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domingo, 30 de julio de 2023

HAY QUE GANÁRSELO

 No queda claro de dónde salió la especie de que la ex jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, es la favorita del presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador para la sucesión. Ambos son activistas, pero el segundo es más "luchador social" y, también, ducho. Sheinbaum es  honesta y leal, pero carece de lo que en México se llama "colmillo", una actitud particular para detectar y evitar el engaño. Se trata de trayectorias en el fondo bastante diferentes. López Obrador sabe estar cerca del pueblo. Con Sheinbaum es distinto.

     La biografía de Sheinbaum que recoge una larga entrevista reciente de Arturo Cano, bajo la forma de libro, muestra a una familia con el "invisible de la foto" y una madre científica de mérito, aunque no exenta de ciertos defectos. Un tramo de la vida de Sheinbaum fue compartido con la hija de Valentín Campa, el líder comunista, y con el líder estudiantil del 68, Raúl Alvarez Garín. Dicha hija, "la chata" (María Fernanda Campa), y Alvarez Garín estuvieron casados un tiempo. En la primera se marca el paso de la militancia al activismo, cosas distintas. Alvarez Garín terminó viviendo de la renta de su nombre y su pasado e instalándose en la mentira, negándose a reconocer lo que ocurrió en el 68 mexicano. Cuando Alvarez Garín falleció, en 2014, luego de una homenaje universitario de cooptación (bajo el rectorado de José Narro Robles), ya había manera de establecer qué había sucedido el 2 de octubre del 68, pero ningún líder quiso detenerse en el asunto de fondo. Era parte de un ambiente en que se negaba en la izquierda (y más allá) la verdad si en algo contradecía los estereotipos y las complicidades establecidas. Más allá de esta impostura (¿alguna vez Elena Poniatowska quiso reconocer una verdad sobre el 68 a costa de su gloria y su "trascendencia"?), se podía, como cuenta Sheinbaum que lo hacía con su madre, recorrer media república para comprar huipiles, sin que la clase media universitaria dejara de ver a la gente de abajo, de pueblo, por encima del hombro, si no como masa de maniobra. Dicha clase media nunca dejó de ser lo que en su época se llamaba "pequebú", y Sheinbaum es muy "pequebú" (de clase media media), a diferencia del ex canciller Marcelo Ebrard, más ligado a los negocios.

     No cabe magnificar el activismo de Sheinbaum en 1986 en el CEU (Consejo Estudiantil Universitario), "histórico", que negoció un congreso que no sirvió para nada y no supo recuperar lo positivo de las propuestas del entonces rector universitario, Jorge Carpizo. Si algo sorprende, es la frecuente carencia de inteligencia de líderes de la época, de Martí Batres (para entonces preparatoriano) a Imanol Ordorica, capaz de propuestas de "politiquería" (de izquierda) para la universidad y al mismo tiempo de carecer de criterio por seguir modas tecnológicas e internacionales. La academia no es asunto de democracia porque el conocimiento no se vota, no depende de las mayorías ni del pueblo (peor si ni las autoridades entienden que no es cosa de "politiquería" plegándose al mismo tiempo a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico -OCDE).

      La política de Sheinbaum no va mucho más allá (a diferencia de Adán Augusto López Hernández). No tiene mucha experiencia en la administración (a diferencia de Ebrard), pese a haber sido secretaria de Medio Ambiente cuando López Obrador fue jefe de gobierno del Distrito Federal (hoy Ciudad de México). Sheinbaum es buena para crear infraestructura y tuvo en la capital mexicana la iniciativa positiva de crear los PILARES (Puntos de Innovación, Libertad, Artes, Educación y Saberes), pero no sabe ni qué es una universidad, y hasta aquí. Como ya hubo ocasión de decirlo, otros logros no son en rigor de Sheinbaum (en seguridad y ante la Covid-19). La ex jefa de gobierno no distingue entre "pueblo" y "masas" -algo característico del activismo universitario, que quiso "movilizar a las masas"-.

      Con la mercadotecnia, Sheinbaum no atina a intuir que abajo tal vez no importan las citas de su madre en Scopus, ni su entonación de "Siempre en mi mente", de Juan Gabriel, ni sus visitas a los presos políticos en Lecumberri. El tema insistente de que es mujer puede llegar a ser asfixiante y tiene algo de creencia -¿eco del pasado?- de que la causa lo justifica todo. Habiendo estado de estudios cuatro años en Berkeley, la precandidata cree que es la inversión la que genera riqueza, se compró el boleto del nearshoring (como Ebrard) y es partidaria de las energías renovables un poco a ciegas. Sheinbaum dista de ser radical y, para decirlo de algún modo, pese a que habla de "proyecto de nación" no tiene -cosa rara para una científica, aunque ocurre- una "visión general de las cosas": recita (alguien machista diría que, además, es "desabrida"), a veces de tal manera que cabe preguntarse qué tiene en la cabeza. No es seguro que tenga buen equipo, salvo excepciones, y a fin de cuentas es de "derechos y libertades". Puede crecerse, como alguien que necesita madurar, sin que ello implique ser desleal. Si la hay, la "deslealtad" está en una visión errada del pueblo, nada infrecuente entre universitarios y sectores de clase media para los cuales es "pueblo" lo que los adorna, los cubre de cierta aureola y hace que todo les sea debido, exactamente como se llega a creer que ocurre por el solo hecho de ser mujer. Ojalá la herencia libertaria no le juegue una mala pasada a Sheinbaum y al aparato de MoReNa que juega a la franquicia local Demócrata. Tablas, la precandidata puede adquirirlas; la sensibilidad social falla, como acostumbrado entre universitarios (después de todo, el movimiento estudiantil del 68 fue éso, y no popular, contra lo que a veces se pretende).

     A fin de cuentas, hay en Sheinbaum algo de "libertario", que suele ir de la mano con el conservadurismo: sometimiento, en este caso, a intereses transnacionales, organismos internacionales, etcétera, que más allá del discurso hipócrita no tienen el menor ánimo de que México salga adelante por su propio pie. Es de esperar que el mismo espíritu libertario no le haga creer a la precandidata que algo le es debido por la causa, que es lo que juega gran parte del aparato de MoReNa a cubierto del lópezobradorismo. Por cierto, si una es tiesa, el otro no teme al ridículo (da click en el botón de reproducción);





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