Queriendo congraciarse con los tártaros de Crimea (es suficiente con tratarlos como a todos, sean rusos o no), el presidente ruso, Vladimir Putin, se creyó y repitió la tesis de que la Unión Soviética era la "cárcel de los pueblos" o "cárcel de las nacionalidades". Es lo que sucede cuando uno desayuna huevos a la solzhenitsin en salsa trotski.
En plan malamente "étnico", sin entender lo que estaba diciendo, Putin dijo que "los tártaros fueron tratados injustamente" en la época soviética de las "represiones", que afectó a "millones de personas", "especialmente a los rusos" (!!!!). Putin remató llamando a la "rehabilitación de los tártaros de Crimea", a restituir sus "derechos" y a "limpiar su buen nombre". Cierto, lo mejor para no ofender demasiado a esos tártaros sería bajar el tono del paneslavismo, la gloria a Rusia y cosas por el estilo, considerando que los tártaros estaban en Crimea antes que los rusos.
Especialista de la época de la guerra mundial, el historiador Igor Pyhalov escribió en el portal de Odnako que no es necesario ir tan lejos. Los tártaros fueron deportados de Crimea al Asia Central en 1944. ¿Por qué? Simplemente, porque desertaron en masa durante la guerra. En cualquier ejército del mundo, la deserción se castiga. En algunos ejércitos, la deserción en tiempos de guerra se castiga con la muerte (es traición a la patria). Si los tártaros desertaron -frente a los nazis, además-, el castigo de ser deportados fue, como lo sugiere Pyhalov, una "medida suave", salvo que se crea que "estaban en su derecho" al no considerar a la Unión Soviética como su patria. Fue justamente la conciencia de que por algo los tártaros habían hecho éso que no fueron a dar directo al paredón o al más invernal de los gulags. Tampoco se los podía premiar y fue elegida una solución intermedia.
Así, los tártaros fueron castigados por desertores, no por tártaros (es decir, no hubo ningún pogrom al estilo del zarismo ruso). Lo mismo sucedió con muchos rusos (puesto que los hubo que desertaron, incluso en Stalingrado), incluyendo el héroe de Putin, el fallecido escritor Alexander Solzhenitsin, cuyo papel durante la guerra -el motivo de que fuera objeto de represión- ya debería ser tan conocido como sus obras. Si el extraviado presidente ruso -al que le cayó en Rusia la península de Crimea casi por algo de suerte de lotería- sigue en "plan étnico", no parará de encontrar quien, sí, quiera rehabilitar a los tártaros. De hecho, la rehabilitación de los ucranianos occidentales ya ha sido todo un éxito, tanto que, creyendo ganar, la Federación Rusa tiene un nuevo enemigo en puerta. Y es uno de los muy malos.
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