El consumidor promedio se comporta ante el "problema ruso" como ante algo que no responde bien al "negocio". Si para comprar hay que vender, ¿por qué el mandatario ruso, Vladimir Putin, no se vende como cualquier otro y no parece querer comprarse un lugar en la "civilización occidental", como muchos de sus compatriotas y como lo hicieron desde Mijaíl Gorbachov hasta, peor aún, Boris Yeltsin? Para muchos, no "entrarle" al acto de compra-venta es suicida o soberbio. Es el tipo de cosas que no entiende por ejemplo Hitlary Clinton, quien salió de la clase media para ir vendiéndose "como se debe" a los grandes intereses económicos y militares estadounidenses y "comprándose" un lugar en la sociedad y el derecho a "ser alguien".
Ese consumidor que no tiene ya memoria de nada considera que se "compró" a la Unión Soviética en 1991 y que tenía el derecho a "comprarse" a Rusia. ¿Acaso Yeltsin no la estaba vendiendo? Entender que no todo acto en la vida es mercantil sería derrumbarse ante el descubrimiento -intolerable- de que no hay una sola forma de vivir, por lo que es preferible destruir al testigo incómodo. Hitlary no entiende y cada vez que Rusia tiene una postura independiente, que, vaya, no se vende, la loca de la casa declara que "Rusia pagará un precio por ello", ya sea por defender la integridad siria, ya sea por crear una Unión Económica Euroasiática que para la señora "de Clinton" es un "intento por reconstruir la Unión Soviética". En suma: lo que no se vende ni se deja comprar no es otra postura, sino que es un "costo". ¿Y cuando se ha visto que un vencido se de el lujo de señalar olímpicamente, sobradamente, que hay asuntos que no tienen precio? Estados Unidos comenzó así con Barack Obama, el actual huésped de la Casa Blanca, la operación "devaluar a Rusia" en la economía (restándole ingresos, sancionándola) y en los medios de comunicación masiva. Diana Johnstone lo ha advertido en su libro Queen of Chaos ("La reina del caos"): Hitlary no entiende nada, lo que se llama nada, de Rusia. Es probable que esto se deba a la incapacidad de ver otros actos y otros significados que no sean los mercantiles -problema cada vez más generalizado entre amplias capas de la población mundial, incapaz de entender el sentido de los actos- y por ende calculables: Hitlary calcula, pero no piensa. Y no calcula que Putin piensa (si Hitlary tuviera pensamiento y moral, estaría divorciada, pero es mejor estacionarse en el matrimonio como un negocio más).
Así que el consumidor cree haberse comprado la paz para él (puesto que él pagó), sin importar lo que suceda con los demás (allá ellos si son insolventes). Con la compra cree tener adquirido el seguro de vida (Estados Unidos es inmortal) y otro contra accidentes, es decir, contra cualquier cosa que "salga de control". ¿El seguro debe cubrir contra el "accidente Putin" (cobertura de costos) y su peligro, incluido el nuclear (gastos médicos del "susto")? Sin duda, así que el consumidor, con tal de creer que está protegido, él y su propiedad, se comprará cualquier argumento que le vendan sobre algún "peligro ruso". ¿Quién dijo que nadie tiene la vida comprada? La paz no es un valor, es lo que nos compramos para hacer negocios sin el costo de una consecuencia inesperada, "disruptiva", "perturbadora", un costo que no podamos cubrir. Según Johnstone, incluso se le ha diagnosticado a Putin en Estados Unidos una forma de "autismo" (sic, el tipo de tonterías que Hitlary está dispuesta a comprarse), seguramente porque no está al tanto de que Rusia debiera reducirse a business as usual y rematarse on discount sin oponer la menor resistencia. ¿Cómo hacer para que el "problema ruso" salga "económico"? Desvalorizando todo lo ruso, por lo pronto, para llegar a un precio de ganga, aceptable, barato, que nos recuerde de paso nuestra supuesta solvencia.
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viernes, 11 de marzo de 2016
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