El testimonio del general fascista E. Buttlar en 1948 fue claro: desde un principio, el ejército soviético le opuso en 1941 al nazi una resistencia inesperada, sobre todo que Berlín creía -desinformaba y terminaba creyendo en la desinformación- que Moscú estaba en la más completa mediocridad, sin capacidad de reaccionar ante un ataque relámpago. "Como resultado de la resistencia tenaz de los rusos, admitió Buttlar, ya en los primeros días de combate las tropas alemanas sufrieron pérdidas de hombres y en técnica que eran considerablemente superiores a las conocidas por nosotros en las campañas realizadas en Polonia y Occidente. Era totalmente evidente que la forma de realizar operaciones militares y el espíritu combativo del enemigo no se parecían en nada al que los alemanes habían encontrado en sus 'guerras relámpago' anteriores".
Y es que en Occidente estaban ocupados en otra cosa. Según acaba de recoger el portal de La Voz de Rusia, en 1939 el Banco de Inglaterra trasladó la reserva de oro de Checoslovaquia a la cuenta del Reichsbank y vendió otra parte más, a solicitud alemana. Era dinero que Checoslovaquia había sacado a Inglaterra en 1938. Fiel al espíritu del Pacto de Munich y a un profesionalismo típico de un muy buen financista, Inglaterra le ayudó a los alemanes a meterse en el bolsillo la riqueza de una Checoslovaquia invadida. En Munich, nadie le había pedido su opinión a los checoslovacos, aunque, por cierto, la Unión Soviética quiso defenderlos de la agresión nazi (defensa a la que se negó el presidente checoslovaco Edvard Benes). Mientras los nazis engullían territorio checo, los banqueros de Inglaterra estaban listos para hacer lo que saben hacer: finiquitar un negocio, sin importar que consistiera en "clavarse" el dinero de un país ocupado. Es más, el Banco de Inglaterra ni siquiera consultó al gobierno en Londres.
A diferencia de la Unión Soviética, que fue deteniendo al invasor desde muy pronto en 1941, el gobierno francés (tal vez menos hábil que el británico para el negocio) capituló en el tiempo récord, de un mes, sin darse siquiera un minuto para el estupor. Los alemanes empezaron la agresión por mayo de 1940 y para el 25 de junio -luego de que 40 mil soldados salieran corriendo en Dunkerque-, Francia firmó el armisticio, al cabo de unos días de una "Guerra de broma". Los nazis se metieron a desfilar por París, al fin y al cabo que desde el 10 de junio el gobierno francés ya se había largado a Burdeos para hacerla de avestruz.
Estados Unidos se apersonó a la gran batalla cuando ya todos estaban lo suficientemente desgastados para que resultara el negocio (máxima ganancia, menor número de pérdidas). Como de todos modos el cálculo de Munich en 1938 no había salido del todo bien (tío José lo jodió todo), el fin de la Guerra Fría en 1991 fue aprovechado por los ideólogos de turno para "cuadrar las cosas" (y hasta las cifras, como sea), es decir, para pasarle a Moscú la factura, idea que en su momento Neville Chamberlain y Edouard Daladier creyeron entender tan bien como el Banco de Inglaterra y el gobierno de Vichy. Lo ideal hubiera sido vender al bolchevique (o hasta al checo) sin comprarse pleito. ¿No?
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