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domingo, 11 de septiembre de 2016

¿MIEDO A PENSAR, O AUSENCIA DE ETICA?

Hace poco tiempo Marcos Roitman Rosenmann sugirió en un artículo en el periódico mexicano La Jornada que la gente pareciera tener miedo a pensar, y más aún, críticamente, por lo que preferiría la autocensura.
        Probablemente sucede que mucha gente prefiere calcular a pensar, puesto que se calcula para seguir intereses y "ponerlos en valor", primero, y "maximizarlos", después, de preferencia al menor costo. El problema está en que este "hombre económico" es hoy un dictado de sociedad, abierto o con cierto grado de inconsciencia, frente a lo cual pensar parece dis-pensable, algo ocioso, "idealista" o, si se quiere, falto de pragmatismo. Es otra concepción del tiempo: pensar supone "perderlo" cuando se trata de oportunidades de negocios de cualquier índole. !Ya no lo pienses más!!El mundo está en oferta!
        Si es dictado de sociedad, el cálculo se vuelve norma, moral, prescriptiva, obligatoria, incluso punitiva. La moral es "práctica", pensarlo (¿dos veces?) no, cuando la oferta es tentadora, la oferta de participación en la "distribución de beneficios" o en la de "favores" si el país es subdesarrollado.
       Para comprarse la entrada en esta moral social que ofrece beneficios hay que tener con qué, vendiendo algo previamente. No se vende la moral, sino la ética, el interior de la persona, el valor descubierto en la reflexión, real o potencial. La ética puede dictar por ejemplo que "la conciencia no se vende" (ni la reflexión, ni el análisis, etcétera), al no tener precio, no por consigna, sino porque vender aquélla es enajenarla de tal modo que sea otro el que disponga del interior de uno, como ocurre con la fuerza de trabajo en el proceso de trabajo, al servicio de un dueño. Alguien alienado, enajenado, no piensa, ni piensan por él: calcula "lo suyo" y es al mismo tiempo objeto calculable, éso que detestaba Viktor Frankl. Para pensar primero habría que ser sujeto autónomo (con moral autónoma y no heterónoma), pero la ética tiene un riesgo: si dicta que "no" a tal o cual negocio, supone un costo y no entra en la racionalidad actual pagarlo, sino reducirlo al mínimo o no tenerlo. Con tal de tener un beneficio y no quedar out -lo cual es durísimo- de un juego que permite todo, salvo decir que es inaceptable, muchos se quedan sin interioridad, en el vacío existencial, pero felices de estar in. Es más grave, porque no es solo renunciar a pensar (reflexionar, con verdadera libertad de elección, la de decir "no", y no la de escoger entre una marca de ropa u otra comprando de todos modos), sino incluso negarse a sentir, habiendo perdido lo que tiene hasta un animal, según Hegel, "sentimiento de sí mismo". Esta incapacidad para pensar y sentir a la vez está, eso sí, envuelta en moralina, como los de la gran potencia, donde todos tienen la moral "de excepción" -con esta moral se meten en todo, como los medios de comunicación masiva-. Al mismo tiempo, más de uno tiene el interior de la conciencia como de lana, la de un borrego dócil, salvo en las teorías de Noam Chomsky y en los anhelos de Donald Trump. "Sentir" es de gente vulnerable o tonta, "pensar" de ociosos (e igualmente tontos). Lo que "hay que tener" es el cálculo y la moral social  -y gritona-correspondiente, punitiva con esos "tontos" que supuestamente desconocen sus intereses y devuelven con su tontería un espejo incómodo.
        Calcular es el tipo de cosas que "se" estilan, partiendo de datos supuestamente conocidos, por ejemplo para rechazar por socialmente costoso un bisteck a lo pobre en "El rincón de Chile" en México. Y éso que no era para pensarlo tanto.

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