El tercermundismo, en su versión latinoamericana, se agota ya en una mezcla de nostalgia de peña folklórica e infantilismo de izquierda.
Una de esas "nostalgias", la del poder, parece desconocer todo límite, como el capitalismo actual. Recientemente, un instituto universitario mexicano publicó un homenaje a una de las vertientes del dependentismo intitulado A 40 años de la dialéctica de la dependencia. Aquí nadie está jugando en equipo: Emir Sader escribe que Ruy Mauro Marini produjo "la obra más importante sobre el desarrollo histórico de América Latina", y otro más, Carlos Eduardo Martins, considera que "la obra de Ruy Mauro Marini es una de las más importantes y originales del pensamiento social y del marxismo en el siglo XX". Alguna vez alguien afirmó que la obra de Bolívar Echeverría es "la más importante de América Latina de todos los tiempos". Las ciencias sociales no son asunto de trabajo colectivo (que casi no hay, a diferencia de lo ocurrido hasta los años '70 en América Latina), sino de "inspiración genial de tal o cual" con el que, por lo demás, algún otro "se codeó". Que conocí a Ruy, que Ruy me dijo, que cenamos juntos en su casa, y que claro, yo supe en qué momento parió Dialéctica de la dependencia. Ruy et puis moi et moi et moi.
El texto de Sader debió ser dictaminado, según hace constar la publicación (y puede que lo haya sido). El mismo Martins, más serio (porque afortunadamente hay mucho de rescatable en el volumen) describe así el descubrimiento de Marini: "la superexplotación se caracteriza por la reducción de los precios de la fuerza de trabajo por debajo de su valor y se desarrolla a través de cuatro mecanismos: el aumento de la jornada; de la intensidad de trabajo sin la remuneración equivalente al mayor desgaste del trabajador; la reducción salarial; y, finalmente, el aumento de la cualificación del trabajador, sin la remuneración equivalente al aumento del valor de la fuerza de trabajo" (p. 92). Martins dice que la superexplotación "sería la característica específica de la acumulación de los países dependientes" (p. 93).
Pasando tranquilamente... !sobre "su gran amigo Ruy"!, Emir Sader, quién se compró -él también- voluntades con cargos yo- te- invito- tú- me- invitas (Clacso, Alas, una asociación con nombre de cigarros de tienda de pueblo), "lo hizo" de tal modo que pudiera escribir (p: 273), como si jamás hubiera leído el punto 3 de la obra homenajeada ni entendido en lo más mínimo su sentido: "los millones de trabajadores inmigrantes que llegaron a países como Alemania, Francia, Inglaterra, España, Italia, Suiza, Bélgica, Estados Unidos, Canadá, entre otros tantos, asumieron un papel importante en esos mercados laborales, sufriendo las clásicas (!!!) condiciones de superexplotación que analizó Ruy (!!!). Además de la discriminación, de la exclusión de sus familiares del derecho a la legalización". El valor conceptual de estas afirmaciones es dudoso, por decir lo menos (¿pero quién se ocupa de seriedad en el trabajo conceptual, una pérdida de tiempo?), pero !qué hermosa demagogia!!Extorsionémonos unos a otros! Es soberbia criticar a Sader (!pero quién se ha creído el "señor" Cueva, que no tiene nada que repartir ni solar conocido!); que Sader diga cualquier cosa, sin respeto "por su amigo Ruy" (ni siquiera) es en cambio, apenas, un simpático guiño de ojo, porque, como decía el anuncio, lo mejor de la vida queda en familia.
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