Las elecciones presidenciales en el Ecuador en 2017 pueden convertirse en un acto solemne de homenaje a la imbecilidad latinoamericana que tan bien personifican, en particular, algunos medios de comunicación: por ejemplo, el intragable conductor televisivo Jorge Ortiz, feo, retaco y de mala fe, colocó hace poco al Ministro de Relaciones Exteriores ecuatoriano, Ricardo Patiño, ante el tribunal de la Nación. No era el magnate Fidel Egas, dueño del medio y de la banca que lo financia, quien preguntaba, sino la Nación la que, con Egas como sponsor y Ortiz como vehículo "ventrílocuo", ponía a un funcionario público ante un tribunal. Desde luego que si vivimos en telecracia, gobiernan los lorocutores y sus patrones, que no suelen ser parte de alguna propiedad pública.
Rafael Correa, actual mandatario ecuatoriano, no se presentará a la elección y no habrá modo de acusarlo de "caudillo" o "César". Por lo demás y a diferencia de otros países (como Brasil, donde ya el récord es de 200 políticos de distintos partidos metidos en actos de corrupción), la corrupción en el gobierno de Correa no ha sido un problema mayor, como tampoco (no demasiado) el nepotismo. Lo que ha distinguido al Ecuador -junto a Bolivia- de otros países "de izquierda" es la voluntad de hacer despegar un desarrollo capitalista, pero endógeno, lo que no parece ser del interés ni de la oligarquía atrincherada en la segunda ciudad ecuatoriana, Guayaquil, ni de magnates modernos que lanzan a sus candidatos en la ciudad estadounidense de Miami. El pueblo ecuatoriano todavía tiene ante sí la oportunidad de votar en telecracia contra el verdadero desarrollo de la nación, insistamos que endógeno, y hacer como algunos grupos de indios que en abierta oposición a Correa parecen manifestar su nostalgia de la hacienda o, lo que es peor (hay que ver a Lourdes Tibán, "dirigente" indígena), sus ansias de ser como el patrón, si no es que de ocupar su lugar para obsequiarle al país otros 500 años de tiranía, aunque ahora folclórica y de poncho. En cuanto a muchos intelectuales de izquierda, están contra todo, en estilo 68, Correa es un dictador y la Casa de la Cultura ecuatoriana una sede de la Gestapo ("mi delirio sobre el Chimborazo", reconocía por lo menos Simón Bolívar).
Las masas, pues, pueden votar por sacar a un gobierno que no ha sido particularmente corrupto ni nepotista, que arroja buenos resultados en política social, que aspira al desarrollo endógeno, y entronizar como progreso a los adalides del atraso, tal vez vivido como "cultura" (el protofascismo barroco del otro Bolívar no sugiere algo muy diferente).
En el Ecuador, argumenta Luis Varese en Alainet, "se ha constituido una clase media importante que rápidamente asumió su conciencia de clase, pero hacia arriba y por lo tanto (...) poco solidaria y casi nada operativa en la defensa de las políticas públicas". Queda por ver si Alianza País ha logrado formar cuadros en medio de constantes cambios de gabinete. Según Luis Varese:"el gobierno, cuyos cuadros medios son básicamente técnicos, salvo las excepciones, no ha logrado educar y transformar al Estado hacia una vocación de servicio", aunque sea mucho más eficiente que antes. La inestabilidad crónica en el gabinete de Correa, desde hace años, muestra las dificultades para institucionalizar la "revolución ciudadana" y, entre los cuadros no técnicos del gobierno, los hay sin otra experiencia que politiquería y oratoria revolucionarias que pueden ser la mejor garantía de derrota. Mucho estará en el candidato y el programa frente al acecho del "perfecto idiota latinoamericano", que cree que en las urnas se depositan billetes.
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