El dictador español Francisco Franco flirteó con la idea de entrar en la segunda Guerra Mundial y para ello le puso a Hitler, el líder alemán, una condición: la entrega de Marruecos. Hitler se negó, porque no quería abrir ese flanco, en particular corriendo el riesgo de que se sublevara contra el régimen aliado francés de Philippe Pétain el Ejército Francés Marroquí.
Para calmar a Franco, de tal modo que tampoco tocara el Gibraltar británico, el primer ministro británico Winston Churchill compró a varios generales españoles (incluyendo a Nicolás Franco, hermano del caudillo, Kindelán, Orgaz y Aranda) a través de un banquero y contrabandista, Juan March, quien probablemente sobornó a más gente. En el año 44, los sobornados efectivamente cobraron, con depósitos en cuentas de Nueva York y Ginebra, entre otras formas.
De este modo, los intereses de Hitler, Franco, la Francia colaboracionista de Pétain y los de Churchill terminaron por coincidir, por decir lo menos, y España se mantuvo al margen de la contienda, salvo en el envío de la División Azul al frente soviético.
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