El trópico cambia el carácter -hasta a José Martí en Curazao- y se lo cambió a Caín, cuyo destino era matar a Abel. No, Caín no lo mató, porque se percató con el mejor pragmatismo de estilo gringo de que, liquidando al hermano, se privaba de las relaciones y el poder de éste. Así qué chiste tiene matar se dijo. Después de todo, hace rato que que Caín firmaba hasta sus tesis haciéndose pasar por "Caín Abel", con doble nombre, cosa de que el público se enterara de que, para empezar, Caín tenía excelentes relaciones: su hermano Abel, por ejemplo.
Así, Caín se puso a seguir a Abel en todo: en política, en revistas, en paseos a la isla, en imitación no muy genuina de gestos de solidaridad y otras cosas más. Más alto llegaba Abel, y más sentía Caín que se había ganado un papalote.
Caín convirtió simple y sencillamente un terrible asunto bíblico en el arte de saber hacerse de ganancias sin arriesgarse a escabecharse al hermano. Esto nunca le impidió a Caín seguir con sus prácticas antediluvianas para ahorrarse el costo de que lo confundieran, puesto que la estratagema fue siempre la del "juntos, pero no revueltos, Abel". Cada vez que pudo, Caín, muy poco discreto, retrató ante terceros a Abel como un tipo autoritario, mandón y dogmático, deporte que se volvió familiar y que Abel reconoció sin darse cuenta delante del entrevistador ecuatoriano Carlos Rabascall.
Caín hizo otras pendejadas todavía mejores, para decirlo en costeño. El día de su examen de grado, uno de los sinodales llegó en un estado "inconveniente", para no decir que casi a gatas saliendo de una farra, para llamarla así y no "parranda". Este sinodal, conocido mío, detestaba a Caín, creyéndolo capaz de haberle arrebatado a la mujer. Así que, tal vez sin saberlo, Caín fue objeto de más de una represalia y cerca de diez años de una guerra encarnizada y apenas encubierta, de esas de alta intensidad de las que son capaces los seres humanos cuando quieren aniquilar a otro por alguna pasión oscura, celos, envidia, lo que se quiera. En agradecimiento, Caín le rindió a su enemigo homenaje por ser el mejor maestro que tuvo en México, en bodrios como "Lo mejor de nuestro futuro". Se olvidó Caín de todo y de quienes no le habían caído encima, o de quienes incluso le tendieron la mano, sin venderle el favor, incluso a su Carmen Zayas-Bazán e Hidalgo: se olvidó, sí, de la Sonora Ponceña, de Rubén y Willie, los rojillos en guayabera, y llevó los pecados bíblicos hasta sus expresiones más grotescas y al mismo tiempo más comunes y corrientes hoy en día, como la de agredir por la espalda -intrigando o hasta delatando- a quien lo ayudaba desinteresadamente y la de agradecer con brotes enfermizos de zalamería a quien lo agredía sin tregua, por la espalda también. Al parecer, Caín nunca tuvo miedo a los animales, ni a los más seductores que él. En fin, que cree el aldeano que el mundo entero es su aldea, y que cree el hombre natural que su lucha es contra la falsa erudición: entretanto, no se pierde una lealtad a sus enemigos ni lo aprendido con Abel, el comportamiento de un extraño muy ajeno a sus amigos, si es que hubiera un mandamiento que ordenara no aprovecharse de quien le tiende la mano. Como sea, ningún Caín de hoy cometerá el error de "bajarse" a Abel si es que puede más bien sacarle algún provecho, ahorrándose al mismo tiempo cualquier verdadero compromiso, por si en vez del beneficio asoma la pérdida. Y Caín es otro que, claro está, circula con la engañifa de las mejores causas. Son las mejores para él, desde luego.