La izquierda, incluyendo con frecuencia la que queda hoy como comunista, no tiene mayor teoría, aunque no sea defecto exclusivo de aquélla. Existen trabajos académicos marxistas sobre el capitalismo actual, pero la izquierda está más interesada en "actuar", lo que implica una buena dosis de pragmatismo, para no decir que de simple acomodo a las circunstancias, según se vayan presentando. Es poco lo que se ha hecho sobre los medios de comunicación masiva, que se encargan de "sincronizar con la coyuntura", así sea de manera superficial. Y así, la izquierda con frecuencia no sólo no va más allá de la coyuntura, sin ver tendencias a mediano o largo plazos, sino que además repite palabras sin mucha consciencia de su significado, mientras los medios las lanzan para "crear una impresión" y, en más de una ocasión, buscar conseguir un "efecto" bastante primario en la audiencia, a través de la emoción.
A lo anterior se agrega algo así como el "síndrome de renta" de los tiempos actuales, que hace que la izquierda, en vez de analizar lo específico de la actual crisis, viva de sus antiguos laureles. Al tenor en parte de los medios, "hay que" (the right stuff) vilipendiar a la derecha llenándola de etiquetas. Cuba ya se había lanzado en su momento, a principios del siglo XX, a denunciar el supuesto "fascismo" de George W. Bush, que por derechista que fuera no sólo no tenía gran cosa de "fascista", sino que además se unió al presidente Barack Obama y otros contra Donald J. Trump. Sin que a nadie le pasara en ningún momento por la cabeza decir de Obama que es "fascista", lo que no es. Dicho sea de paso, Trump tampoco es "fascista", ahora que otra vez Cuba se lanza a la "gran lucha" contra "el fascismo y el neo-fascismo", incluso en América Latina. Lo peor es que es la clase de gente que no recuerda nada de los coqueteos de dos populismos clásicos, el de Getúlio Vargas en Brasil y el de Juan Domingo Perón en Argentina, con el nazi-fascismo. Se trata de algo probado, pero tabú. Por lo pronto, no son tampoco "fascistas" el ex presidente brasileño Jair Bolsonaro o el mandatario argentino Javier Milei, como tampoco, ni de lejos, lo es el presidente salvadoreño Nayib Bukele. Como se trata de personas a la derecha, y no al "centro", no son del gusto de los medios, que "gestionan" la política, buscando orientarla; ni siquiera son argumentos que Bolsonaro tenga vínculos con militares y sea pro-dictadura, sin más, porque "dictadura" y "fascismo" no son lo mismo. De lo que se trata, en parte, es de "impresionar" con algo de creación de miedo; para la izquierda, muy tristemente, se trata de colgarse de un mérito -el antifascismo- antiguo, pero no sin impostura, ya que hoy no se está luchando contra ningún "fascismo", ni siquiera en el caso de José Antonio Kast en Chile, pese a su "pinochetismo": Bolsonaro, por ejemplo, no asaltó un poder que no tiene, y Trump fue el primer presidente estadounidense sin guerras. Del mismo orden son los ataques contra Marine Le Pen (Agrupamiento Nacional) en Francia, que no es "fascismo". En esto, en vez de hacerse preguntas, la izquierda es nada más la caja de resonancia de los medios, y muestra temor a tener algún criterio propio que supuestamente la aísle. Recurre al mismo tiempo a la descalificación fácil, sin debatir, mucho menos en temas de valores, y al mismo tiempo, como un impostor, se presenta, como se dice coloquialmente en México, "saludando con sombrero ajeno", para ir a dar en lo mismo que los Demócratas estadounidenses y los medios, es decir, lo mismo que el gran capital, callando sobre el apoyo que dan a nedo-nazis de verdad, como los llamados "banderistas" en Ucrania. Simplemente, no hay coherencia, ni importa que la haya, porque si se trata de "antifascismo" habría que estar del lado de Rusia en el conflicto ucraniano. Tampoco. Entonces se trata de crear imagen para venderla y sacar la renta: es asunto publicitario. Como parte de la izquierda es fina y sútilmente utilizada por el gran capital para crear otra "impresión", la de "cambio" con "libertad", se obtiene renta recitando para ver si se logra también audiencia. Todo, penosamente, sin la menor distancia ante los medios de comunicación masiva, y creyendo que "izquierda" es un privilegio que da un derecho como el del señor Barriga en la vecindad del Chavo: pasar de vez en cuando a "cobrar". Más allá de casos aislados que utiliza el imperialismo, no hay "fascismo" en el horizonte, salvo para hacer una caricatura, denunciarlo y presentarse como alguien que merece votos para jugar al "no pasarán".
Ya ha habido ocasión de decirlo, la izquierda, y en parte también la comunista, en medio de sus divisiones, renunció a su propia historia, aunque parezca dar una impresión de que no es así al presentarse como "antifascista". Hay de fondo un problema grave de valores, y prestarse a que la derecha, a veces no exenta de ridículo, atribuya ciertas cosas a lo que llama "marxismo cultural", también para descalificar, en el estilo de un Bolsonaro. Todo por no admitir que se perdió, y por no saber perder, porque se trata de rondar el poder y aferrarse a él -el presidente colombiano Gustavo Petro es de los que saben de esta "voluntad de poder"-, y no de atender necesidades sociales ni de los trabajadores, salvo excepciones. El remate suele consistir en agarrarse de China como de un clavo ardiendo: qué curioso, como lo hace el gran capital si hay posibilidad de negocio. Lo que es dormir con el enemigo. (da click en el botón de reproducción).