No cabe duda de que Brasil cayó con el izquierdista-socialdemócrata PT (Partido de los Trabajadores) en la corrupción, pero en este tema la izquierda lo único que hace es imitar, y con frecuencia, mal, las inveteradas prácticas de la derecha latinoamericana, el verdadero origen del problema (como lo es en Venezuela, donde la tradición populista fue inaugurada por Acción Democrática, del socialdemócrata Carlos Andrés Pérez, quien terminó en prácticas siniestras dispararándole a su propio pueblo).
El presidente interino brasileño, Michel Temer, considera por ejemplo que el de la mandataria Dilma Rousseff (separada del cargo) ya es un "caso cerrado" cuando ni siquiera está bien abierto. En realidad, hay por lo pronto pruebas de la inocencia de Rousseff, con cinco cargos en contra. A finales de junio, los técnicos del Senado de Brasil determinaron que Rousseff es inocente de cometer atrasos premeditados en los pagos a bancos públicos. Así, la mandataria separada del cargo no participó en las "pedaladas fiscales", como se les llama: no retrasó pagos al Banco de Brasil, la Caixa Economica Federal y el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social, menos aún para pagar programas sociales en un año electoral. Temer, en cambio, tiene más de una acusación en su contra: estaría involucrado en el escándalo Petrobrás y está condenado por una corte electoral de Sao Paulo por violar el límite de donaciones electorales (en cuyo caso no podría presentarse a elecciones durante ocho años). De todos modos, resulta más práctico patear al vencido -lo que en buenas lides no se hace- o en desventaja que buscar el origen de la corrupción, la de la izquierda incluida. Véase si no a Luis Almagro, secretario general de la Organización de Estados Americanos y por cierto ex canciller de José Pepe Mujica - izquierdista tenía que ser (Mujica hizo declaraciones y cartas a cual más penosa sobre este caso). Resulta que el tal Almagro quiso activar la Carta Democrática contra un Nicolás Maduro (no es éste el que organiza fiestas privadas contratando a Luis Miguel o a Farruko mientras hay escasez en la calle) en desventaja en Venezuela, mientras en el Perú competía Keiko Fujimori, populista de derecha y muy cercana a ciertas prácticas fascistas (como la mayoría de los populistas, incluyendo a los históricos Juan Domingo Perón y Getulio Vargas) con un auténtico dream team (equipo de ensueño) de lavadores de fondos ilícitos (Jaime Yoshiyama, por ejemplo) y narcotraficantes. La hija de Alberto Fujimori no pasó únicamente porque el vencedor final, Pedro Pablo Kuczynski, un derechista casi sin programa y con cierto don para la majadería, se benefició de los votos de izquierda de Verónica Mendoza.
De hecho, a Rousseff le aconsejaron desde el PT que no se presente por ahora en el Congreso brasileño porque éste juega con las cartas marcadas, y así juega de una manera general la derecha latinoamericana que, no contenta con ganar con juego sucio (también fue el caso en México en el 2006) y con tener mentalidad cerril, obtusa, desconoce la presunción de inocencia y remata al perdedor -real o supuesto.
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