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viernes, 19 de agosto de 2016

MI MEJOR AMIGO

No tardó mucho en confesármelo todo. Nos habíamos hecho amigos los tres -él, su novia y yo- al comienzo de la carrera en la FE. Un buen día, sentados en un extremo del lagartijero, que era como conocíamos un lugar al sol donde esperábamos el turno de una clase a otra y aprovechábamos para ligar y chismear, El, que estaba para cosas más importantes (ya había ligado, además), soltó:
      -!Yo seré un Fouché!
     Me quedé un poco extrañado: no sabía que para serlo se debiera estudiar en la FE.
     Acababa de trabar amistad con Joseph Fouché, el político que sobrevivió a todo, desde la Revolución y Robespierre hasta el Imperio y Napoleón, pasando por las temibles inquinas de Charles Maurice de Talleyrand y los intentos de restauración monarquista con Luis XVIII. Si el hecho hubiera ocurrido en esta época de hoy, diría que para mi fue "un orgullo, un honor y un privilegio" que mi mejor amigo se me acercara con tamaña tarjeta de presentación, mientras yo tenía en cambio inquietudes más terrenales, como la de aprobar Estadística I y II sin hacer trampa copiando, lo que no logré sino hasta el final de la carrera en la FE (y sobornando a una profesora, otra trampa). En fin, que ya existía la teleserie "El túnel del tiempo" y Kirk y Douglas habían conseguido que Fouché se inscribiera en la carrera de Economía. Muy pronto fui invitado a iniciarme en los misterios de la grilla universitaria y en los de Fouché, cuando formamos, entre los tres, un grupito llamado ETCFE (Estudiantes por la Transformación Crítica de la Facultad de Economía, toda una "página de la Historia"). No transformamos nada, salvo el lugar de Fouché en el escalafón político, pero cuando escribí un folleto, Joseph (si se me permite llamarlo así) me comentó:
      -"!Estoy seguro de que lo escribiste tú!". No sé quién más pudiera haberlo hecho, aunque en México el himno insinúa que el Dedo de Dios también tiene sus lances en la escritura.
      No pasó mucho tiempo antes de que Fouché fuera honrado con el cargo de director de una revista-boletín a la que tuvo la gentileza de invitarme, ante todo, en calidad de macehual. Entre dos macehualli, un tal David (salido de alguna tribu de la Agrícola Oriental) y yo, hacíamos toda la talacha de imprenta y cargábamos con cientos de ejemplares en el sistema de transporte colectivo Metro, mientras mi mejor amigo se había olvidado de que una Caribe blanca, la suya, podía ser de ayuda (lo recordó para sí cuando lo ayudé alguna vez a sacarla de un taller). Fouché, el antiguo revolucionario, el "terror de Lyon", ya era parte de los pipiltin y del círculo del Huey Tlatoani (sic, desde entonces ya existía un solo Huey que decidía por los demás), y tenía tiempo tanto de dedicarse a la grilla como de dejarnos colgados a los macehualli con el trabajo manual, el de imprenta. El "guerrero jaguar" o "águila" -nunca supe qué era- de la Agrícola Oriental, aunque guero y barbudo, no tardó en desertar, seguramente vencido por los dioses, así que me encontré casi solo -mientras los Escribas de Espacio Abierto me invitaban a desertar, yo también- con quien ya no salía del laberinto de oficinas de pochtecas, teopixque, mapaches y demás privilegiados en la FE. El día en que compré mi libertad, siendo cargador, el Huey, perdón, Fouché, me rindió un sentido homenaje que terminó de hacerme sentir incómodo. Este pilli, como siempre mi mejor amigo, quería una emotiva despedida y tal vez se preguntara al mismo tiempo quién diablos seguiría cargando no con las relaciones "públicas", sino con la talacha.
        Nunca dejó de sorprenderme. En una cantina del centro histórico, con una (inusualmente) pacífica charla que incluía a una conocida sinaloense, Joseph, bastante sobrio, nos anunció:
        -"!Yo estaré en el centro del escenario político mexicano del siglo XXI!"
Ante otra de mis sorpresas, la de El Rosario me aclaró: -"No lo dudes, con lo podrido que va a estar ese escenario".
         Este nacido en los canales de Nantes, casi entre trajineras, había sido mi mejor amigo desde el principio, diríase que ni tardo ni perezoso, y sin que yo me percatara de ello. Hoy es Duque de Otranto y gobernante de un altepetl, donde funge como tlatoani ("el que habla", en náhuatl). Es la clase de personalidad que le respondió impasible a Napoleón, cuando éste le dijo:
         -"!Debería echarlo y mandarlo fusilar!"
         -"No soy de esa opinión, señor"

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