El presidente estadounidense Barack Obama está a punto de visitar Cuba. Antes de esta visita, el jefe de Estado se ha permitido mandar una carta a las disidentes Damas de Blanco, argumentando que defenderá ante el líder cubano, Raúl Castro, la "libertad de expresión" y de "reunión". En rigor, esta misiva constituye el enésimo entrometimiento de Estados Unidos en asuntos internos de Cuba, contra la norma que dicta un cierto respeto por la soberanía de los demás. Obama defendió su "derecho a hablar con todos" y a entrevistarse con "miembros de la sociedad civil, empresarios y cubanos de todos los ámbitos de la sociedad" (vaya manera de meter las cosas en la licuadora, por lo demás: "derechos humanos" con empresarios...). Ben Rodhes, viceasesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, ha sostenido que Obama se reunirá con "disidentes" en la isla.
Frente a lo que es una ofensiva del poder blando estadounidense, económico e ideológico (hasta lograr, de ser posible, un golpe político al que Obama ha dicho abiertamente que no ha renunciado), la isla no tiene la defensa del socialismo, aunque haya cubanos de buena fe que crean en él. A juzgar incluso por lo que expone Graziella Pogolotti en el portal cubano de Cubadebate, los intelectuales piensan oponer -si es que algunos van a oponer algo- "la cultura", pero ni siquiera una cultura socialista que no existe ya. Pogolotti sugiere que las Antillas resisten a los embates parecidos a los ciclones con acumulación de fuerzas culturales, pero, aunque hay cultura, en realidad la "acumulación" ha faltado. "Somos pobres, pero decentes", decían los abuelos. A ver qué tanto resiste Cuba la tentación de hacer a un lado incluso la decencia -como lo hace Osmaní García, por ejemplo, en medio de una juventud de sinverguenzas- en aras de una promesa de abundancia. Desde la crisis del Mariel a principios de los años '80 hasta la fecha (con la crisis de quienes usaban Ecuador y Centroamérica y México como trampolín para llegar a Estados Unidos), es obvio que algo ha fallado -no el socialismo, sino la falta de él, tal vez, sobre todo desde los '80- para que algo más que "el lumpen atraído por el consumismo" quiera largarse como sea hacia el norte. No falta quien lamente en la isla lo bien que se vivía "antes" (de la Revolución) y dudosamente se podrá oponer a la ofensiva "lo nuestro" si no es socialista, sino pura cultura "que se pretende". Martí, la música, tabaco y rón y la santería pueden muy bien servir de souvenirs y de adorno hasta ecológicamente potable que ornamenten con "cultura" -ni siquiera nacional- el negocio redondo que se le ofrece a una Revolución que hoy desfallece por no haber conseguido institucionalizarse en el Estado y la ciudadanía de verdad.
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