La Ciudad de México, hoy CDMX y ya no Distrito Federal (D.F), a cuyos sábados le cantara "Chava" Flores, ha dejado en más de un aspecto de ser lo que fue hasta los '80 o '90, desde que es gobernada por la izquierda. Ya no es la ciudad de inmigración, del Jacinto Cenobio extraviado o de las llamadas "Marías", ya no recordadas como tales. La CDMX es una ciudad mucho más segura, no la de los '80 con su garantía de asalto o de "secuestro express", y cualquiera sabe los pocos lugares a evitar, más, de noche, pese a la existencia de un mundo subterráneo que no se trata de ignorar. Pese a tener "sus días" y "sus horas" (de tráfico odioso), ya no es el D.F. irrespirable de los '80, terribles en materia de contaminación. No es una ciudad sucia, y está mejor cuidada, sin que le falten áreas verdes. Es buena ciudad para el turismo, nacional y extranjero, pese a los que salieron corriendo en los '80 a refugiarse en Guadalajara. La CDMX no es ciudad de pandillas apenas disimuladas y desafiantes, como en algunas colonias de Guadalajara o partes de Monterrey. No es lugar de mayor prostitución, más bien reducida a unos pocos lugares en Sullivan, la Merced y partes de la calzada de Tlalpan. No ha vuelto el pico de cierta inseguridad de finales del periodo de Miguel Ángel Mancera, de buena voluntad pero falta de experiencia. La CDMX ya no es la invasión del comercio ambulante un poco por doquier. No es ya la de las transas de Ruta100, así tenga defectos el Metro. Más de una unidad habitacional está bien o mejor cuidada. La CDMX sigue esplendorosa como antigua Ciudad de los Palacios, y llena de actividades culturales. Ya no es, tampoco, la ciudad de "Los Panchitos". Comparando temblores, ya no es la de 1985, como lo demostró 2017, porque han mejorado las normas de construcción y es demostrable que lo que se cae es, con frecuencia, por corrupción. La Ciudad de México no es de tugurios ni de miseria extendida, salvo excepciones, sino más bien de unas clases medias diversas. Tal vez la CDMX sea, en parte, lugar de surgimiento de sectores de la población acordes con la "honrada medianía", como la presidentA Claudia Sheinbaum, o la honesta Clara Brugada, pese a sus "bemoles" (que tal vez todo el mundo tenga). La CDMX no es industrial y ya tiene vínculos tenues con el campo, salvo en ciertas alcaldías como Milpa Alta. Parte de la fisionomía de la CDMX ha mejorado, y si hay grandeza, es la de quienes la trabajan, como lo mostrara el documental "En el hoyo", de Juan Carlos Rulfo, a pesar de un mal empresariado, sin siquiera sentido arquitectónico, como para ir a plantar un Museo Soumaya o algún edificio universitario sin tradición. El parque La Mexicana tal vez salve a Santa Fe de creerse que es un mini Dubái. Que Observatorio recuerda que no es. Incluso a nivel de abajo, parte -y nada más -de la población ya no es la que hacía portadas de Nexos sobre "el mexicano feo", y es notoria una mejor alimentación también en parte de "los de abajo". Ya no abundan los "tamarindos" "mordelones", ni los judiciales al acecho para extorsionar, como hasta los '80.
Antigua Joya de la Corona, con la Nueva España, y no "milenaria", por cierto (si se cuenta el tiempo de los aztecas antes de la llegada de los españoles), así se hagan tonterías por mitomanía, y sede del poder político, no del económico, la CDMX y el antes D.F., que le han dado uno que otro presidente al país, y la presidentA Claudia Sheinbaum, también mitomanías aparte sobre el 68, destaca por dos cosas, más allá de lo enumerado: la frecuente vulgaridad de sus habitantes y la manera que tiene la urbe de corromper, y que no es nada más asunto de "los políticos", porque los mundos del espectáculo, deportivo y universitario "no cantan mal las rancheras", como se dice coloquialmente, y no es nada más el uso del "relajo" y de la fiesta que se remonta a tiempo atrás, antes incluso de "La bandida" y su uso de la "pachanga" para anudar complicidades, que es en parte -si lo sabrá el mundo de oficinistas- no un gusto, sino una de tantas formas de corromper. Son legión las historias de Televisa, las de vidas destruidas (como la de José José, emblemática, como se dice), las del deporte y quien lo dirija (de Raúl González a Ana Gabriela Guevara, ambos fronterizos), o de la vida cortesana universitaria. Esta vida se traga de todo: exilios, refugiados, gente de los más diversos orígenes nacionales, diplomáticos y "agregados", pseudopoetas, todos al usufructo y el goce de las "relaciones" para "trepar" y hacerse de privilegios, porque el D.F. y la CDMX dan más de un privilegio, insistamos que no sólo a políticos. Es la ciudad cortesana en la que, desde la arquitectura, los distintos signos del privilegio están bastante remarcados, como la disposición a tratar mal o a desconocer ("ningunear") a quien se considere que no los tiene o no da acceso a ellos. No es ciudad del mérito, aunque en algo se va abriendo un poco de paso. Es la ciudad que asocia sobrevivencia a adquisición de uno u otro privilegio, y que, curiosamente, da al que cree tener algo de estatus la creencia de que puede permitirse ser grosero.
