Los habitantes de las llamadas "democracias" occidentales y asiáticas votan (cuando votan) pero no elijen: no deciden sobre ninguno de los asuntos esenciales que los conciernen, ni siquiera el del dinero. De todos modos, votan para comprarse una participación en la distribución del excedente a cambio de negar cómo ha sido producido y de atacar el principio de realidad, el del trabajo y la creación verdadera. Es por este motivo que participan, con frecuencia "pasivamente": para no quedar fuera del reparto, pero no para cambiar nada.
¿Deciden por ejemplo los estadounidenses o los europeos sobre los gastos monumentales en armas en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) o el nivel de vida de los jerarcas militares de esta organización? De ninguna manera. ¿Deciden sobre los riesgos que la alta finanza hace correr a las economías y sobre los súper-salarios de los ejecutivos financieros, como los que se embolsaron en plena crisis de 2008? Tampoco. ¿Sobre la orientación productiva de las grandes empresas transnacionales y su deslocalización? Menos. Es más, con tal de no quedar fuera del reparto del gran excedente -que no han producido- muchos se adhieren a las formas de presión para agarrar algo (grupos de presión como minorías sexuales, mujeres, indios, etcétera...) y participan en el linchamiento de quien propone, por ejemplo, impuestos contra las grandes empresas que saquen trabajos del país (de Estados Unidos a China, por ejemplo), porque quienes participan en el reparto del excedente no ven ya cómo ha sido producido.
Estos "participantes", para lograr algo que no han producido, necesitan del principio de poder ("explotar" a cualquier prójimo dando lo menos para obtener lo más) aunado al de placer. En el mundo, según el estudioso de la televisión, Jerry Mander, 7 empresas (News Corporation, Time Warner, Disney, Sony, Bertelsman, Viacom y General Electric) controlan el 70 % de los medios de comunicación utilizando técnicas que recurren a las emociones y no a la aburrida, "seria y reprimida" reflexión (insensibilizando el lado izquierdo del cerebro); se trata de evadirse en fantasías (amores edulcorados, juegos, telecracia, viajes, marcas, signos de estatus) sin entender lo que sucede (90 % de quienes ven televisión no entienden el contenido, según el investigador Jacob Jacoby.): el placer está reñido con las comprensión de la realidad.
No se vota a políticos que cambien una realidad (aunque hay excepciones), sino a "gestores", de quienes se espera que sepan repartir lo que todos los que -juntos- participan del excedente le birlaron a la minoría que trabaja y está llamada a condiciones no muy placenteras que digamos, aquí y en China. Con el voto, en suma, se espera tener "derecho al cupón" de participación: se critica al partido que no reparte "en grande", se acepta incluso reparto de narcomoney si es "en grande" y se agrede en permanencia la comprensión (que supone ruptura de umbrales conceptuales).
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