Tal vez desde Occidente sea difícil de comprender lo que es la Rusia actual, más allá de la demonización o, por otra parte, de la idealización de un presidente, Vladimir Putin, que no duda -en notoria diferencia con los chinos, por cierto- en confrontar de manera muy directa a un Occidente proclive a la hipocresía. Lo primero es que Occidente no habla de lo que le prepara a Rusia. El gobierno de Rusia, sin embargo, no tiene dudas de que se trata de la "decapitación" de la Federación Rusa, de muchas formas.
La reivindicación de los llamados "valores tradicionales" tiene una explicación: como factor de sobrevivencia, la necesidad de promover la natalidad y disminuir la mortalidad, problema demográfico que se carga desde tiempos soviéticos. Dentro de estos "valores tradicionales" cuenta mucho la defensa de la familia y también la espiritualidad, con una fuerza nueva de la religión, en particular de la Iglesia Ortodoxa. Esta defensa no debe tomarse al pié de la letra: Rusia tiene mucha violencia familiar y de las tasas más altas del mundo en feminicidios.
Más allá de lo dicho, que lleva a prohibir la propaganda homosexual entre menores y a que el movimiento LGBTTTIQ+ no sea muy apreciado, el problema de los valores se bifurca, al grado que se habla para Rusia de algo tan paradójico como el "conservadurismo liberal", que, como sea, en todas o casi todas sus vertientes pone el acento en la preservación de la soberanía (Rusia se considera una "democracia soberana"), algo también entendible ante la amenaza externa. Contra lo que se cree, no se prohíbe toda oposición, sino que se persigue, eso sí sin muchos miramientos, la de oligarcas (como Mijaíl Jodorkovski) o de opositores políticos (como Alexei Navalny) con fuertes vínculos con Occidente, o lo que Putin llama -en la confusión- el "Occidente liberal" (si Rusia tiene un "conservadurismo liberal") o el "Occidente totalitario" (palabra que ha demostrado no servir de gran cosa). El gran partido de oposición es el Partido Comunista de la Federación Rusa, que tiene pactado con el gobierno no hacerle una "revolución de colores", para evitar la división ante el cerco.
El gobierno de Putin no tiene línea de continuidad visible con la extinta Unión Soviética. Putin tiene tres grandes inspiraciones: el filósofo de los emigrados "blancos" (de Wrangel), Iván Ilyn, quien entre otras cosas dedicó un libro a sostener el derecho a "usar la fuerza contra el mal". La segunda gran fuente de inspiración es Piotr Stolypin, reformador del último periodo zarista (llegó al gobierno en 1906 y fue asesinado en 1911), partidario de introducir la propiedad privada, pero sin renunciar al zarismo. Stolypin llegó a considerar primordial la unidad de Rusia, en los derechos y las responsabilidades, "para apoyar el único derecho histórico superior de Rusia, el derecho a ser fuerte". La tercera gran fuente de inspiración es el disidente soviético Alexandr Solzhenitsyn: crítico de la Unión Soviética (se deja aquí de lado este asunto), también lo fue de lo que consideraba un Occidente decadente. Solzhenitsyn está en el origen de la idea de un "mundo ruso" específico.
Contra lo que pudiera creerse, a partir de ciertos rasgos económicos, no hay entre la gente de Putin ninguna reivindicación del "Estado fuerte", aunque tampoco del individuo: el perfil liberal está dado por el énfasis "a lo Stolypin" en la propiedad privada e incluso en cierta "ortodoxia neoliberal", como la del Banco Central. Pese al acercamiento con China y cierta fuerza del pensamiento "euroasiátista" (o "euroasianista"), Putin ha dicho que considera a Rusia fundamentalmente europea.
Ilyn le deba una importancia particular a la consciencia de la ley, y, contra lo que suele creerse en Occidente, el gobierno de Putin, en lo general, hacia el exterior, defiende el Derecho internacional contra lo que llama el "juego con reglas" (y sin ley) de Occidente, que por decirlo de alguna forma se saca reglas de la manga y luego las cambia a modo. Si el rechazo del "Estado fuerte" y la promoción de la propiedad privada pueden parecer un "enriquézcanse" ("a lo Guizot" o "a lo Deng Xiaoping"), Solzhenitsyn sirve para reivindicar al mismo tiempo una dimensión espiritual.
A la derecha de Putin se encuentran personas como Alexandr Duguin, convencido de que hay un enfrentamiento entre el "mundo de los mares" y el "terrestre", en eco de viejas tesis geopolíticas británicas, presentes también en Estados Unidos. Duguin no ha dudado en coquetear con pensadores fascistas como Julius Evola o Heidegger.
