Colombia se encuentra en una ruta de inercia, con pocos logros del gobierno centro-izquierdista de Gustavo Petro, salvo para agarrarse verbalmente con el presidente estadounidense Donald J. Trump y mantener, por cierto, actividades contrainsurgentes erróneas, sin que sean del mayor interés de los colombianos, como hace mucho dejaron de ser las antiguas FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia). Petro podrá decir palabrotas, pero las nueve bases militares estadounidenses en Colombia siguen, haciendo del país, asociado a la OTAN (Organización para el Tratado del Atlántico Norte), la plataforma hacia Sudamérica.
Entre los pocos logros está haber aislado al uribismo, cuyo Centro Democrático (todo es posible cuando en México, por ejemplo, el empresario golpeador Claudio X. González se dice en X de "centro progresista") está por los suelos. Álvaro Uribe interesó cuando convenció de que el problema de Colombia era liquidar a las FARC, en lo que se empeñó entre 2002 y 2010, hasta debilitar al grupo guerrillero. Había una doble actitud: de hartazgo de la violencia, de décadas, y de indiferencia, más ante la creciente injerencia estadounidense, que prostituyó a una parte de la sociedad colombiana, lo que se reflejó en cambios en parte también de las mujeres, colocándose a merced de los "cazadores" estadounidenses en algunas ciudades, del Caribe o Medellín, en particular. Colombia, pasado lo fuerte del narcotráfico y de su uso contra la oposición de izquierda, al igual que el paramilitarismo, se quedó en formas de vulgaridad antes inexistentes. La violencia no se ha reducido demasiado, por lo que la derecha aparece con promesas de seguridad, pero se trata de formas de violencia menos aparatosas. Colombia es el tercer país más violento de América Latina. Por lo demás, el proceso de paz acordado en 2016 más o menos se estancó. Sigue habiendo tendencia a que ser líder social sea arriesgarse a ser ejecutado. El narcotráfico persiste, pese a la desmovilización de la mayor parte de las FARC, por lo que una eventual relación entre ambos fenómenos, narco y guerrilla, no dice mucho. El paramilitarismo salió impune y, a la menor acusación, Uribe se dice perseguido político. Como ya se ha observado, a partir del Plan Colombia, Estados Unidos ganó gran parte de la batalla, al menos contra el grueso de la guerrilla y para proteger al paramilitarismo. Al mismo tiempo, fue todo parte de un proceso de mayor urbanización y, en medio de lo vulgar, imitación de lo estadounidense, de salida parcial del "patriarcalismo", al grado que la derecha uribista ostenta tres candidaturas femeninas a la presidencia. Es del estilo de reptar de Acción Nacional en México: gente con pretensiones de ser estadounidense y con resultados entre lumpen y de añejas familias decadentes.
Con miras a las elecciones de 2026, Colombia, como podría pasar en México, y pese a una fuertísima influencia estadounidense, ha cambiado con una violencia persistente pero más difusa, y gran parte de la población, luego del gran desborde de otra "acumulación originaria", en el centro. Iván Cepeda, candidato del partido de Petro (Pacto Histórico), es bastante popular y vence con facilidad a la derecha. Se trata de sumar más fuerzas en lo que sería un "Frente Amplio". Cepeda ha impulsado el juicio a Uribe, aunque éste haya salido del agua sin mojarse. Hasta ahora, lo que puede presentarse es otra cosa: una situación pareja entre Cepeda y el centrista "apolítico" Sergio Fajardo, ex alcalde de Medellín y ex gobernador del departamento de Antioquia. Por ahora, no hay contrincante claro de Cepeda, beneficiario de la división entre centro y a la derecha, como en México el oficialismo se ha beneficiado de la división entre PRIAN (Partido Revolucionario Institucional-Acción Nacional) y Movimiento Ciudadano, que por ahora han rechazado unirse, tal vez en parte para no soltar cotos propios. Después de todo, Medellín es la segunda ciudad más importante de Colombia, compitiendo un poco con Cali. El voto en Colombia está muy regionalizado, y Petro llegó por los espacios más pobres y periféricos. Eso sí, Petro ha tenido muchos menos resultados que el oficialismo en México, por acomodaticio. Fajardo no quiere "polarización", así que se acomoda al centro, y Uribe baraja tres mujeres -y un camino- para acomodarse a los tiempos, por lo que sólo hay uno que se cree Bukele, Abelardo de la Espriella, "El Tigre", a no minimizar, porque ofrece resolver algo. No habrá abrazos, sí algo de balazos y probablemente polarización si la derecha se une (Cepeda-Espriella, y esperando a Fajardo) (da click en el botón de reproducción).