Guatemala es un país poco simpático, y de tradición de violencia. Mientras el Cono Sur ha querido realzarse con la salida de dictaduras, el país centroamericano, antigua cabecera colonial, vivió décadas de militares y de guerra interna que dejó 150 mil muertos, sólo comparable con Colombia, y mucho más que en cualquier país conosureño, Argentina incluida. A principios de los '40, los guatemaltecos tuvieron un gobierno democrático con Juan José Arévalo, seguido luego de Jacobo Arbenz. Arévalo creó la Seguridad Social y un Código del Trabajo, entre otras medidas. Cuando Arbenz (1951-1954) intentó expropiar tierras improductivas de la empresa bananera estadounidense United Fruit, se acabó: una intervención militar de mercenarios apoyados por Estados Unidos puso fin a cerca de una década de democracia, sin que existiera siquiera el pretexto de la Revolución Cubana (fue cinco años más tarde, en 1959), y empezó un calvario de militares e intentos guerrilleros, si acaso con uno que otro gobierno civil de fachada. Así, fueron unas tres décadas de grave violencia interna, con militares impunes (Efraín Ríos Montt, por ejemplo) y guerrillas encerradas en disputas internas. La transición a la democracia no arregló los problemas estructurales, y al menos en materia de Justicia, Guatemala terminó bajo tutela internacional, sin que fuera la solución. Guatemala resultó ser una sociedad muy conservadora en descomposición.
En las elecciones recientes, la sorpresa la dió el triunfo de Bernardo Arévalo, hijo del presidente mencionado, con el Movimiento Semilla. Logró en segunda vuelta cerca del 60 % de votos, sin que quepa desdeñar el 40 % restante. Lo característico del Movimiento Semilla es que fue creado por gente pensante, si cabe decirlo así: Bernardo Arévalo se formó en los Países Bajos e Israel (filosofía, sociología), y Karin Herrera (química, socióloga), para la vicepresidencia, en el Colegio Belga, Guatemala y España, ambos lejos del mundo de los negocios y de Estados Unidos. No exento de alguna que otra moda, pero sin el menor exceso, y con una visión internacional no muy atinada, el Movimiento Semilla cuajó en cambio un programa para Guatemala muy concreto, pero sin desdeñar algo que escasea: la visión de Estado y de nación, pensando en ciudadanía plena y lejos de lo nacional-popular. El programa de Movimiento Semilla está alejado de la retórica, la demagogia y el acomodo a los dictados exteriores, por lo que no es necesario aguantarse una retahíla de consideraciones sobre las mujeres, los jóvenes, los pueblos originarios, los afrodescendientes, los variopintos de género y así por el estilo, aunque sí se aborda sensatamente el cuidado de la naturaleza. Llama la atención que el voto para Semilla no parezca clientelar. Si acaso, no pude negarse un alto abstencionismo, de poco más de la mitad de la población en la segunda vuelta. No es muy válido que el progresismo latinoamericano quiera agarrarse de lo que sea, puesto que no dijo nada en la primera vuelta, en la que el partido de Arévalo tuvo el 15.5 % de los votos. A su vez, los perdedores alegaron fraude, pero no encontraron mayor respaldo internacional.
La idea de gobierno de Semilla se concentra en crear institucionalidad limpiando al aparato de corrupción. El problema básico está en el aparato Judicial y en los medios de comunicación, para variar, que ya se apersonaron a "condicionar" a Bernardo Arévalo, como lo hizo por ejemplo Fernando del Rincón, de CNN (Cable News Network), alguien de quien no se sabe si es moreno con chiripa de ojos claros o si sale de una cabina de bronceado para amedrentar. Del Rincón, que pasó de Yautepec a Miami, no parece entender que él no es quien gobierna en Guatemala.
Arévalo tiene la gran ventaja de estar consciente que la tarea de construir institucionalidad no es asunto de partidos, cuando más bien éstos tienden a ser vehículos de arribismo y de lo que el ganador llama "cooptación corrupta", lo que puede ocurrir con distintas ideologías. Bernardo Arévalo prefiere alianzas con sectores y el programa de Semilla es claro en la necesidad de priorizar el profesionalismo. El Estado, que no es el gobierno, no puede según Semilla estar al servicio de sectores específicos o privilegiados. El Estado está para crear condiciones de equidad. En especial, Semilla propone una Función Pública que sea legítima y eficaz, que rinda cuentas y tenga una base meritocrática, nótese bien, "separando las carreras políticas de las funcionariales". En estas condiciones, importaría entonces más el know how que el know who, y es la base de un Estado no patrimonialista ni clientelar, un Estado republicano de verdad y no una república del discurso. Seguramente sea una sorpresa para alguien como Gloria Álvarez, la guatemalteca que se apareció en las últimas elecciones presidenciales mexicanas a ejercer una intromisión indebida.
Todo está por verse, pero alguien debería explicarles a Del Rincón y Jorge Ramos, chilango de ojos claros, afincado también en Miami, que el mediático no es el poder supremo. Lo que propone Bernardo Arévalo es sentar las bases de un verdadero Estado nacional, algo diferente de una empresa o un feudo. En una de esas hasta se vuelve algo medianamente simpático un chapín. Sin marimba. ¿Dónde estás, Rigoberta?
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