A la izquierda, aunque en la mezcla rara del club de Izborsk, están desde Alexandr Projánov hasta Serguei Glaziev, pasando por Natalia Narochnitskaya, partidarios de recuperar lo mejor del pasado soviético (!entre otros pasados!), siempre en un ánimo de "fuerza" y de oposición frontal a Occidente. La diferencia está en la consideración hacia la Unión Soviética, totalmente ausente en Solzhenitsin y sus admiradores. Aquí se divide el "frente" conservador entre liberales y antiliberales, de los que Putin a veces toma algo, pero no mucho. No es el caso del gobierno de Putin, pese al lugar reservado a Solzhenitsyn, pero en los medios de comunicación masiva, oficiales, muy influyentes, el anticomunismo y el antisovietismo son algo así como para el jogger el jogging de cada mañana: cuestión de mantenerse "en plena forma". El punto es delicado, porque divide prácticamente en dos a los rusos. Es en esta medida que no ha sido quitado el mausoleo a Lenin en la Plaza Roja, en Moscú, capital rusa, pese a que el deseo del mismo Lenin fue ser enterrado con su madre.
La Rusia de Putin no es la débil de Boris Yeltsin en los años '90, aunque una parte del gobierno de Putin admira a Yeltsin, por ejemplo el ex presidente muy liberal y ex primer ministro Dmitri Medvedev, uno de los entusiastas del Centro Yeltsin en la ciudad rusa de Ekaterinburgo. La reivindicación de la "fuerza frente al mal" o "el derecho a ser fuertes" es entendible ante la amenaza externa, aunque los medios de comunicación masiva tienen a muchos intoxicados con esta creencia en la "Rusia fuerte": si fuera por alguien como Medvedev, Rusia trataría de ocupar Odesa, llegaría a la frontera polaca y se regodearía ante el riesgo de la Tercera Guerra Mundial. Rusia entró al capitalismo en una posición subordinada, y tiene a sus "socios" tocando a la puerta para el atraco por imperialismo, frente a lo cual el gobierno de Putin se ha presentado como adalid e impulsor de la multipolaridad.
Lo que no tiene lugar, a diferencia del pasado soviético, es un rumbo interno que sea tomado como ejemplo (no como modelo), y desde este punto de vista, no puede decirse que el gobierno de Putin tenga mayor idea de gran cosa ni nada alternativo, salvo en lo muy general "convertirse en la quinta potencia del mundo": el gobierno de Putin, en el plano interno, con personas como el primer ministro Mijaíl Mishustin, es bastante mediocre y no le viene a la mente que una mejor y distinta solución de los problemas internos podría encontrar por este camino más fuerza de la que busca y en algunos terrenos encuentra, en particular en el militar. Las agencias oficiales rusas (RT, Sputnik) no suelen informar de logros internos, y, así las cosas, no es contra un ejemplo de nada que embiste Occidente. Tal pareciera, si no fuera por la carrera por el dinero, que se trata en la cabeza rusa de un enfrentamiento entre el materialismo y la espiritualidad, aunque el reciente asunto del oligarca Evgueni Prigozhin fue muy poco espiritual, al igual que la actitud del gobierno de Putin: se trató primordialmente de evitar divisiones e incluso, en palabras de Putin, una "guerra civil". La manera de más de uno en el gobierno de Putin de enriquecerse tampoco es de lo más "espiritual".
Rusia llegó a estar entre los países más desiguales del mundo, pero ya no es el caso (a diferencia, por cierto, de China). Sin embargo, los contrastes sociales no son del agrado de toda la población y, como ya se ha sugerido, la dividen, como la percepción del pasado soviético. Sin embargo, puede que no sea la contradicción principal y que ésta se encuentre entre poderosas fuerzas transnacionales, dirigidas desde el imperialismo de la tríada (Estados Unidos, Unión Europea con el Reino Unido y Japón) y la alta finanza, y países con voluntad de seguir existiendo como Estados nación, así sea bajo una forma capitalista. Queda por saber si esta forma no mina las fuerzas del país que quiere mantenerse soberano: es, frente a Rusia, la expectativa occidental. Es una incógnita. Como sea, pese a que la Federación Rusa tiene un gobierno ostensiblemente de derecha y medios de comunicación oficiales salvajemente antisoviéticos y anticomunistas, representa la defensa de la soberanía en una época en que se ha llegado a creer que es algo superado, propio del pasado y contrario al cosmopolitismo. El punto que queda es saber si la soberanía política efectiva -no nada más declarativa-, que tiene Rusia, logra acompañarse de la soberanía económica, igualmente efectiva. Puede parecer reaccionario, pero no es poca cosa y sería el camino al ejemplo desde dentro. (da cilck en el botón de reproducción).