Hasta hace poco, Belarus, un país ubicado muy cerca de donde la Organización del Tratado del Atlántico Norte ha venido concentrando tropas, era "la última dictadura de Europa" y era usual escuchar pestes del mandatario bielorruso, Alexander Lukashenko. Sin embargo, Estados Unidos, ya se ha visto, no tuvo empacho recientemente en "cambiar" su política hacia Irán, Cuba y en menor medida Vietnam, para obtener con la zanahoria lo que no había conseguido con el garrote.
De este modo, a principios de 2016, la Unión Europea (UE), que difícilmente actúa sin la anuencia de Washington, optó por un giro brusco y levantó sanciones a ni más ni menos que 170 personas -una cifra muy llamativa- y tres empresas de Belarús. Las sanciones se habían impuesto porque en Belarus, supuestamente, "no se respetan los derechos humanos" y porque, en realidad, en este país aliado de Rusia y militarmente clave en el noroeste de la frontera rusa no había sido posible armar una "revolución de colores" (el intento se había hecho en 2010 como es costumbre con financiamiento de la Central de Inteligencia Americana, National Endowment for Democracy-NED y George Soros). Belarús es por lo demás parte de la Unión Económica Euroasiática. Hay que tomar notar de que la decisión de levantar las sanciones fue tomada en el Consejo de Europa el 15 de febrero de 2016. En esa misma época, funcionarios estadounidenses estuvieron cortejando a Belarus, país que por lo demás, aunque no tiene mal nivel de vida, atraviesa hoy por una crisis económica que puede prolongarse, en particular por los muy estrechos vínculos con Rusia. Quedaron apenas, por parte de la UE, sanciones contra 4 individuos y un embargo de armas.
Lukashenko declaró en marzo de 2016 que era inaceptable que se lo colocara en la situación de elegir entre la UE y Rusia. Las elecciones habían tenido lugar en octubre de 2015 y Lukashenko las ganó abrumadoramente, además de hacer un gesto de apertura al liberar a varios presos políticos.
Si las elecciones en Belarus tuvieron lugar en octubre de 2015 y la liberalización por parte de la UE muy poco después, a mediados de febrero de 2016, no está de más recordar que fue a principios de octubre de 2015 que se le concedió el Premio Nobel de Literatura a la periodista -no literata, puesto que casi no ha hecho nunca ficción- bielorrusa Svetlana Alexievich, nacida en Ucrania. ¿Pura coincidencia?
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