La comparación de uno que otro país de América Latina con Puerto Rico tiene como fin destacar lo siguiente: la pérdida casi completa de soberanía económica hasta que empieza a erosionarse también la soberanía política, así exista en ciertas formas. Es algo que se justifica con la creencia de que no se puede hacer de otro modo. Al mismo tiempo, implica que, salvo excepciones, en vez de Estado -con lo que implica de soberanía- no queda más que gobierno y, ligado a éste, tal o cual facción política sin idea del interés general. No es buen síntoma amenizar actos oficiales con canciones de Calle 13 (de Puerto Rico) o invitaciones a Bad Bunny (también de Puerto Rico).
La isla caribeña tenía hasta los años '50 ciertas condiciones económicas para la independencia, pero las perdió. Puerto Rico es un país pionero de las maquiladoras, que en ese país se llamaron "industrias por invitación", y que en la actualidad representan un rubro importantísimo de la actividad económica local, en particular en la farmaceútica (se sumarán la electrónica, la química, la aeroespacial y la biotecnología). Atrás quedaron las fábricas locales de vidrio, cartón, cemento y algunas otras más. Las empresas extranjeras -que comenzaron con los textiles- se vieron atraídas por la mano de obra barata y las exenciones fiscales. En un comienzo, fue algo de apariencia positiva, aunque con otro elemento: la emigración a Estados Unidos, de tal forma que hoy viven más puertorriqueños en Estados Unidos que en Puerto Rico (poco más de tres millones de habitantes contra poco menos de cinco millones en Estados Unidos, según cifras oficiales). Atrás quedaron los rubros tradicionales, como la caña de azúcar (fue remplazada por la ganadería), y con la modernización y urbanización fueron apareciendo los centros comerciales, una infraestructura mejor (Puerto Rico tiene una de las mayores aglomeraciones urbanas del mundo), ingresos promedio superiores y la caída de la pobreza, que era de más del 60 % en 1970, según artículos especializados. Nada demasiado diferente de algunos otros países latinoamericanos, salvo en lo temprano de la apertura a las maquiladoras y al incremento de la emigración. A la larga, y pese a que hoy no cuentan tanto las remesas, se añadió a las "industrias por invitación" el turismo en grande. La emigración fue cambiando: de gente pobre a gente de clase media profesionista, y de la costa Este de Estados Unidos a Florida y otros estados. Ante la nueva realidad -industria dependiente del exterior, gran parte de la población en el extranjero, turismo de masas-, fue bajando en política quien quisiera la independencia, entre otros argumentos, sin duda, con el de que la isla se quedó sin economía nacional, si se dejan de lado los trucos contables: un servicio al turista como "exportación puertorriqueña", una exportación de una transnacional como "exportación puertorriqueña" o un ingreso por remesa como "ingreso nacional". En términos económicos, Puerto Rico prácticamente se acabó como nación, lo que no impide que tenga gobernador, autonomía, Constitución, juego de partidos y lo que se quiera. De manera sorprendente, no se ha querido ver en América Latina lo que comenzó con el endeudamiento en los años '70: la hipoteca de la nación económica hasta tener que venderla entre los '80 y los '90. Antes del proceso descrito, sí, Puerto Rico tenía también sus empresas públicas. El problema estriba en saber a dónde se puede ir políticamente cuando ya no se tiene gran cosa de economía nacional.
Puerto Rico tiene toda la fachada de modernidad, pero cerca del 45 % de la población en la pobreza, muy por encima de poco más del 18 % del estado más pobre de Estados Unidos, Missisipi. Para compensar un poco, están las "ayudas sociales", a partir de fondos federales estadounidenses: programa nutricional, ayuda temporal para familias necesitadas, seguro social, cupones de alimentos, seguro de desempleo, pensiones de veteranos, becas y subsidios educativos...En algunos casos, estas ayudas permiten no trabajar.
Pegarse de un "modelo" como el puertorriqueño da algunas ventajas, puesto que el ingreso medio de la isla es bueno, el IDH (Indice de Desarrollo Humano) alto y San Juan, la capital, tiene uno de los mejores niveles de vida de América Latina. Para conseguir estas ventajas hay que renunciar a toda independencia o ser apolítico (en el último plebiscito votó apenas 22 % de la gente), porque pegarse como lo ha hecho Haití termina en el desastre más completo, el Estado fallido sin siquiera gobierno. Lo que no funciona es, para casi el 45 % de la población, según cifras reiteradas en la Web, la salida de la pobreza, ni convergencia alguna con los estándares estadounidenses. Puerto Rico tiene una criminalidad que triplica a la de Estados Unidos. Es apenas una creencia el sostener que con un "modelo" así se es "una potencia", se sale de la "mediocridad" o se alcanza a la potencia. Ni siquiera funciona la creencia en "los dos tercios" (dos tercios de la sociedad viviendo muy bien y el otro tercio esperando que le tiendan la mano, que es lo que cree el equipo dirigente ruso, por ejemplo). Puerto Rico no es Escandinavia. Tiene un IDH comparable a la Argentina, eso sí, por encima de Costa Rica y Uruguay, y del país que les sigue, Cuba, aunque la desigualdad es mucho más flagrante en Puerto Rico. Se trata de un "modelo" que, al precio de perder la identidad y de ir a buscarla en universidades estadounidenses, para reexportarla, y de no tener nada propio con qué defenderse en caso de crisis, no está nada mal para quien caiga en la mitad correcta "de la Historia". Lo único es que son en realidad dos países y que hace rato que la promesa del "milagro" ya pasó. Y pasaron muchos años y no fueron felices para siempre. Al menos no todos, ni de lejos (da click en el botón de reproducción).