrez Barrios, en 1968 al frente de la Dirección Federal de Seguridad y responsable del Batallón Olimpia encargado el 2 de octubre de capturar a los principales líderes estudiantiles en la capitalina Plaza de las Tres Culturas. La serie termina inculpando a Gutiérrez Barrios de lo ocurrido en Tlatelolco, con uno que otro recurso de ficción (Gutiérrez Barrios apostado dando órdenes desde la torre de la secretaría de Relaciones Exteriores). No nada más Corona del Rosal queda limpio; también el militar Luis Gutiérrez Oropeza, del que en la serie no hay ni las luces. Quienes rodearon la Plaza de francotiradores que dispararon contra la multitud y el ejército se pueden quedar tranquilos.

     Lo que aparece de Gutiérrez Barrios es algo que llega hasta la caricatura. El jefe de la policía secreta mexicana no se mueve más que por la pura ambición, suponiendo que sea la suya y no la que se retrata como la de su mujer, para no hablar de una amante que es retratada como lo más cercano a Elena Garro. Además de matar y torturar, lo único que sabe hacer Gutiérrez Barrios, impulsado por su señora, es ambicionar el poder, sin el menor escrúpulo. Las carambolas pueden hacer que tenga éxito o que le vaya mal. Es todo. La verdad no está en los hechos, sino en la creencia de que todo el que tiene poder no hace más que usarlo en beneficio propio, por ambición y para compensar aunque sea no haber sido más que el hijo del dueño de una paletería veracruzana. Suficiente para ser capitán del ejército, jefe de la policía secreta, subsecretario y secretario de Gobernación, senador de la República y gobernador del estado de  Veracruz.

     La serie le presta a Gutiérrez Barrios desde lo que sí hizo hasta mucho que no hizo. La segunda temporada, más reciente (2022), le carga todavía más la mano. El hilo "libertario" está en la creencia de que basta con ser policía (ni se diga "policía secreto") para ser "malo", es decir, que un jefe de la policía no puede ser más que un villano, y que además, no tendría por qué reprimir. Capturados en el piso 3 del edificio Chihuahua en Tlatelolco, el 2 de octubre de 1968, los líderes estudiantiles jamás hablaron de haber sido torturados, por ejemplo, aunque las circunstancias en las que fueron hechos presos no fueran de lo más amables, gracias al infiernito desatado por Corona del Rosal y Gutiérrez Oropeza. No es que se justifiquen torturas o desapariciones: es que, contra lo que muestra "Un extraño enemigo", no son la especialidad de Gutiérrez Barrios.

      La gracia está en seguir con el negocio de un empresariado y una súperpotencia que nunca vieron con buenos ojos a Echeverría, el linchado. Rinde más insistir en lo mismo que dar a conocer una verdad que no interesa. No incomoda un sexenio como el de José López Portillo (1976-1982), ni un policía como Arturo Durazo, ni una película como La cuarta compañía, que retrata la escandalosa corrupción del mismo Durazo. Tampoco otro policía, Genaro García Luna. No: el guión dice que se transita del autoritarismo a la democracia, y con el menor estatismo posible. Lo que se haya hecho por razones de Estado no cuenta, o ni siquiera existe: los jóvenes "libertarios", junto al empresariado, están entonces autorizados a lo que sea, sin límites. Ni siquiera se sabe qué piden, salvo "libertad", como la de un líder estudiantil de ser homosexual.

     Si el mundo de los políticos es de caricatura y un jefe de la policía secreta es un villano por el solo hecho de tener tal función, los estudiantes son buenazos por el solo hecho de ser jóvenes, a juzgar por el retrato que se hace del rector Javier Barros Sierra. A fin de cuentas, lo que cuenta es lo que sea negocio, y se identifica con el bien. Es negocio puesto que es lo propio del empresariado que detestó a Echeverría. Y donde está el negocio está el bien y la verdad. Es un poco inexplicable que actores como Daniel Giménez Cacho o Karina Gidi se presten a una visión tan simplona y al margen de las pruebas que se han dado a conocer con el correr de los años, y dan una visión distinta del pasado. Todo pasado fue peor y un error de décadas; sobre el futuro no cabe hacer preguntas y no queda más que "vivir el momento": el 2 de octubre de 1968, luego de haber sido la renta para muchos, es ahora el entretenimiento que se les ofrece a los jóvenes para convencerlos de que los líderes estudiantiles y los muertos -a granel, si es posible- "nos dieron la libertad", incluida la de creernos una estafa que no quema, pero tizna.

     En el año 1997, Gutiérrez Barrios fue secuestrado.. Existió la grabación de una conversación entre el banquero Roberto Hernández y el subsecretario de Relaciones Exteriores, Juan Rebolledo Gout, y éste afirmó: "A Gutiérrez Barrios con el susto que le preparó el doctor Córdoba hace un mes basta". "Usted sabe que con el doctor Córdoba no se juega". Giménez Cacho y Karina Gidi, protagonistas de "Colosio. El asesinato" (2012) tal vez podrían atar algunos cabos. La liquidación del régimen priísta, en efecto, nunca fue una broma, mucho menos para los estadounidenses que le apostaron a la desestabilización en 1968, para empujar a un golpe militar. México mostró no ser una república bananera ni una dictadura, mucho menos "perfecta", pese a lo que quiera ahora aducir cierta ala del lópezobradorismo y la obediencia  a las "Comisiones de la Verdad". No van a lograr quemar: pero tiznar, sí. En éso están. Llegó la felicidad (da click en el botón de reproducción).



LO QUE HAY QUE TENER (THE RIGHT STUFF)

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