Lady Carrizal estaba tan loca de amor por mí que, como se entiende, se la pasaba haciendo locuras, conmigo o sin mí, y además, como corresponde a la gente con este mal, delirando y asociando creencias con toda incongruencia. No habíamos "tenido nada" que ya estaba deshaciéndose de una supuesta suegra -mi madre- y quedándose con mi igualmente supuesta "herencia". ¿Que, no dijo Engels que la familia se formó al mismo tiempo que el derecho a heredar?
A partir de cierta edad, algunas mujeres se desesperan por no ser madres, y no por algún cariño especial hacia los chiquillos y las chiquillas de México, sino porque se arriesgan a dimes y diretes, sin duda feos en una sociedad machista, y a la pérdida de estatus. Recuerdo que, ya teniendo vivienda propia, alguna vez invité a comer a una conocida sinaloense que, luego de rechazar la comida, dejándola a medias (exquisito gesto, que del cubierto utiliza "nomás la puntita", de manera muy aristocrática), pidió que la acompañara a la parada, la del autobús, según creí entender. En el trayecto al lugar, me soltó, casi sin decir agua va, que le urgía encontrar quién le hiciera un hijo. La acompañé, pero la situación era un tanto ambigua y preferí no permanecer demasiado tiempo en la tal parada (¿me explico, supongo?). Para mi fortuna, el trole se vino rápido por la avenida.
Debí sospechar que Lady Carrizal estaba un poco más cuerda de lo que parecía y que yo era algo más que "amorcito loco". Tanto que, después de una larga noche de pasión poblana, me hablaba horas de su amigo el filólogo catalán. Las hay de este tipo: una me invitó alguna vez a un Vips, y cuando apenas empezaba yo con mis huevos (siempre los pido con chorizo) y ella terminaba de informarme que tenía un novio belga (cuidado: entiéndase, de Bélgica), me lanzó, a los 15 minutos o incluso menos, un fulminante: "¿nos vamos?". Está claro, no me había citado para que yo disfrutara de mis huevos, sino del anuncio.
Pese a provenir de una familia peninsular afincada en un oscuro callejón de la colonia Roma, Lady Carrizal manejaba sus impulsos y sus emociones -lloraba a veces a mares diciendo que era "una neurótica", con la esperanza de que la convenciera de lo contrario, algo que no estaba a mi alcance hacer- con la delicadeza de un trailero en la México-Querétaro. Tal vez por éso, cuando al cabo de muchos años volvió a buscarme, de inmediato se presentó como parte de la corte universitaria, y en vez de "!hola!" me dijo que había sentido, mucho, claro, la muerte de mi padre (después, francamente, se comportaba como quien deseaba con un espíritu algo menos humanista que mi madre se esfumara de este mundo y me-nos dejara el "depa"). Lady Carrizal estuvo a punto de tener un hijo mío y de lograr que emparentáramos, solo que anunció un embarazo de opción múltiple algo sospechoso (¿está usted embarazada?: 1) un poco 2) bastante, 3) lo suficiente)).
Ante mi rechazo -y su proster afiliación al movimiento de López Obrador, porque la Lady se desdoblaba y cuando no quería linaje se daba baños de pueblo, supongo que a la altura de Pino Suárez-, ella contó una hermosa historia de amor -a lo Chateaubriand- solo interrumpida por una madre posesiva y tal vez, secretamente, por el infatigable filólogo catalán que ocupaba extrañamente horas de conversación luego de una noche de pasión, y no precisamente gramatical. Desde luego, gente de idéntica alcurnia que esta Lady de la FES, como la hija del General Miaja, el Húsar y hasta la parentela del ilustre Lugo Hubp, se creyeron el delirio romántico -la corte universitaria es puro amor y no se habla más que de "éso", nunca del bajo mundo terrenal- y la "dichosa palabra" de la reina. Sí, ella deliraba de amor por mí , a tal grado que mi compadre le avisó a mi madre: -"asegura bien tu departamento". No sé por qué, pero no suena muy cursi que digamos, como no fue propia de ningún amor -salvo que lo hubiera "demasiado"- la actitud de la Lady ni de su séquito.
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