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sábado, 12 de agosto de 2023

ECUADOR: EL ENORME DETERIORO

 A pocos días de las elecciones presidenciales en el Ecuador, fue asesinado el candidato de "centro-derecha", Fernando Villavicencio. No es que las elecciones estén reñidas: es que todavía no es seguro que Luisa González, candidata favorita (Revolución Ciudadana), logre el 40 % de los votos más 10 puntos de diferencia sobre su inmediato seguidor, aunque tampoco está descartado. La izquierda no puede omitir que más de la mitad de los votantes está dispersa y con frecuencia apática, como si no quisiera entender la gravedad de una situación en la que, según González, el Ecuador es un "Estado fallido". Lo deseable es, en estas condiciones, no llegar al punto de no retorno.

      Lo ocurrido a Villavicencio, atribuido en un principio al Cartel de Sinaloa, no deja de recordar lo sucedido hace ya cierto tiempo con el presidente haitiano Jovenel Moise: cuando fue ejecutado, las condiciones de seguridad se desvanecieron, lo que terminó sugiriendo la complicidad de quienes lo cuidaban con los asesinos, en su mayoría un grupo de colombianos, como en el caso de Villavicencio. Moise se había distanciado arriesgadamente de sus patrocinadores, la derecha mafiosa haitiana. Villavicencio parece haberse sentido lo suficientemente seguro para obtener cierta independencia y denunciar al Cartel de Sinaloa, algo sobre lo que el Ecuador calla. Hay además tres políticos inmiscuidos.

     En efecto, Villavicencio había tenido la fama de ser agente de la Central de Inteligencia Americana (CIA), algo que denunció quien fuera vicepresidente valiente de la Revolución Ciudadana, Jorge Glas. Como persona cercana a los intereses estadounidenses, el deporte de Villavicencio era coleccionar denuncias falsas de cualquier cosa contra el ex presidente Rafael Correa, lo que le costó a éste el asilo político en Bélgica y no poder correr en las elecciones de 2021. Si es correcto que Villavicencio era de la CIA, ¿a quién estorbaba? La canciller mexicana, Alicia Bárcena, muy profesional, declaró desde Estados Unidos que la autoría de la ejecución -que fue en "modo sicariato", como se dice en el Ecuador- no fue obra del Cartel de Sinaloa. A su vez, el presidente ecuatoriano, Guillermo Lasso, pidió ayuda del FBI (Federal Bureau of Investigation-Agencia Federal de Investigación) para investigar el caso.

      Cuando fue ejecutado, a Villavicencio le ocurrió algo "extraño", similar a lo de Moise: le fueron retiradas ciertas garantías de seguridad (lo que sus familiares denunciaron) y el encargado de las mismas, Patricio Carrillo, salió por otra puerta y hacia un coche blindado, a diferencia del candidato. ¿Hasta dónde pensaba llegar Villavicencio, si acaso sintiéndose protegido? Es porque es de todo el mundo sabido que la fuerza pública ecuatoriana, policía en particular, está infiltrada por el narcotráfico, al grado que se sabe de la existencia de "narcogenerales" que no son investigados, y que, para colmo, hay grupos criminales que dan anuncios de prensa con escolta policíaca. ¿Acaso Villavicencio no iba a llegar a esta parte de las fuerzas de seguridad que son las que lo descuidaron, al grado que pueda sospecharse en el Ecuador de un crimen de Estado, sin que la izquierda termine de reconocer el alcance de lo que sucede? Ciertamente, González insistió en las situaciones "extrañas" que rodearon el crimen y en la mención de los "narcogenerales", llamando a depurar la fuerza pública. Pero hace rato que la Revolución Ciudadana, salvo excepciones, elude sistemáticamente hablar de Estados Unidos. No es el caso de Lasso: no sólo llamó al FBI, sino que previamente llamó a combatir al CJNG (Cartel Jalisco Nueva Generación), que no dudó en externar su enojo por la complacencia con los de Sinaloa.

     No corresponde especular demasiado hasta que no haya más elementos, pero hace rato que Estados Unidos le ha hecho un daño terrible al Ecuador. Más allá de ésto, el 30 % de la droga colombiana está siendo exportada vía el Ecuador, y el 60 % de la droga que entra a Europa vía el puerto de Amberes (Bélgica) sale del gran puerto ecuatoriano de Guayaquil. Por mucho tiempo, la sociedad ecuatoriana no quiso ver: ahora ya no es nada más lugar de lavado espectacular de dinero, a la vista de quien no quiera ser ciego, sino lugar de tránsito y de extensión de actividades criminales como secuestros y extorsiones, no faltando más que la conversión, también, en lugar de consumo. En medio del caos, todavía hay gran parte de la sociedad que no se inclina por la Revolución Ciudadana, que dejó pasar algunas cosas (como narcomenudeo en las narices de la policía), pero de cualquier modo consiguió hacer del Ecuador el segundo país más seguro de América Latina. Dicho sea para terminar, acaba de probarse que las acusaciones contra Glas, que las pagó con cárcel, eran inventadas, en otra extrañeza, el papel de la empresa brasileña  Odebrecht (la Corte de Brasil ya anuló las supuestas "pruebas"). A quedarse con Carpuela (da click en el botón de reproducción).






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