El estudioso mexicano de origen alemán Heinz Dieterich, en algún momento cercano al gobierno venezolano de Hugo Chávez, dió a conocer hace algún tiempo que el presidente ecuatoriano, Rafael Correa, estaba interesado por la "economía de las equivalencias" que forma parte del trabajo que el mismo Dieterich ha hecho sobre el "socialismo del siglo XXI". Pese al interés de Correa, en el gabinete no hubo seguimiento y, señaladamente, Fander Falconí (ex Secretario y ex canciller) y en menor medida el Ministro de Relaciones Exteriores Ricardo Patino (pese a ser este segundo guayaquileño) hicieron el típico silencio destinado a ahogar la iniciativa y a privilegiar la conveniencia del momento, "a la espera de la ocasión". Tal vez algo haya sido comentado por la espalda, puesto que una parte de la intelectualidad ecuatoriana, en particular si es oriunda de la sierra centro-norte, acostumbra gritar a los cuatro vientos -o a rumorear- y al que quiera oírlo todo lo que es incapaz de decir frontalmente -no se estila cuando se es taimado en el alma- y a la cara del destinatario del ataque, con frecuencia artero. El resultado suele ser un ambiente de "nido de víboras" o de alacranes en el que alguien no entrenado tiene que estar adivinando a cada momento qué ponzoña lo ha atacado y paralizado: el animal se ha escondido hábilmente, incluso detrás de la adulación y la amabilidad.
Los hay incluso que son capaces, asesorados por ese nuevo manager que es una esposa psicóloga, de creerse la calumnia del padre contra el hijo y de cambiar de lealtades al ritmo de las invitaciones a los homenajes y al núcleo tal o cual de la Casa de la Cultura, o al son del último encuentro con un amigo que debiera llamarse más bien un "cómplice". Al homenaje se va, por lo demás, a la espera de ser uno mismo homenajeado (por ejemplo, con el Premio Eugenio Espejo 2015 e -inaudito-pensión vitalicia mensual), después de haber alabado a todos los amigos y desconocido como a hijo natural a cualquiera que no haya sido incondicional: en el fondo, y para decirlo cortésmente, en este ambiente gran parte de los intelectuales ecuatorianos sólo tienen relaciones entre ellos. El que afirma que no ha querido ser homenajeado ("nunca escribí para recibir homenajes"), aunque llega a deprimirse por la reputación de otros (menos la de Lenin, a quien ha superado desde Cayambe), suele insinuar en voz baja y en casa que quiere ser el "Octavio Paz del Ecuador", tal vez describiendo "paradojas de la identidad" y hundiendo sutilmente a Benjamín Carrión (en la introducción a la antología "Benjamín Carrión y la 'cultura nacional") con líneas en las cuales queda claro que la ideología no ha sido entendida, que la relación entre liberalismo y socialismo tampoco y que, vamos, es más importante citar al compadre de turno (el "inmenso" autor de un insultante "Que se vaya" contra Correa en el cual se confunde lo popular con lo indio, entre otros errores de antología). Este es el tipo de intelectual que ha logrado sobrevivir hasta el cambio actual y pese a él: el tipo que cree en una neutralidad que lo coloca en el Olimpo desde el cual critica a todos menos a los amigos que han sido la clientela ("como de la casa"), que considera "de rigor" trabajar en un gobierno y lanzarle pedradas, escribir artículos febrilmente anticomunistas en agradecimiento a los estudios recibidos en un país socialista y ser alabado por jóvenes -manabitas, por ejemplo- que han aprendido muy rápido que la condición para la sobrevivencia, en un ambiente así, es la amoralidad y la abierta disposición a la deslealtad e incluso a la puñalada por la espalda a manera de agradecimiento "especial". No será de ambientes así ni de sermones en El Comercio que la Revolución Ciudadana obtenga cuadros y, si esta es la izquierda, es preferible no acercársele demasiado. Pica. Y no tiene el menor interés en ningún socialismo, ni en formar cuadros (ni siquiera en educar correctamente a sus vástagos, a diferencia de la mujer belga del mandatario).
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