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sábado, 5 de agosto de 2023

FERIA DE POCHOS Y POLKOS

 Ya ha habido ocasión de decir que, para la sucesión de 2024, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, no tendrá favoritismo, por lo que tampoco hay "caballo negro" ni nada por el estilo, pese a la relación cercana y de paisanaje con Adán Augusto López Hernández, precandidato oficialista y tabasqueño. Fieles al antiguo régimen que dicen criticar, algunos, izquierdistas o "demócratas liberales" por igual, creen que no hay cambio y que, a fin de cuentas, habrá "dedazo" e incluso algo así como el peligro de "Maximato", pese a que el mandatario ha dicho que se retirará. De lo que se trata es de forzar alguna ruptura y orillar al centro al candidato definitivo, o de seguir golpeando de manera inmisericorde, como lo ha dicho López Hernández. Este seguramente sea el menos proclive a la deslealtad, que la oposición trató de jugar en particular con el ex canciller y también precandidato del Movimiento de Regeneración Nacional (MoReNa), Marcelo Ebrard. López Hernández es el menos ambicioso, y Ebrard, el más, aunque ha estado delineando asuntos concretos. Las reglas del sistema político mexicano, que el PRI (Partido Revolucionario Institucional) respeta, dictan que un ex presidente no vuelva a meterse en política, sin que quede claro por qué no se les recuerda a los ex mandatarios derechistas Vicente Fox y Felipe Calderón (partido Acción Nacional).

     Ricardo Monreal, Gerardo Fernández Noroña (prácticamente descartados) y López Hernández están en buena medida exentos de la fiebre de pochismo en el país, la propagación de polkos (si todavía se recuerda qué es pochismo y qué fueron los polkos) y la ausencia de "visión general de las cosas" que impera. Procedente de una familia modesta pero muy letrada de Paraíso, Tabasco, con padre notario y madre maestra normalista, López Hernández decidió hacer sus estudios de posgrado en Derecho en Francia por considerarlos más humanistas que los ofrecidos por Estados Unidos. Entre sus virtudes, el precandidato tabasqueño tiene, además de una gran cultura que no lo acompleja -a diferencia de los problemas crónicos de López Obrador con la intelectualidad-, una magnífica memoria y capacidad de acercarse a la gente gracias a aquélla. Es, al mismo tiempo, más conciliador y más estricto que un López Obrador proclive a la necedad, a cierta ignorancia y al laxismo. Si López Obrador es "luchador social", prácticamente sin verdadera profesión, López Hernández tiene muy buen oficio de abogado y es netamente político, habiendo sido diputado, senador, gobernador (durante un tiempo el senador y el gobernador más votado de Tabasco) y secretario de Gobernación. López Hernández tiene la franqueza tabasqueña, pero sin estridencias. 

     Lo que no queda claro es qué está decidiendo la contienda: la gente o los medios de comunicación masiva y el aparato de MoReNa que hace mucho adelantaron los tiempos, al grado de acercarlo todo a una feria, lo que la oposición ya entendió: ahora Xóchitl Gálvez también tiene su baile, el "xochibaile". ¿Es un asunto de entretenimiento y demagogia o un asunto de rumbo del país y soluciones posibles para sus problemas y su gente? Con un poco de observación, no es difícil darse cuenta quién toma las cosas en serio y quien está en la demagogia. El pochismo y los polkos optaron desde un principio por dos: Claudia Sheinbaum, hoy ex jefa de gobierno de la Ciudad de México, y Marcelo Ebrard. López Hernández pasa por un "desconocido en los medios", el "paisanito" del jefe y, a lo sumo, alguien a quien golpear si se intuye que no se suma al pochismo y los polkos. Ahora bien, tampoco cabe exagerar la nota con que López Hernández tiene el gran proyecto soberanista. Visión de Estado y de nación la tiene entre pocos Cuauhtémoc Cárdenas, hasta que MoReNa saque un programa, si consigue hacerlo con tal visión.

     Los "momentos de ambición y poder" a costa de la persona y el profesionalismo no son lo de López Hernández. Como López Obrador, tiene sentido de la justicia, pero respaldado en el conocimiento de las leyes y de su espíritu. Dos cosas hacen la diferencia: el oficio de abogado y el de político, asuntos distintos de ser "luchador social" o "activista". López Hernández tiene mayor apertura -pese a ser estricto- que el actual presidente. Divide más a la gente por su calidad moral que por su afiliación partidista. Es admirador de López Obrador, pero no anda en todo con "el pueblo bueno" por delante ni con maniqueísmos reiterados. 

     No está nada claro que el torneo no esté virando a pachanga, dado que en México el relajo es la ocasión de pescar a río revuelto. Se pierde así de vista lo que está realmente en juego -la pachanga está para la aniquilación moral y las posibilidades de López Hernández no están definidas: la demagogia tiene más posibilidades. Queda por ver qué hay que pasar para evitar endiosar o enlodar a un López Obrador contradictorio. (da click en el botón de reproducción). 



     

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