Ya no es la ciudad del "pinche" o de "la chingada" para los mitos de quienes descansan en Paz. A raíz de los '80, entre desclasamientos y advenedizos, es la ciudad carente de educación, por cortés que sea, y donde es de lástima el muy limitado vocabulario de quienes no pueden puntuar sin un "wey", sacar lo "banda" con un "chido", equiparar un problema a un "pedo" y algo mal hecho a una "mamada", además de buscar manchar -ciudad de maledicencia- sin querer ser manchado, profiriendo "no manches". Honra a la Ciudad de los Palacios decir: "no manches, wey, se me hace que son mamadas, pero no hay pedo, a fin de cuentas está chido". Es lenguaje banda, no "mexicanidad", y propio, como lo mostrara para otros lares el escritor José Donoso, de la atracción de la oligarquía en decadencia por la apariencia de "vitalidad" del lumpen, al igual que la del gringo. Xenofobia para el mérito: tolerancia para el gringo corruptor en la Zona Rosa, para sus muy sospechosos restaurantes sudcoreanos y, en la misma Zona, el ambulantaje y los casinos, como si no se notara con qué otro lugar de la ciudad está la conexión. El mundo universitario y el del espectáculo lo saben: el sexo es forma de corromper, por no hablar del mal gusto de cronistas fallecidos o de escritores de altura echados a perder, pero privilegiados, y que terminan por creer que por un privilegio bien vale la pena corromperse.
La Ciudad de México, que hace rato ya no es de ninguna Epoca de Oro, es también más agringada, cuando menos desde los '80, si no es que desde antes, entre rock en tu idioma y ondas Vaselina. Luego de hacerse de la ciudad, tomándose las calles en el Mundial de Futbol de 1986, juniors, "fresas" y "pirrurris" se vieron atraídos por la alianza con el lumpen. Una parte de las clases medias, bajas incluidas, remató esta extranjerización galopante -de políticos de vacaciones en Vail o de parientes en LA-, junto con la aparición del mundo financiero proclive al fraude, con décadas de banda sinaloense como resabio de "nacionalidad": lo tóxico "echando cuerpo" dizque en nombre de lo "antitóxico". Lo peor es que se entienda vulgaridad y grosería amenazante, moda incluida, como lo típico del chilango con derecho y libertad de ser así porque le parece "de estatus": el privilegio de ser un orate y, como para otros en el mundo cortesano de las "relaciones", de pasar por encima del otro sin el menor asomo de misericordia. Era para los que iban a misa, no para quienes van al centro comercial los domingos. Contradictoria la ciudad, y desafortunada la percepción de sus privilegios: son otros que los de ser vulgar, valemadrista, gandalla, cínico, desvergonzado, maledicente, admirador de lo extranjero aunque se trate de otro aprovechado más, inmisericorde y muy "barroco": seguramente la trompa de alguien como Carlos Alazraki sea el mejor ejemplo. Ha sido la ciudad para hacer fortuna trepando, para recién llegados y advenedizos, pero también va cambiando, poco a poco, lentamente...para mejores cuidados, y si acaso perdura no la cortesía cercana a la poblana o la tlaxcalteca, apariencia, sino la amabilidad de ya generaciones de no inmigrantes que puedan ver a la ciudad y todos sus habitantes, para servirla (da click en el botón de reproducción).