Estados Unidos es un gran país para los negocios y la técnica. Es su gran ventaja y su debilidad.
Más que tener una "planeación", el mandatario electo estadounidense, Donald Trump, tiene un "plan", de negocios, más que de economía (ya ni se diga de política económica): rebajar impuestos a las grandes sociedades (sobre todo si repatrian beneficios a Estados Unidos), para "incentivarlas", y desregular (más) las finanzas, tal vez con modificaciones a la ley Dodd-Frank (de 2010, ley de reforma de Wall Street y protección al consumidor) para volver al crédito. Aunque haya ecos de Franklin D. Roosevelt, quien gobernó a Estados Unidos durante los años '30 del siglo pasado (pero frenó la desregulación financiera), Trump no será demasiado keynesiano, ni siquiera por su promesa de crear 25 millones de empleos, reanimar al "cinturón del óxido" (Rust Belt) y lanzar un programa de infraestructuras por un billón de dólares. Lo deseable es que funcione, pero lo real es que intentos similares de reactivar la economía, en Japón ("Abenomics") y la Unión Europea (Plan Juncker) no han estado dando resultados. No hay nada que presione al gran negocio a tomarse en serio el mercado nacional reduciendo las desigualdades, mejorando los salarios (lo que, para mal del negocio, atenuaría en parte la explotación) y mejorando la productividad. La visión de Trump es típica del empresario, que cree en la "economía del goteo" y no en la del trabajo que crea riqueza. No está demostrado que el tipo de incentivo planeado vaya a la economía productiva: podria seguir refugiándose en las finanzas (es lo quie ha venido sucediendo desde hace años), a riesgo de otra crisis más adelante.
La infraestructura ni siquiera sería financiada por el Estado, sino por empresas privadas urgidas de retornos rápidos (con los peajes de los contribuyentes), y a partir de los beneficios por extracciones petroleras. Los beneficiarios pueden ser empresas constructoras y promotoras, que se harán de los puentes, carreteras, etcétera, financiados por los usuarios.
Era Trump o un intento descabellado de los nuevos ricos por salir del atolladero con una guerra, Ahora, no queda claro cómo manejará Estados Unidos el equilibrio entre sus tendencias al aislacionismo (las ha habido en la Historia moderna, y fuertes, en particular en el periodo de entreguerras) y otras al imperialismo y el apoyo a los fascismos. Estados Unidos no tiene la recuperación interna fácil, aunque es preferible al imperialismo. El problema, para Estados Unidos, es que si vienen más tiempos difíciles las posibilidades de una "gran guerra" podrían ser cada vez menores, para no decir que imposibles, lo que obligaría a pensar de un modo muy distinto -no como mero asunto de técnica y negocio, que es como se "piensa" todo hoy- la salida de una muy larga crisis.
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