Una parte de la intelectualidad ecuatoriana ha sabido homenajear a sus muertos escogiendo, sobre todo, a dos que "triunfaron" en el exterior,en particular en México, e ignorando la labor de otros, sobre todo si algo tuvieron que ver con el comunismo. Cuando a quien homenajea se le sugiere que uno de los escogidos pudo haber obtenido un emeritazgo en México por motivos no del todo académicos (pero sí de amiguismo con el rector de una universidad pública de gran renombre), la respuesta es que nadie está dispuesto a criticar a un amigo de juventud (es decir, el problema está desplazado de cierta corruptela a un asunto emocional del que nadie está hablando, pero en el cual uno está obligado a callar so pena de pasar por alguien que atenta contra la infancia, las tarjetas de Unicef, la adolescencia rebelde, la juventud perseguida en el Café 77 o cualquier compadrazgo por el estilo). De este homenajeado, por ejemplo, no se puede decir que su libro Definición de la cultura es lo más cercano a una muestra de pereza o de desparpajo. Mucho menos es algo que pueda decirse entre quienes se pelean la "herencia" (la intelectual), como en el caso del otro se pelearon la herencia material, con las peores jugadas. Hélos ahí, los provincianos: al primero lo celebran, desde luego, porque por haber sido amigo de Rudi Dutschke, Rudy el Rojo, es ya un "ecuatoriano universal", aunque tras bambalinas no falte quien reconozca que no entiende como se pasa del marxismo a un ethos barroco que, dicho sea de paso, no hubiera disgustado a un ideólogo del franquismo como Eugenio d'Ors. Ahí está, detrás del izquierdismo, la reacción del "aristócrata del espíritu" que desde el "valor de uso" detesta a la vez el comunismo (porque va para adelante) como el capitalismo -el liberal- y su "valor" (porque en otras épocas históricas también ha sabido ir hacia adelante). Si, salvo en lo que refuerza nuestros privilegios, pudiéramos ahorrarnos la modernidad capitalista (donde seríamos iguales a los demás y no una minoría selecta), tanto mejor.
Al otro hay que rescatarlo de sus errores en la polémica sobre el velasquismo (en un libro que no equivale a la enorme investigación llevada a cabo por sus supuestos rivales) y celebrarle, junto a sus artes de "gran insultador" en Entre la ira y la esperanza, su heroica resistencia al neoliberalismo, su apego a un socialismo al que nunca se apegó (mucho menos si fue, supuestamente, discípulo de Raymond Aron) y, en el fondo, un anticomunismo oportuno porque así lo reclamaba la Revolución Cubana. Después de todo, este otro, "discípulo de Aron" sin haber tomado seriamente ninguna de sus clases (de lo importado, lo que aparezca), se quejó amargamente de falsedades más o menos bien documentadas como tales, como la "persecusión" del líder comunista Pedro Saad para que no publicara en la editorial del Partido Comunista Francés. Así que los actos de los comunistas ecuatorianos eran supuestamente "rufianescos", aunque el modo de polemizar de la "víctima", al decir bastante caballeroso del autor de El mito del populismo, no era precisamente el de un lord que en realidad -hay que saberlo- no dudaba en aplastar a quien creía débil y deshacerse en cortesías con el más fuerte.
Hay colecciones con ciertos autores que por alguna extraña razón no se llaman "Señoritos que marcaron nuestra Historia", o algo así. La parte de la intelectualidad que se quejó de la "larga noche neoliberal" la aprovechó, con no pocos privilegios universitarios, no sólo para prácticas amiguistas, sino para sacarse de la manga algunas tesis reiteradas una y otra vez sin que sean siquiera bien entendidas (como la del barroco) y para preparar virajes anticomunistas con el airecito ése de "que a mi no me vayan a confundir". Los jóvenes han aprendido: utilizan a los nuevos "clásicos" para colarse en la Revolución Ciudadana como los "precursores" se colaron en el poder ascendente de izquierda, o que parecía serlo a finales de los años sesenta. En el caso del segundo, los más insultados y objeto de "represalias" (plata para los amigos -¿y las amigas?-, plomo para los enemigos) fueron los primeros en sentarse en primera fila a homenajear o incluso a escribir homenajes del tipo "fue mi mejor profesor" (así estuviera en estado etílico en el examen de grado del adulador). No es solo el estilo de los comandantes al modo que Gioconda Belli lo describiera para más de un sandinista, incluyendo al hombre de la mirada turbia, Daniel Ortega (hoy convertido en el marido de Rosario Murillo, que es el cargo más alto que se pueda ocupar en Nicaragua). Es el estilo de gran parte de la intelectualidad -la ecuatoriana incluida- que fue anticapitalista, antiliberal y anticomunista porque, después de todo, en la gran hacienda estatal no se vive tan mal, menos si se es patrón o aunque sea El santo del cubículo. Otros los hay, tal vez un poco más democráticos, como quien escribiera El mito del populismo, que aunque ignorados en un diálogo inexistente no dejaron de aportar ni a la academia -entiéndase que a la investigación seria, no al ensayo de "inspiración genial"- ni a la práctica de una izquierda colectiva, no de figuras, ni de figurones ni de figuraciones.
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