Mi lista de blogs

domingo, 10 de julio de 2016

SVETLANA ALEXIEVICH CON SU ZINC

Acaba de publicarse en español y se distribuye entre otros países en México Los muchachos de zinc, obra de Svetlana Alexievich, Premio Nobel de Literatura 2015. "Obra de Svetlana Alexievich" es mucho decir, puesto que es, como otros de sus textos, un collage de testimonios, en este caso sobre la guerra de Afganistán, a lo cual la "escritora" -no lo es- agrega unas diez páginitas con "reflexiones" como la siguiente: "Yo muestro el sentimiento, no el suceso. Cómo se desarrollan los sentimientos, no los hechos. Probablemente lo que yo estoy haciendo se parece a la labor del historiador, soy una historiadora de lo etéreo" (!qué sublime!). La publicación de Alexievich contiene el juicio que le fue seguido porque algunos la acusaron de inventarse testimonios. Lo interesante está en saber si el trabajo -valioso y exhaustivo, en muchos aspectos- de Alexievich es literatura o no. Cuando abre la boca para hablar de política, que es lo que con refinada mala fe acostumbra hacer en sus muy contadas "cuartillitas", la Comisaria del Pueblo para las Verduras, Alexievich, dice lo contrario de sus testimonios: en este caso muestran que muchos jóvenes querían ir a Afganistán, pero termina retratándolos poco menos que como caterva de asesinos. Alexiévich no parece darse cuenta de que a la guerra se va a matar y/o morir.
       Los muchachos del zinc (los muertos soviéticos en Afganistán -1979-1989- volvían en ataúdes de zinc) no muestra nada nuevo, más allá de la afición de Alexiévich por retratar a cualquiera que creyera en el sovietismo como alguien con algún tipo de tara. En 1991, en plena perestroika, el realizador hasta hoy comunista Vladimir Bortkó filmó, luego de estar en Kabul (capital afgana) y Kandahar, "La fractura afgana" (Afghan breakdown o en ruso Afganskii izlom), en el cual actúa el actor italiano Michele Placido. La mirada del realizador comunista no es complaciente: junto a una camaradería existente (y que también muestran ampliamente los testimonios de Alexiévich), Bortkó muestra un ejército soviético cruel en sus novatadas, en la prepotencia de los altos mandos que se dan la buena vida, en el bombardeo salvaje de aldeas afganas o hasta en el miedo de soldados imberbes que reaccionan mal y matan hasta por descuido a civiles, afganos también, mientras más de una mujer soviética busca únicamente sacar provecho material de jerarcas militares (Bandura, encarnado por Placido, no volverá a donde se sabe condenado por una sociedad y altos mandos moralmente degenerados).
       Lo peor en el destino de los "afganos" fue el regreso a casa: "allí (dice un un soldado refiriéndose a Afganistán), un amigo es un amigo, un enemigo es un enemigo. Aquí en cambio vives preguntándote: ¿por quién dejaron sus vidas mis amigos?¿por estos oportunistas bien cebados?¿Por los burócratas?¿O por los jóvenes pasotas a los que todo les importa un pimiento con tal de tener una lata de cerveza por la mañana?" (p.90). "A tu alrededor todos son unos pancistas", dice otro de vuelta a la Unión Soviética (p.103). Eso es lo que hace "el hombre pequeño" -un qué-me-importista- que tanto adora Alexiévich: "en nuestro país, para todos somos unos extraños" (p.43), dice otro soldado, mientras ese "pequeño" vive -como la Comisaria para las Verduras- "hablando de chorradas" (p 51), según las palabras de otro veterano. "Los únicos que los lloraban eran sus parientes, testimonia otro, mientras que los demás vivían como siempre porque no les tocaba de cerca". ¿Esta pequeñez no la vió Alexiévich? Está muy bien retratada en otro clásico sobre Afganistán, ¿Es fácil ser joven?, filme de Yuri Podnieks (1987). En fin, que vivan la ignorancia y la mezquindad, y agreguémosle sentimentalismo, rosas u olores de primavera, por ejemplo, para rematar en el pancismo con el "toque"femenino de la dizque "escritora"Alexiévich, quien mejor se hubiera leído Ensayo sobre la ceguera.

A VER A QUÉ HORA

 En un libro reciente, el periodista J.J. Lemus, a partir de una investigación muy exhaustiva, ha demostrado hasta qué punto no existe la me...