El Papa Francisco se cuenta entre la gente que considera que estamos en guerra y que, por lo mismo, denuncia más de lo que propone para construir. Así es la época: de destruir en plena paz, en vez de hacerla fructificar. En una homilía en dos cementerios a miles de caídos en la Gran Guerra (primera Guerra Mundial) en el nordeste de Italia, Bergoglio (apellido del Papa) consideró hace algún tiempo que el mundo vive una "tercera Guerra Mundial". Esta declaración es una aberración, entre otras cosas porque el mundo vive -a reserva de que la desperdicie- una larga paz (larguísima en casi toda Europa, Eurasia y China, y ya de algunas décadas en casi toda América Latina y Africa), salvo en puntos muy localizados del planeta, como Siria y Ucrania. El Papa Francisco quiso decirlo por el "cainismo" imperante, el "qué me importa" generalizado y la codicia y la ambición de poder que el Pontífice atribuye a "ideologías", algo extraño por el plural y en un mundo supuestamente "desideologizado" (light, descafeinado). Para el Papa Francisco, esta guerra se vive "por etapas", y entre los culpables están los "planificadores del terror" e incluso una industria armamentística con "el corazón corrompido por especular con la guerra". La guerra es, según Bergoglio, "una locura de la cual la Humanidad no ha aprendido la lección". Es falso: hay países que se esfuerzan por preservar la paz y que lo han hecho a costa de sacrificar sus intereses nacionales, por un tiempo.
Esto de pregonar que estamos en una guerra mundial, como algunos intelectuales juran y perjuran que estamos en una "guerra global", insistamos, sirve para denunciar, y muy poco para hacer lo que recomendaban los chinos antiguos: aprovechar las crisis como oportunidades. No es seguro que todos los países carezcan de capacidad de aprendizaje para preservar la paz. En realidad, en el mundo actual combaten quienes quieren consolidar la paz y quienes están a la caza de oportunidades de guerra.
En una entrevista reciente con un diario alemán, el primer ministro ruso, Dmitri Medvedev, el mismo que cometió el error de dejar caer a Libia, mostró él también esta extraña necesidad de "espectacularidad", como si ya no se pudiera hacer nada que no sea espectacular, porque seguramente resultaría aburrido (¿los hay que se están aburriendo con la paz?). Medvedev dijo que una invasión terrestre extranjera en Siria es peligrosa y que es mejor negociar con "todos los actores de la guerra civil" en lugar de "comenzar una nueva guerra mundial" (lo dice como "otra más"). Esta declaración carece de tino, porque en Siria no hay guerra civil sino agresión extranjera, y porque, en términos diplomáticos, es mejor alertar contra una "escalada" ("a secas") que contra el Apocalipsis en el cual, dejémonos de cuentos, nadie cree por las mismas razones que ha aducido Bergoglio ("qué me importa", el cainismo imperante). Aunque sea en parte cierto, sería también deseable que Medvedev no diga que en el mundo árabe "todos luchan contra todos". Algunos son azuzados. Como sea: en Occidente, nadie se cree lo de la "guerra mundial", que ya empezó o que está por empezar, simplemente porque, al unísono con el estadounidense promedio, nadie cree que le vaya a tocar. Es parte del riesgo cuando se juega a la ruleta rusa con la creencia de que, justamente por llamarse "rusa", tiene la única bala del barrilete destinada a Rusia y a ningún otro jugador.. Vaya manera graciosa de jugar.
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