"Todos sabemos" es una manera de guiarse por el temor a ser excluido de la manada, a la que el ser humano llama "mi gente", aunque no por ello esa manada sea menos animal, si carece de raciocinio y de las temidas conciencias individuales. Así que "todos sabemos" que León Trotski, exiliado finalmente en los años '30 en México, donde fue asesinado, era un ancianito inocente que desde su inocencia denunciaba el socialismo estatal=terror (y por ende ="socialismo farsa").
Frente a esta evidencia, lo demás pueden ser simples cosas de intelectuales soberbios, claro está, y de puro "interés académico". Resulta que los críticos de Stalin, los admiradores del "maestro de martianos", Sweet Heart, gángster de la cultura, y de la Cuarta Internacional y la manera en que el trotskismo propaló su versión de lo que fue la Unión Soviética pueden pasar por encima de los archivos. Grover Furr es un investigador que ha hecho lo contrario y ha cotejado los archivos recientemente abiertos de los muy "terroríficos procesos de Moscú" a finales de los años '30 con los archivos occidentales: el resultado, Trotsky's 'amalgams', muestra en cientos de páginas documentadas a más no poder que Trotski dedicó su vida en exilio a mentir.
Más en concreto, Trotski le mintió a la estadounidense Comisión Dewey (no tan imparcial, lo que provocó por ejemplo la renuncia del periodista e historiador Carleton Beals) al afirmar que no estaba conspirando contra la Unión Soviética. En 1937, León Sedov, hijo de Trotski, escribía por ejemplo: "ahora no hay razón para dudar, hay que matar a Stalin". Jean van Heijenoort, secretario personal de Trotski, reconoció en una carta que sí estuvo en marcha después de 1932 -fecha hasta la que había llegado el historiador Pierre Broué- un complot para matar a líderes soviéticos, complot en el que estaban involucrados desde Zinoviev y Sten-Lomidze hasta otros contactos de Trotski en la Unión Soviética. Estos contactos también fueron reconocidos por León Sedov en una entrevista en 1937 al diario holandés Het Volk.
Trotski le mintió a la Comisión Dewey (por ejemplo, sobre el asunto del "hotel" Bristol en Copenhague y las andanzas de Sedov, y sobre contactos con la oposición soviética en Noruega), de la misma manera en que Trotski mintió sobre las circunstancias del asesinato de Serguei Kirov y muchas otras cosas más, incluyendo lo que alguien como George Orwell quiso que se averiguara en los juicios de Nuremberg (en particular sobre Rudolf Hess), pero fue tapado: los contactos del trotskismo con el Japón imperial (sugeridos en deslices de quien fuera ministro japonés de guerra, Hajime Sujiyama) y la Alemania nazi.
No fue Furr, sino el historiador para nada radical J. Arch Getty quien empezó a caer en las mentiras de Trotski cuando, nótese bien, apenas en 1980 se abrió el Harvard Trotsky Archive. Se fue descubriendo por lo demás que Sedova (viuda de Trotski), van Heijenoort e Isaac Deutscher (el "gran historiador/biógrafo" de Trotski) estuvieron "metiéndole mano" de tal manera a los archivos que desaparecieron algunas piezas comprometedoras. Después de conspirar para asesinar (según lo escrito por Sedov), de tener contactos con asesinos (el Japón imperial y la Alemania nazi) y de no parar de mentir, todavía le queda al trotskismo, tal vez, algo de supuesta autoridad moral -es lo único que suele alegar, la superioridad "ideal" del socialismo perfecto- para negar los trabajos de archivo de Arch Getty y de Furr: si se quiere decir que los archivos de los procesos de Moscú mienten, es más difícil afirmar lo mismo de los de Harvard. Lo grave es cuando los dos coinciden en lo que "hablan" del señor Bronstein. De todos modos, Trotski fue rehabilitado con la perestroika y nadie está impedido para ejercer la facultad humana de mentir contra toda evidencia.